En pocos momentos de nuestra historia reciente se ha vivido una sucesión de crisis de la envergadura, gravedad e intensidad que estamos sufriendo. Son tantas que perdemos, con frecuencia, la perspectiva de los profundos cambios que se están produciendo para tratar de afrontar y dar respuesta a muchos de los efectos que están repercutiendo sobre nuestras vidas.

Sin recuperarnos por completo de la mayor crisis financiera que ha atravesado la humanidad durante la Gran Recesión, nos vimos azotados por una gigantesca pandemia global de COVID-19 que sacudió a todos los países y a la propia economía global como nunca imaginamos, para sufrir después la guerra en Ucrania, con la cadena de efectos que no paran de sucederse: la crisis de la energía, la interrupción de los suministros de gas desde Rusia, la escalada inflacionista y la subida de tipos de interés hipotecarios, la crisis de alimentos y su encarecimiento, la interrupción en las cadenas globales de suministros, sin olvidarnos de una formidable crisis climática cuyos impactos los padecemos cada día en forma de alteraciones en las temperaturas, ausencia de precipitaciones, sequías, junto a cambios atmosféricos y en la naturaleza.

Podría parecer que nos encaminamos hacia el caos. Sin embargo, estamos viendo cómo se está sucediendo una cascada de nuevas políticas que están cambiando en profundidad las reglas por las que avanzaba la economía mundial hasta ahora, siendo numerosos los investigadores y las instituciones que hablan de que estamos transitando hacia un nuevo orden económico mundial, abandonando las leyes y reglas que durante décadas han determinado nuestras vidas.

Desde hace medio siglo, la economía política mundial se ha regido por las normas que conformaban el neoliberalismo, un concepto acuñado en el año 1938, basado en una liberalización extrema de los mercados y una globalización sin restricciones, a costa de limitar al máximo la acción de los estados mediante la austeridad en los presupuestos públicos, junto a un desmantelamiento y reducción del gasto social.

Instituciones mundiales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) o la Organización Internacional de Comercio (OMC) impulsaron de manera estricta estas políticas neoliberales en las últimas décadas, recogidas en lo que se denominó como “Consenso de Washington”, que facilitó de manera agresiva la primacía de la economía financiera y de las grandes corporaciones, la desregulación y las privatizaciones, ampliando las desigualdades mundiales y la subordinación de los países del Sur a los grandes conglomerados económicos del norte.

Son muchos y muy prestigiosos los investigadores que han retratado las consecuencias de estas políticas neoliberales, en términos de progresivo empobrecimiento de las clases medias, con un crecimiento explosivo de grandes riquezas patrimoniales y de renta en manos de cada vez menos personas, junto a una progresiva reducción de los salarios de la mano de una primacía de una economía especulativa en manos de pocos conglomerados financieros con un poder mundial inusitado. El resultado es que la economía se ha alejado, cada vez más, de las necesidades de las personas, alimentando un malestar creciente que ha facilitado el ascenso de la extrema derecha, de populismos y nacionalismos de todo tipo.

Pero desde que estalló la pandemia, los gobiernos mundiales se han visto obligados a poner en marcha medidas diametralmente opuestas, que apuestan por la revitalización y el impulso del Estado, promoviendo políticas sociales de todo tipo, rompiendo con las políticas económicas contractivas para estimular la economía y socorrer a sectores productivos y comerciales en peligro.

Todo ello ha conformado un paquete de nuevas políticas económicas mundiales recogidas en el denominado “Consenso de Cornualles”, que refleja los compromisos asumidos por los líderes mundiales del G7 en la cumbre de Cornualles, celebrada en junio de este año. Este nuevo consenso representa el mayor cambio de rumbo para la economía mundial desde el último medio siglo, al reconocer la primacía del Estado y su revitalización para avanzar hacia una mayor redistribución y consecución de metas sociales a escala internacional, regulando el mercado al servicio del bien común. Todo ello con el propósito de crear una economía más fuerte, más sostenible y mucho más equitativa.

Palabras hermosas que hay que ver cómo se hacen realidad, pero que cambian radicalmente los discursos económicos que se pronunciaban hasta la fecha. Menos en España, donde los dirigentes de la derecha siguen sin enterarse de nada de lo que pasa en el mundo, repitiendo las mismas tonterías desfasadas que la comunidad internacional ha acordado superar.

Este cambio de paradigma de la economía mundial, recogido en el nuevo “Consenso de Cornualles”, recoge tres grandes áreas de trabajo. La primera supone avanzar en la recuperación global del COVID-19 mediante la equidad en vacunas y preparando a la humanidad ante próximas pandemias. La segunda, la recuperación económica pospandémica mediante fuertes programas de inversión estatales creadores de beneficios públicos. Y la tercera, afrontar la crisis climática mediante acciones mundiales de envergadura para la urgente descarbonización y el avance de energías limpias.

En un mundo tan mutable, está por ver si este nuevo consenso avanza, pero el simple cambio de políticas supone un importante paso en el reconocimiento de que el mundo neoliberal, tan dañino, no ha funcionado.