Anoche; noche de temor, de terror, soñé con los hombres que no amaban a las mujeres; con una cerilla y un bidón de gasolina… producción onírica.

Despierto, pienso en ellas, mujeres únicas, con vida para vivir, ejecutadas a manos de machistas, enfermos de odio, sedientos de desprecio por todas nosotras. Pienso en quienes las amaban y el tsunami de dolor y sufrimiento que ahoga… ”y aún así, como el aire, me levanto”.

Respiro, a pesar de la desolación, siento esperanza, la de todas las mujeres del mundo y la de muchos hombres, esperanza de paz, justicia, igualdad y libertad.

Cada año, en torno al 25 de noviembre, honramos a quienes han sido ejecutadas por el mero hecho de ser mujeres. Sin embargo, despachar estos crímenes con una iracunda repulsa ¡"son bestias"! es una manera de restarles importancia, es mantener en los márgenes lo que es vertebral, estructural; es insistir en la privatización de los espacios íntimos, tan políticos como cualquier otro espacio. Los crímenes machistas no son consecuencia de expresiones de emociones como el odio, esto los situaría en asesinatos cuerpo a cuerpo. La violencia, aún ejercida por hombres concretos sobre mujeres concretas es estructural, fruto de la desigualdad que ha servido de amalgama del mundo “moderno”, acontece en escenarios impersonales, aún siendo estos escenarios hogares o de las victimas y victimarios.

Debemos desnaturalizar la jerarquía, la supremacía sexual, social, económica, política, jurídica y cultural, acabar con la tolerancia al mandato de masculinidad, la fratría y su pacto silente que legitima, ampara y blanquea todas la formas de dominación y abuso. El germen de la violencia machista más manifiesta es la organización social patriarcal, es el genotipo de nuestro sistema político.

El dominio masculino sobre las mujeres dentro de la familia y la extensión de esta supremacía al resto de espacios sociales, no es un hecho «natural», es el resultado de un proceso histórico, por tanto mutable. El contrato social es un contrato sexual, en el que a las mujeres no se nos consideran individuas, adultas, libres e iguales, y está acuñado or el “hombre” en la idea de que “hombre” es el genérico universal, ¡henchidos de divinidad, la medida de todo lo que es humano!

¿Qué velo nos impide ver la real magnitud de las violencias hacia las niñas y las mujeres? ¿Si el resultado no es el garrote vil, no merecemos ni un minuto de silencio? ¿Por qué salvar la vida y garantizar los derechos humanos a las humanas, no es una de las prioridades en la agenda política mundial?

Desde la Edad de Piedra hasta hoy, glaciaciones de por medio, niñas y mujeres estamos devaluadas simbólicamente; las desigualdades y expropiaciones de nuestro valor es el cimiento patriarcal desde el que se desarrollan todas las instituciones y poderes de nuestra estructura social. Continuamos siendo vulnerables a la agresión letal y a la tortura hasta la muerte. Nuestro cuerpo, territorio de conquista, es controlado o médicamente intervenido buscando la juventud obligatoria o la adaptación a un modelo coercitivo de belleza. No, La dolce vita  no es dónde vivimos.

El sistema de pensamiento patriarcal como gaviota carroñera, sistemáticamente sospecha de nosotras, las no-hombres y, frente a la injusticia intolerable testimoniada, busca motivos, razones, crea performance en las que el victimario es tomado por impulsos patológicos incontrolados e indomables, ¡crímenes pasionales! ¡enfermos¡ Mientras, a nosotras nos siguen preguntando dónde, cómo, cuándo, con quién, por qué no nos fuimos etc., eterna sospecha adánica. ¿Por qué no nos preguntamos por qué él nos agrede?

Mujeres, no hay jaula que nos acerroje… por las aterradas, las torturadas, las ejecutadas por todas aquellas vulneradas… seguimos aullando; vuelve a mi Maya Angelou: “Como lunas y como soles, con la certeza de las mareas, como las esperanzas brincando alto, así… yo me levanto”.