No es preciso apoyarse en el intercambio de favores para modificar ciertas cosas que pueden cambiar e incluso deben hacerlo por sentido común y pensando en encauzar los problemas en beneficio de todos. Ya saben que el Gobierno ha presentado una proposición de ley por la que se va a modificar el delito de sedición. Es decir, desórdenes públicos agravados, rebaja de penas y acortamiento de los periodos de posibles inhabilitaciones. El choque entre la coalición y sus socios con las derechas no ha hecho nada más que empezar en este sentido. Suma y sigue porque el inmovilismo de algunos y la actitud cerril para todo, desde el primer día, resultan insoportables. No quieren soluciones. Prefieren que nada cambie y que la vida siga igual.

España no solo no se rompe, como está demostrado, sino que refuerza su posicionamiento en relación con Alemania, Francia o Suiza. Ni es ansia de poder, ni traición de Pedro Sánchez. Ni da gasolina al independentismo. De nada sirvió el «procés». Fue una parodia que condujo a lo que ustedes saben. El sentimiento independentista no es ningún delito. Pero otro asunto es saltarse las normas, una chapucera conducta que no podía prosperar nunca. Ni puede si nos atenemos a la ley. Esa no es la vía más inteligente como hemos dicho en otras ocasiones. Tampoco lo es cruzar los brazos y esperar que las tormentas amainen por sí solas.

La situación en Cataluña se ha ido normalizando mediante el saludable ejercicio de dialogar. Y debe normalizarse más con un entendimiento mutuo que conduzca rotundamente a sosegar las aguas. Las piezas de cualquier puzle han de encajar de la mejor manera, no forzándolas ni promoviendo lo contrario, que fue lo hecho por M. Rajoy y compañía y es lo que pretenden las fuerzas más viscerales. Esto no impide tener en consideración que no es posible declarar la independencia de una comunidad y quedarse tan felices comiendo perdices o butifarra.

En lugar de suponer un coste electoral para el PSOE, a seis meses de las elecciones municipales y autonómicas, debiera ser al revés. Las actitudes solventes, dentro de la legalidad, merecen premio en el día a día y en próximos comicios. Pues sí. Es una evidencia. Cataluña va mejor con el resto de España y el resto de España va mejor con Cataluña. Hay que perseverar en esa dirección. En la unidad auténtica y en la concordia, no en el enfrentamiento permanente. Y no dividir a la ciudadanía como algunos hacen sin pausa y con las mentiras, las barbaridades y el tremendismo por delante. ¿Qué grado de aceptación tiene el PP, defensor de la «calidad democrática», en tierras catalanas?

El (des)centrado Feijóo es un sonámbulo, con la bandera anti-Sánchez, que deambula penosamente por la política nacional e internacional, pero aún no lo sabe o no quiere saberlo, pese a que su propio partido lo sepa muy bien. Díaz Ayuso, la defensora de la libertad (de tomar cervezas y de no tropezarte con tu ex en Madrid), sigue con una cogorza total que le hace ver un panorama con burbujas. Aguarda el momento de dar el zarpazo y no se quiere enterar de que le falta poco para caer del podio de cartón en el que la han instalado. La capital echa humo en defensa de la sanidad pública y contra sus políticas. No es un simple «boicot». Probablemente, el coste electoral está en marcha. Y el andaluz Bonilla observa cómodo, desde su sillón en la Junta, a ver qué ocurre.

Las derechas, incluida la poca chicha que le queda al caducado grupo del fantasma errante de una doña Inés acompañada por Edmundo Bal, continúan con calentura en pleno mes de noviembre. Lamentables tiempos de cambio climático y de una oposición que solo sabe dar palos de ciego y no construir. «¡Santiago y cierra, España!», podría gritar Abascal. ¿Quién pagará más el coste en las urnas?