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Eduardo Jordá

El árbol de la ciencia

FIFA World Cup Qatar 2022 - Group A - Qatar v Senegal IBRAHEEM AL OMARI

Hace una semana, cuando se inauguró el Mundial de Qatar, el presidente de la FIFA acusó a los países occidentales de «hipocresía» por criticar la situación de los derechos humanos en Qatar sin haber pedido perdón «por las cosas que los europeos han hecho al mundo en los últimos tres mil años». Entre estas cosas feas, que no nombró, el presidente de la FIFA debía de estar pensando en el machismo, el colonialismo, el racismo, la desigualdad económica, la discriminación social y todos los demás «ismos» que la ideología «woke» considera males exclusivos de Occidente. Por lo visto, el racismo sólo existe entre europeos y no ha sido ejercido jamás por otras culturas en otras partes del mundo. Y por lo visto, la única sociedad que ha promovido el machismo y la desigualdad ha sido la europea, ya que como todo el mundo sabe los aztecas eran «gender-fluid» poliamorosos que se comían los corazones de sus víctimas para declararles su amor, un amor tan insaciable que obligaba al enamorado a zamparse literalmente a la criatura amada.

En fin, estaba claro que las ideas de la cultura «woke» iban a ser aprovechadas para desacreditar los valores morales de Occidente y defender las posturas más supersticiosas y reaccionarias de todas aquellas culturas -empezando por las teocracias islámicas- que se niegan a aceptar los avances de la Ilustración. Era cuestión de tiempo. Y no hacía falta ser muy listo para verlo venir, aunque la verdad es que no andamos muy sobrados de inteligencia en estos tiempos. La prueba es que la cultura «woke» se ha vuelto la ideología mayoritaria en universidades y en centros de cultura de Europa y Estados Unidos, cosa que debería ponernos los pelos de punta. Porque es inaudito que gente con un mínimo de conocimientos históricos defienda que el racismo y el machismo son creaciones exclusivamente europeas. ¿O es que la China de la dinastía Ming, con sus mandarines y sus ciudades prohibidas y las innumerables concubinas del emperador, era una comuna libertaria regida por mujeres? ¿O es que los árabes no participaron en el tráfico de esclavos? ¿O es que los incas no ocuparon y destruyeron a docenas de pueblos vecinos?

Lo extraño del caso es que no hay rastros de cultura «woke» en los países islámicos o en China o en la India. Ninguna de estas culturas -que sepamos- reconoce los crímenes de su propia tradición cultural, que ha tenido los mismos ingredientes de colonialismo y racismo y machismo que la herencia europea, sólo que a más pequeña escala (en algunos casos), pero con las mismas terribles consecuencias para quienes los han padecido. Cualquiera que tenga dos dedos de frente debería saber que el racismo y el machismo son males universales, y si no, que le pregunte a un padre marroquí qué haría si su hija le dice que se quiere casar con un hombre de raza negra. O que le pregunte a un chino sobre los uigures musulmanes, a los que tienen encerrados en campos de concentración que no distan mucho de las salvajes explotaciones de caucho del rey Leopoldo en el Congo. O que le pregunte a un hindú de piel blanquecina sobre los «intocables», a ver qué dice.

Lo que pasa es que nuestra cultura occidental es la única cultura que se fundamenta en el concepto de culpa, y por eso mismo hemos desarrollado la cultura «woke» que no ha aparecido en ningún otro lugar del mundo. La idea del árbol de la ciencia del bien y del mal -esa idea recogida en el Libro del Génesis- no existe en ninguna otra tradición cultural. Casi todas las culturas humanas creen en el arquetipo del árbol de la vida, también presente en el Génesis, que es el símbolo de la vida y la fertilidad (e incluso la inmortalidad). Pero sólo la cultura judeo-cristiana tiene como fundamento el arquetipo contrapuesto del árbol de la ciencia del bien y del mal, que asocia todo conocimiento a la idea de pecado y a la idea de culpa. Recordemos que la serpiente le dice a Eva: «El día en que comáis del árbol serán abiertos vuestros ojos y seréis como dioses y conoceréis el bien y el mal». ¡Seréis como dioses! A menudo me he preguntado qué mente humana imaginó por primera vez el mito del árbol de la ciencia en el Jardín del Edén. ¿Fue una mujer? ¿Un anciano? ¿Un adolescente? ¿Fue alguien más o menos cultivado o alguien que lo soñó en una visión sobrenatural? ¿Fue una sacerdotisa, un chamán? Nunca lo sabremos, pero quien imaginó ese arquetipo cultural hizo un descubrimiento comparable a la teoría de la relatividad.

El árbol prohibido es el árbol de la conciencia, el árbol del conocimiento, el árbol de la curiosidad intelectual. Y alcanzar el conocimiento tiene un precio muy elevado, así que Adán y Eva son expulsados del paraíso. El conocimiento significa infracción, la infracción significa pecado y el pecado significa culpa. Si abrimos los ojos, si conocemos, si nos hacemos adultos, si aspiramos a ser como dioses, perdemos la inalterable serenidad de la ignorancia. Y de ahí venimos los europeos: del árbol de la ciencia y del deseo de ser como dioses. Y por eso hemos podido inventar el cristianismo y la Ilustración y el respeto a los derechos humanos, esa culpa hipócrita de la que, por lo visto, deberíamos arrepentirnos en opinión del honorable presidente de la FIFA.

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