Aquí pasa algo muy raro. A poco que preguntes a cualquiera, a casi nadie le gusta el periodo navideño. Pero cada año dura más. Estrategias de la sociedad de consumo. Pero es que tenemos agujeros en los bolsillos.

Comencemos por los cristianos. Los creyentes auténticos siempre se han opuesto a esta celebración consumista, que se inicia antes que el Adviento; una barbaridad. Pero ampliemos al 100% de la sociedad, a la agnóstica, pagana, multiétnica y variopinta en la que habitamos: en los últimos cincuenta años ha dado un vuelco de 180 grados, y me refiero a la más cercana, a la nuestra, no a la de Groenlandia.

Las navidades son las fiestas de las reuniones familiares. Pero resulta que las familias, también en Alicante, Elche o Benidorm, están desestructuradas. Las parejas que no se aguantan se separan, y por el camino van quedando hijos repartidos entre cónyuges y abuelos.

A todo esto, fuentes fiables apuntan a que uno de cada tres ya vivimos solos. En esa situación hay de todo: soledad buscada y soledad forzada; la tendencia va en aumento. Ante semejante tesitura, viviendo solo por vocación u obligación, en un contexto de familias desestructuradas a la orden del día, y con una situación económica desgarradora, es normal que para la mayoría de los españoles la llegada de las navidades suponga uno de los periodos más desagradables del año.

Las afrontamos como esos retos que hay que superar. No como algo placentero que se espere con ilusión. Mucho menos con la alegría que pide la celebración. Quienes las viven así, que los hay, son los menos. Como muchos de mis amigos, yo sólo pido quedarme como estoy. Que el lunes 9 de enero no se me haya tambaleado mucho mi argamasa emocional.