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Juan José Millas

Una hora corta

Imagen de un mosquito. Pixabay

No echo de menos el calor, pero sí a los insectos. Dejan un vacío raro cuando su zumbido concluye. A veces, en medio de estos días en los que el frío se cuela ya en el alma al salir de la cama, surge cerca de mi mesa de trabajo una mosca desorientada que tiene algo de humana, pues no sabe ni de dónde viene ni adónde se dirige. Una mosca aturdida, que al poco se posa sobre la pantalla del ordenador y la recorre siguiendo el cursor. Me parece que es ella la que, al caminar, va dejando las letras que yo escribo. Hermana mosca, le digo, qué fuera de lugar estamos los dos. Dónde te separaste tú de las otras moscas; dónde yo de los otros hombres. Me gustaría por un momento ser un gorrión para comerte, mosca, y que le dieras así un sentido a tu existencia.

No debería ser tan difícil ese milagro: el de que yo, de súbito, me transformara en un puñado de plumas con dos patas y una cabeza con dos ojos despiertos, y que saltara desde la silla de trabajo hasta el teclado del portátil y de un picotazo me tragara al insecto. Cosas más raras se ven en la biología, que parece un cuento de terror, más que una ciencia. Quizá algo de pájaro haya en mí, puesto que, al pensar en comerte, hermana mosca, se me alteran un poco los jugos gástricos. Pero no debo hacerlo, no te debo comer, querida, porque no está bien visto, al menos que te caigas en la sopa caliente y te lleve a la boca en la cuchara sin querer, sin darme cuenta, o fingiendo que no me la doy.

Nada puedo hacer por ti, extraviado insecto. Me temo que tienes las horas contadas, pues hemos decidido retrasar la puesta en marcha de la calefacción debido a cuestiones de orden económico que tú no entenderías. No las entiendo yo, aunque hago como que sí para participar de las preocupaciones de la especie a la que pertenezco. Para agonizar en paz, puedes buscar refugio detrás de los libros. Te recomiendo la zona de Patricia Highsmith, adonde no llega el tubo de la aspiradora. Allí podrás descomponerte a gusto y convertirte en ese polvo que, cuando llegue la primavera, flotará en el aire iluminado por el rayo de luz que se cuele entre los visillos. Ahora me voy, pero te dejo el ordenador encendido, y con los caracteres en negrita, para que se parezcan un poco a ti y te sientas acompañada en estos momentos tan difíciles. Que sea una hora corta.

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