La entrevista a la yugular

El periodismo es la conversación eterna de una persona con otra, en que el entrevistador intenta sorprender al entrevistado para regocijo de la audiencia, sin provocación no hay verdad

Irene Montero.

Irene Montero.

Matías Vallés

Matías Vallés

La MTV organiza un foro con el presidente Bill Clinton. Una de las jóvenes asistentes le formula su pregunta al inquilino de la Casa Blanca:

-Todo el mundo se muere por saberlo, ¿son calzoncillos boxers o briefs?

Y aquí es donde usted decide si sigue leyendo, o si se suma a la campaña que exige cuestionarios blandos y decentes, con la sorpresa relativa de que la imposición surja de la izquierda radical. Se puede apostar con internet, la única propietaria del veredicto definitivo sobre la fidelidad a un texto, que la mayoría de lectores que han llegado hasta aquí no se quedarán sin la respuesta:

-Normalmente briefs, admite el presidente Clinton ante el regocijo de la audiencia universitaria. A continuación mueve la cabeza con tono de fingido reproche, para rematar con sorna que «no puedo creerme que se haya atrevido a preguntarme eso».

La exigencia de cuestionarios blandos es una nueva censura previa, con la sorpresa relativa de que la imposición surja de la izquierda radical

Debe constar que existía la opción de no leer, olvidada por los inquisidores. Al margen de mostrar a un maestro de la comunicación en directo, la traducción al castellano de la escena demuestra que el periodismo es la conversación eterna de una persona con otra, donde el entrevistador intenta sorprender al entrevistado, («no puedo creerme...»), para regocijo de la audiencia. Sin provocación no hay verdad y, en contra de lo que pretende la ministra Irene Montero, su país no anda sobrado de practicantes de la «entrevista a la yugular». Este término fue acuñado por la imprescindible Janet Malcolm para definir al periodista como un profesional siempre dispuesto a ganarse la confianza de su víctima para mejor empujarla al vacío.

El texto canónico de Malcolm sobre la actitud del informador aparece en la introducción a El periodista y el asesino. «Todo periodista que no es demasiado estúpido o demasiado soberbio para no enterarse de lo que sucede, sabe que lo que hace es moralmente indefendible. Actúa como algo parecido a un confidente, que se aprovecha de la vanidad, ignorancia o soledad de las personas, para ganarse su confianza y traicionarlas sin remordimientos».

Estas líneas han generado el debate suficiente para llenar una enciclopedia, por lo que puede ser más útil remitirse a ejemplos concretos de la entrevista a la yugular, para analizar qué se perdería la sociedad al prohibirla. El ya jubilado Jeremy Paxman ha sido el practicante europeo más excelso de esta disciplina torera, por recurrir a otra metáfora de Malcolm sobre la relación entre el periodista y su presa. El presentador del programa Newsnight de la BBC le repitió catorce veces la misma pregunta a Michael Howard, a la sazón ministro del Interior, ante la ausencia de una respuesta concreta. Se puede calificar de tortura o de exigente búsqueda de la verdad, a menudo según la proximidad ideológica al entrevistado.

Paxman entrevistó a Tony Blair en plena guerra de Irak en 2003. La pregunta que definió aquella entrevista aprovechaba la religiosidad manifiesta de ambos gobernantes:

-¿George Bush y usted rezan juntos cuando están a solas?

Blair no se descompuso, más allá de un «Come on, Jeremy». A continuación vino la respuesta oficial:

- No, Jeremy, no rezamos juntos.

Otra vez, el neopuritanismo encontraría argumentos para desaconsejar preguntas abruptas como la anterior. Y por supuesto, ni las entrevistas a la yugular garantizan la obtención de la verdad siempre relativa a que puede aspirar el periodismo. De hecho, Paxman se jubiló porque «Veinticinco años de escuchar a gente diciendo tonterías (o gilipolleces) en Newsnight me parecen suficientes». Es un gran resumen de la carrera periodística más frecuente.

La entrevista «a muerte», otro concepto acuñado por Malcolm en su entrevista, adquiere dimensiones suicidas en sus ejemplos valerosos. Mike Wallace, que permaneció hasta los 86 años al frente de los fragmentos más audaces de 60 Minutes, también fue criticado por la excesiva dureza de sus interrogantes. Al margen del aval de la audiencia masiva del programa que inventó el magazín televisivo, no sobran los periodistas capaces de encerrarse con Jomeini y sus secuaces para plantearle una pregunta brusca al ayatolá de ayatolás:

-¿Es usted un terrorista?

Por si existe alguna prevención al respecto, la entrevista o el monólogo a la yugular se hallan en franco retroceso. El paladín izquierdista del género es Bill Maher, un progresista radical que se ha renovado castigando los excesos de la izquierda, y a quien el ministerio de Igualdad dedicaría en España un anuncio semanal. Las intervenciones del comunicador norteamericano son deliciosamente incorrectas, y están animadas por una energía incombustible. En concreto, la rabia ante la hipótesis de que la derecha llegue a ganar las elecciones por la gazmoñería de sus rivales.

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