Estoy hipnotizado por Emilio Lledó. Tras la estela de obra y pronunciamientos he seguido sus pasos por Alemania, Estados Unidos y este país de nuestras cositas. Nacido en el 27 se encuentra pues en una década especialmente prodigiosa. Lo que más me ha atraído de él es la sencillez con la que desnuda los vericuetos más intrincados entre los que nos debatimos a diario. Para este profe vocacional que rebosa frescura por todos los poros del entendimiento «somos eso que los seres humanos han creado, que se llama literatura, filosofía, ciencia». Y, claro, no te queda otra a renglón seguido que reflexionar sobre el grado de memez de quienes siendo poseedores de tal privilegio lo desprecian.

A través del altavoz por donde resuena la vida pública oyes cada fantochada, cada perversión, cada ignominia que resulta difícil sorprenderse de que los estudios de opinión destapen que una parte considerable de nuevas generaciones siga anclada en modos de comportamientos irracionales y demoníacos y los asuma como lo más natural del mundo. Rechina y te pone de mala leche porque, por muy irracional que sea, está ahí y no deja de salir a la superficie en los trances más oscuros que es capaz de protagonizar el ser humano. Así que cómo no va a acudir uno a este maestro de la sensatez: «Sí, porque lo importantes es lo que pensamos, lo que leemos, lo que soñamos, lo que aspiramos y, sobre todo, esa perspectiva que parece utópica y que no lo es, de justicia, de verdad, de belleza que constituye algo que hemos creado y que debemos seguir sabiendo gozar, experimentar y sentir».

Hay temporadas en las que dudas que el Homo erectus evolucionara a Homo sapiens y no al revés y, atento a las diatribas , es ahí cuando este pensador pone el dedo en la llaga: «Los errores individuales no tienen mayor trascendencia, pero un error capital de falta de inteligencia, sensibilidad u horizontes en un político que rige la vida de una sociedad es catastrófico. Hay que evitar que gente así llegue al poder». Se hará lo que se pueda, don Emilio.