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Quemar después de leer

El caso de Jen Craig: léanla solo si tienen cerebro

La intensa e hipnótica primera novela traducida de la australiana con nombre de multinacional dietética, 'Panthers y Museo del Fuego', explora al abismo de la anorexia, apostando por desactivar la realidad con capas de ficción, y no al revés

Jen Craig y Palmer Luckey. SARA MARTÍNEZ

Un tipo llamado Palmer Luckey ha ideado y lanzado esta semana unas gafas de realidad virtual asesinas. Las gafas en cuestión te matan en la vida real si mueres en el videojuego al que estás jugando. Hacen que te explote la cabeza, literalmente. Luckey, no un cualquiera en el sector —fundó Oculus, la compañía que hoy domina el mercado de las gafas de realidad virtual, propiedad de Facebook—, pretendía conmemorar una efeméride del fenómeno anime 'Sword Art Online' con el anuncio, y lo que hizo fue añadir una posibilidad macabramente absurda al mundo de hoy, obsesionado con emborronar, hasta hacerla desaparecer, la frontera entre realidad y ficción. Las gafas no van a comercializarse, por supuesto, pero existen. No son un artilugio distópico irreal.

El año 1993, T. C. Boyle publicó una novela divertidísima sobre John Harvey Kellogg. John Harvey Kellogg fue un gurú inventor de falsas dietas sanadoras —en realidad, de ayunos mayestáticos, y desorientación alimentaria capaz de matarte, literalmente, de hambre, y desequilibrio— antes de dar con la fórmula de los 'cornflakes'. Sí, los cereales de desayuno. La única cosa de sus nada milagrosas dietas que no mató a nadie. En la novela, la mejor de Boyle —junto a la también frondosa y delirante 'Música acuática' (Impedimenta)—, puede observarse de qué forma la realidad jugó con la ficción —sin llegar al extremo de crear gafas de realidad virtual asesinas— con el fin de sacar partido, en un momento de aparente caos y desconcierto: los años 10 del siglo pasado.

Desde entonces han existido infinidad de gurús de lo dietético, pero ninguna capaz de superponer la realidad a la ficción tan curiosamente como Jenny Craig. Jenny Craig creó a principios de los años 80 una pequeña empresa que pretendía ayudar a perder peso a las amas de casa australianas, sin saber que en el futuro existiría un pequeño clásico de culto que la contendría a ella, y a alguien que se llamaba como ella. La compañía comercializaba a la vez productos dietéticos, y tablas de ejercicios, y acabó convertida en multinacional, y siendo absorbida por nada menos que Nestlé. Cosa que a la protagonista de 'Panthers y Museo del Fuego', la segunda novela de la también australiana Jen Craig, recién publicada por Pálido Fuego, no le hace ninguna gracia.

Craig, a la vez, autora y protagonista de una novela que se devora a sí misma —lo único que ocurre en el transcurso de la misma, de una forma tan hipnótica que no puede apartarse la vista de lo que se está leyendo, es que esa protagonista va camino de un lugar con el manuscrito de su amiga muerta encima, un manuscrito llamado, enigmáticamente, 'Panthers y Museo del Fuego'—, está harta de que todo el mundo sonría, pensando en la ridícula compañía de la otra Jenny Craig, cuando dice su nombre. Sobre todo porque “cuando la empresa se fundó yo era anoréxica, un patético saco de huesos, como una vecina le dijo a mi madre una vez en el jardín”. Le aconsejaron que se cambiara el nombre. “Pero yo era anoréxica y me negaba a escuchar lo que la gente y tú me decíais”, dice.

La realidad no es ningún juego

A la manera de la portentosa Chris Kraus —autora de 'Amo a Dick', y 'Sopor'—, Craig se autodisecciona mientras se dirige a una cafetería donde ha quedado con la hermana de su amiga muerta —para devolverle el manuscrito—, hablando a su vez con Raf, en una narración en tres tiempos —el pasado en desorden que acude a rellenar los huecos, la conversación en marcha como recuerdo reciente, y el presente en forma de paseo—, y tiñe de ficción la realidad —su adolescencia revuelta, su desesperado intento de encajar, el haberse creído la protagonista “no de cualquier historia sino de la única que hay”— para ordenarla, y de alguna forma, desactivarla. Porque, a diferencia del tal Luckey, sabe bien que la realidad, y mucho menos la muerte, no es ningún juego.

La novela de Craig, aún hoy casi por completo una desconocida incluso en el panorama literario de su país, fue publicitada con el lema “Aviso: léanla sólo si tienen cerebro”, y se comparó a la protagonista —que no es otra que la propia Craig, en un desvío de su carrera, real, como psicoterapeuta, en un punto ciego, o en una posibilidad explorada únicamente con el fin de darse sentido desde fuera— con personajes de Thomas Bernhard que se comportasen como se comportan los personajes en las no ficciones de Sheila Heti. El aviso promocional puede resultar un tanto snob, pero, en vista de que vivimos en un mundo en el que papel de realidad y ficción trata de invertirse, sólo señala la necesidad de no bajar la guardia, y aprender, otra vez, a dudar.

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