El pasado domingo, 20 de noviembre, echó a rodar el balón que inauguró la copa mundial de fútbol masculino 2022 en Catar. Ese mismo día y a la misma hora, la FIFA, Federación Internacional de Futbol Asociado, también puso en funcionamiento sus potentes y carísimas lavadoras para blanquear las violaciones sistemáticas de los derechos humanos que en el país anfitrión se llevaban, y se siguen llevando a cabo

No es la primera vez que la FIFA trata de lavar las vergüenzas de otros países organizadores de otros mundiales. En 2010, en Sudáfrica, se desalojaron, a empujones y manguerazos de agua, a miles de personas que vivían en una zona donde precisamente se tenía que construir un estadio de fútbol. Tampoco dudaron en usar armas de fuego para alejar “según ellos” a los indigentes, a los pobres miserables que, con sus carritos hechos a mano, trataban de vender cualquier cosa para ganarse la vida. Seguramente hacía daño a la vista la miseria de muchos ciudadanos sudafricanos y avergonzaba a los anfitriones. A Rusia, con los muertos de Crimea y Georgia sobre la mesa, con las represiones brutales contra los derechos de reunión, la falta de libertad de expresión y las persecuciones crueles contra las “prácticas sexuales no tradicionales”, la federación de fútbol les premió para ser sede del mundial futbolero en 2018. Y aunque la mugre y los lamparones siguen persistiendo, durante los treinta días que duró el mundial las lavadoras funcionaron.

Seguramente, será porque las lavadoras están llegando al fin de su vida útil, o no han encontrado un buen detergente; el caso es que esta vez a los máximos representantes de la federación de fútbol internacional le salen manchas en su colada. Manchas de sangre provocadas por el sistema Kafala, que domina el ámbito laboral. El Kafala que irónicamente significa “garantías”, ha permitido que los obreros que construyeron estadios e instalaciones para el mundial tuviesen que vivir en situaciones de abusos, de explotación, de trabajos forzados y casi en condiciones de esclavitud que ha provocado la muerte de más de seis mil de ellos. Nada nuevo. Desde que Catar fue elegida sede mundialista más de quince mil extranjeros, trabajadores, han muerto en su suelo, sin dar explicación alguna. Difícil tienen de limpiar las manchas de la homofobia de los dirigentes Catarís que castigan con hasta 10 años de cárcel las prácticas homosexuales. También aparecen una y otra vez las rebeldes manchas de misoginia. Aversión a las mujeres que las obliga a seguir agachadas bajo el yugo machista de los hombres de los que siguen dependiendo para llevar a cabo actos de lo más cotidiano.

Aun así, llenos de manchas aun sucias, llenas de podredumbre, en la FIFA siguen corriendo como “pollos sin cabeza” tratando de esconder y prohibir cualquier acto de manifestación o denuncia de las vergüenzas catarís. Ha prohibido que los daneses lleven en sus camisetas de entrenamiento, no en las oficiales, el lema “Derechos humanos para todos”. Ha mandado cartas a los equipos participantes donde se les pedía o mas bien se les exigía que “Se centren en el torneo. Que no permitan que el fútbol se vea arrastrado a todas las batallas ideológicas y políticas que se ciernen sobre Catar”. Es obvio, la FIFA entre las ganancias o defender los derechos humanos, se decanta siempre por las primeras. No es de extrañar que ahora, después de que los organizadores prohibieran el consumo de cerveza en los estadios y sus alrededores, estén todos en alerta máxima ante la posibilidad de dejar de ingresar los 75 millones de dólares que una marca cervecera les paga religiosamente un año tras otro. Eso sí les preocupa, vaya si les preocupa.

Otra vez, y ya van muchas, el gran encuentro de fútbol a nivel mundial estará manchado por el sufrimiento de miles de personas que no pueden ejercer alguno de sus derechos más básicos. Nada importa mientras la rueda económica de la industria futbolística siga bien engrasada, siga girando y siga generando beneficios indecentes para unos pocos. La falta de decencia del mundo occidental es abrumadora. Se ha instalado en nuestras vidas, en nuestra cultura sin que a penas nos moleste. Pero no deja de ser una indecencia permitir la celebración de este mundial que se apoya, que se sustenta sobre sufrimiento humano.

Créanme, no pretendo amargarles la ilusión, el disfrute y la liberación de preocupaciones que un acto deportivo de esta índole acarrea, y menos con los tiempos que corren. Vean el mundial, disfrutemos de buenos partidos de fútbol, soñemos con una final con España como protagonista. Pero de vez en cuando, desde la comodidad de nuestro sofá, disfrutando de buena compañía, quiten los colores a su televisor y vean trozos del mundial en blanco y negro. No podemos, no debemos olvidarnos de la colada sucia que la FIFA trata de blanquear en Catar.