Según el diccionario de la RAE: Del gr. ochlokratía. 1. f. Gobierno de la muchedumbre o de la plebe.]

Esta semana, para documentarme para este artículo, he estado leyendo unos cuantos textos de filósofos y pensadores políticos de diferentes momentos de la historia, como Tito Livio, Maquiavelo, Locke, Montesquieu o Rousseau. Pero, realmente, la frase que más me ha impactado no proviene de ninguno de ellos, sino de un famoso cantautor español, filósofo también a su manera, Joaquín Sabina, que en unas recientes declaraciones en una emisora de radio ha afirmado que «Era de izquierdas, pero ahora no lo soy tanto porque tengo ojos y oídos. Luego que las revoluciones del siglo XX fracasaron todas, el comunismo ha sido un desastre y la deriva de la izquierda latinoamericana me duele enormemente».

En esas dos sencillas frases de Sabina se explica de una manera sucinta, pero palmaria, lo que autores muy sesudos, como Francis Fukuyama, apoyado en las teorías hegelianas, han denominado «el fin de la historia». De hecho, con el hundimiento del comunismo se abrió en el siglo XX un debate, aún no resuelto, sobre adonde avanza la humanidad, algo que también se planteaba Maquiavelo en la Florencia del Quattrocento y el Cinquecento.

El erudito florentino tenía una conciencia similar a la de Fukuyama respecto a las repúblicas italianas de la época, que se habían mostrado absolutamente débiles y desorganizadas, sobre todo si se comparaban con la fortaleza de la República Romana. De hecho, durante toda la edad media se había estudiado con añoranza la grandeza de la Roma Clásica y su vasta herencia cultural, especialmente a través del análisis de obras históricas como «Ab Urbe condita», de Tito Livio.

Precisamente, en su obra Los discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo establece ese paralelismo entre Roma y Florencia en los planos institucional, legislativo y militar, seguramente para servir de referencia y de acicate para la reflexión a los jóvenes dirigentes florentinos, en un momento de grave crisis y de gran zozobra (el fallecimiento de Carlos VIII en Italia había puesto fin al periodo de estabilidad que había caracterizado el panorama italiano de la segunda mitad del siglo XV, con el sur controlado por la Corona de Aragón, el centro por la Iglesia y el norte disfrutando de un largo equilibrio entre las grandes potencias regionales, gracias a la Paz de Lodi, de la que fue garante Lorenzo de Medici «el Magnífico»).

Pero antes incluso que Maquiavelo y que el propio Tito Livio, un historiador griego, Polibio (208-122 a. C.), estableció, en el libro VI de sus Historias de Polibio, basándose en sus observaciones de la República Romana (gozó de una excelente relación con Publio Cornelio Escipión Emiliano y con Catón y fue el pedagogo de Escipión Emiliano), las formas de gobierno del mundo antiguo y el peligro más grave que las acechaba y que él definió con el término de anaciclosis, un ciclo dinámico y decadente a la vez, inevitable a causa de la debilidad inherente a cada forma simple de gobierno que acababa degenerándose de modo natural.

Según la teoría de Polibio, esas formas simples de gobierno eran la monarquía, la aristocracia y la democracia. Estas constituciones, para Polibio, no son las mejores y más perfectas. La constitución perfecta sale del sincretismo de las tres, pues según el historiador griego, la monarquía acaba deviniendo en tiranía, la aristocracia en oligarquía, y la democracia en oclocracia.

Los padres fundadores de los Estados Unidos, inspirados en Montesquieu, pero también, aunque no lo citaran de una forma explícita, en Polibio, tomaron buena nota de la deriva que las formas de gobierno pueden tomar y, cuando redactaron su constitución en 1787, tuvieron mucho cuidado en cuanto al establecimiento de un sistema de pesos y contrapesos entre los diferentes poderes del Estado a la hora de diseñar su ordenamiento constitucional.

En España, hasta ahora, también teníamos un sistema democrático, una monarquía parlamentaria, que garantizaba la separación de poderes. Los acontecimientos acaecidos esta semana (y otros, que se suceden a tal velocidad que pronto olvidamos y que no son menos graves, como la posible eliminación de la tipificación del delito de sedición y la modificación del de malversación) respecto a la rebaja de condenas a violadores por la absoluta ineptitud del Gobierno, cuya ministra de Igualdad ha intentando tapar acusando a los jueces de machistas prevaricadores, nos hace pensar que nuestra democracia ya se ha convertido de facto, como temía Polibio, en una oclocracia.

Por eso no me extraña tampoco la decisión que ha tomado el orwelliano «Instituto Valenciano de la Memoria Democrática, los Derechos Humanos y las Libertades Públicas» publicada en el DOGV como Resolución de la no menos orwelliana «Conselleria de Participación, Transparencia, Cooperación y Calidad Democrática», de dar al Ayuntamiento un plazo de un mes para derribar la cruz del Paseo de Germanías y cambiar el nombre de un centenar de calles en Carrús.

Si es que, a la postre, el análisis de Sabina era el más correcto de todos.