Escucho en televisión que un hombre ha apuñalado al actual novio de su ex en un "crimen pasional", “un crimen por celos”, dicen, perpetrado cuando la actual pareja pretendía, además, defender a la mujer de otra agresión.

La antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde y de los Ríos apunta que “el feminicidio es una ínfima parte visible de la violencia contra niñas y mujeres, sucede como culminación de una situación caracterizada por la violación reiterada y sistemática de los derechos humanos de las mujeres”. Ella acuñó el término que hoy por hoy nos suena más: feminicidio. Para Lagarde el quid de la cuestión está en que el fin último de la agresión del feminicidio es hacer daño, directa o indirectamente, a una mujer por el hecho de ser mujer (un objeto, que no sujeto, a ojos del agresor). Es por ello que contamos como feminicidio también a los niños y niñas víctimas de violencia vicaria y se cuentan como feminicidios las parejas sentimentales de la mujer víctima de violencia machista cuyas parejas actuales (o ex parejas, amigos, confidentes, pretendientes…) son agredidos bajo la premisa de que esa mujer tiene un propietario y ese propietario es el agresor. Lagarde señala que el común denominador de esta violencia "es el género: niñas y mujeres son violentadas con crueldad por el sólo hecho de ser mujeres y sólo en algunos casos son asesinadas como culminación de dicha violencia pública o privada".

La violencia machista no se resume en simples “celos”, y se puede ejercer sobre segundas o terceras personas para controlar u hacer daño. 'Feminicidio' es una palabra que resume bien la motivación de un crimen o una agresión y evita caer en la revictimización que, de forma velada, conserva el poso de que, si la mujer no hubiera mostrado oposición o motivaciones para el agresor (es decir, si no hubiera ejercido su libertad de expresarse o vivir), “no habría ocurrido nada”. La palabra 'feminicidio' pone el foco en el agresor y no en la víctima, y, en este caso, también descubre la raíz del problema en lo que siempre se ha conocido como “crimen pasional”. La “pasión” no anima a nadie a asestar varias puñaladas o agredir de cualquier forma a otra persona; hay detrás una estructura determinada y unas razones específicas que nos obligan a usar palabras precisas, sobre todo para ser más justas con las víctimas.