A veces la vida te regala momentos irrepetibles, fruto de experiencias que explican una forma de entenderla y enfrentarla, de comprender a quienes te rodean, de sentir la amistad como un bien ajeno a toda idea de competitividad: solo como compromiso, afecto, vínculo espiritual que cala y transforma.

Hace ahora cuarenta años terminábamos la licenciatura de Derecho la que es la primera promoción de nuestra Universidad, nacida en 1980. Cuarenta años y cinco más de estudios en aquellos barracones que constituían el antiguo y recordado CEU; casi medio siglo desde que abrimos nuestros primeros libros de Romano, Civil, Procesal etc…textos que nos parecían encerrar todo un saber extraño, inaccesible casi para jóvenes de dieciocho marcados, además, por una sociedad que, en una Transición incipiente, se movía y transformaba a una velocidad inalcanzable para entenderla con la debida conciencia de estar presenciando un hecho excepcional.

Todo cambiaba día a día. Estudiábamos las leyes en vigor, las del régimen franquista que, no obstante, habían mantenido con escasas modificaciones algunas otras centenarias. Pero a la vez teníamos que conocer los proyectos que se iban redactando y que formarían el esqueleto fundacional de nuestra joven democracia. Nos examinamos de las Leyes Fundamentales y, a la vez, del proyecto de Constitución de 1978. No había Estatuto de los Trabajadores, pero debimos aprender su propuesta. Tampoco ley del divorcio, pero discutimos la que se aprobaría. Mi promoción era y fue experta en dos legislaciones: las del franquismo, unidas a las normas decimonónicas que se mantenían y se mantienen aún algunas y las democráticas que se iban aprobando poco a poco y que en el último curso de carrera ya estaban vigentes y teníamos que aplicar en su redacción definitiva.

Afrontar ese cambio social y político influyó en una forma de ser abierta, respetuosa, al comprobar que era posible la convivencia bajo leyes de distinto signo y que el mundo no se venía abajo por ello, que dependía más de las personas, de sus principios y valores, que de las leyes que regían la sociedad. Que el ser humano era la clave y esencia del mundo, no las normas, ni los sistemas si éstos eran justos.

Tampoco tuvimos grandes instalaciones y menos, porque no existían, recursos tecnológicos. Libros con olor a papel, apuntes a mano y mucha ilusión y sentido del esfuerzo y la responsabilidad personal.

Mi primera promoción, así, llegó a 1982 y se licenció. Éramos los primeros juristas nacidos de esta Facultad y la sociedad nos recibió con la generosidad de quien acoge a sus primeros hijos. Ha sido una promoción en la que han brillado juristas en todas las especialidades, en la que ha destacado un alto nivel de conocimientos y compromiso. Nos enseñaron bien, derecho y, sobre todo, valores, una forma de ser y estar ante la vida, ante los demás; una generación comprensiva y abierta que acoge la realidad, pero que añora el sosiego que proporciona vivir en el seno de un mundo regido por principios humanistas compartidos. Porque una Facultad de derecho no es sólo, ni puede la carrera formar en normas. El humanismo, en toda su expresión, es la base del derecho. No se puede hablar de jurista si éste desconoce la historia, sin memorias selectivas, la filosofía, el arte y, en definitiva, la herencia de un mundo que el derecho regula, pero no crea, que lo asegura en sus cimientos y que garantiza la seguridad y con ello la convivencia. De nuestros profesores, que recordamos con un cariño inmenso, aprendimos algo más que leyes. Un abrazo a todos, los que están y los que se han ido. Permanecen vivos en nuestros corazones. Gracias por lo que nos dieron y que comprendimos en su valor con el paso de los años.

Mi primera promoción se volvió a reunir el sábado pasado para celebrar nuestro 40º aniversario. Estábamos muchos, un poco más marcados por el paso del tiempo, pero con la belleza eterna que proporcionan los corazones hermosos, que nunca envejecen, esos que ves y sientes y te hacen volver a los momentos en que todo empieza, con la misma ternura casi infantil rediviva por el instante de la cercanía. Seguimos viéndonos tras tanto tiempo por algo y un algo que nos ha hecho diferentes de las siguientes promociones. Y no. No es solo el conjunto de vivencias irrepetibles propias de los tiempos excepcionales que nos tocó compartir, aunque tal vez influyera en nosotros esa necesidad de buscar apoyos y certezas cuando lo de alrededor cambia a velocidad tan inaccesible. Es que mi promoción, de la que me siento profundamente orgulloso, nunca compitió, nunca vio en el compañero un adversario o un reto que superar. Por el contrario, siempre fue el de al lado el amigo, el compañero al que se debía ayudar, entender y apoyar. No somos conscientes de que fuimos así y tampoco, aunque ahora lo vamos entendiendo, de que el azar nos deparó la fortuna de unir a un grupo humano que solo surge por alguna razón que nos supera.

Veros a todos otra vez el pasado sábado, cambiados, pero perennes en lo fuimos y somos, fue un regalo de un valor que no se puede medir, solo sentir.

Gracias a todos. A quienes nos enseñaron. A lo que nos enseñaron. A quienes nos hicieron ser como somos. Un fuerte abrazo compañeros y amigos.