Aunque el régimen mantiene la pertinaz política de «cero covid», China está registrando en estos momentos el mayor número de casos diarios desde que se presentó la pandemia. La cifra total de fallecidos transmitida a la OMS es tan baja como ilusoria según expertos y un porrón de habitantes pertenecientes a comunidades que son encerradas por algún brote aislado no saben si dentro de este sinvivir es mejor morirse. De hecho han salido a la calle a desafiar a las autoridades y eso no es más que jugársela. Un joven manifestante relataba en las últimas horas su intención de proclamar estar harto sin meterse con el gobierno y que no pensaba que la policía fuese a cargar contra los descontentos, ignorante de lo ocurrido a miles de arrojados treinta y tantos años atrás en la plaza de Tiananmén cuya huella ha sido conveniente borrada.

   Lo que lleva soportado aquellas gentes es para echarle de comer aparte. En medio de este periplo fantasmagórico en el que se debaten se ha visto a cientos, miles de personas salir despavoridas de un centro comercial al correrse la voz de haber sido detectado un caso con tal de alcanzar el aire libre antes de que las encierren. Más de un vecino ha dejado a su criatura en casa para bajar en un pis pas a comprar al súper y al volver se ha encontrado la vivienda confinada. En la mayoría de las retransmisiones de los partidos que llegan desde Qatar, las imágenes de la grada abarrotada aparecen difuminadas para que no se constate que por ahí el personal anda sin mascarilla. Y, claro, la chispa final ha saltado tras morir diez personas en el incendio de un edificio por las dificultades de acceso con las medidas de rigor y tener que hacerse además los bomberos la peceerre antes de conectar la sirena.

   Parece normal quedarse pasmado ante lo que ocurre en esta gran potencia. Dadas las últimas decisiones en cierto campo, debe estar a punto de caerle un Mundial.