Políticos adolescentes

Colegio La Salle de Palma.

Colegio La Salle de Palma. / MANU MIELNIEZUK

Todo es política. Todo se quiere hacer pasar por el tamiz de ideologías arrendadas al poder y diluidas en la ambición inmediata de quienes las gestionan con escasas convicciones ciertas. No hay nada, ni lo más elemental y sencillo de la vida, que escape a esa opresiva sensación de que lo más ordinario de ella deba someterse a los cánones de la corrección política impuestos por los profesionales de ese oficio que es hoy la mal llamada carrera política.

Lo sucedido en el colegio La Salle de Palma de Mallorca es paradigmático. Una bandera de España, colgada por unos adolescentes en plena efervescencia del triunfo de la selección frente a Costa Rica, fue objeto de actitudes por parte de una profesora y del mismo centro, tan absurdas, como ajenas a la normalidad, a la espontaneidad de lo común. La profesora, imbuida, parece ser, por sus sentimientos independentistas, por su rechazo a la enseña nacional, ordenó descolgar la bandera y, ante la negativa de los alumnos a someterse a una directriz de carácter político donde no tocaba, los expulsó, a los treinta, con el apoyo del centro, del gobierno balear, del parlamento insular y de la clase política toda, que penetró indebidamente en lo que no debía, en un acto juvenil fruto de lo que es normal a esa edad sana en la que se piensa y siente con la naturalidad propia de años que todos debemos recordar.

Que un acto adolescente de lugar a que las instituciones autonómicas se reúnan, pronuncien, condenen, apoyen y critiquen, es demostrativo del esperpento en que hemos caído y del escaso sentido común de quienes nos gobiernan.

Lo de las redes sociales, con sus reiteradas amenazas, insultos, odio en suma, no merece ni una palabra y mucho menos la intervención de la Fiscalía. Que los locos que siempre han sido y ahora encuentran un lugar idóneo para mostrar sus deficiencias hagan lo que es consustancial a su condición, solo debería generar la indiferencia. Seguramente si les restáramos importancia dejarían de exhibir sus estupideces.

Todo lo sucedido es un absurdo que, lejos de quedar en lo que era, demuestra que la sociedad debe huir de un ambiente que perturba nuestras vidas, nuestra libertad. Política no es, ni puede ser la uniformidad social o la fragmentación social conforme a las pautas que marquen quienes gestionan los partidos puestos al servicio del poder. Política es economía, solidaridad e igualdad, es decir, sanidad, educación, justicia y pensiones, dejando a la plena libertad de cada cual su desarrollo humano, sin intervenir en materias que deberían formar parte del ámbito personal y plural. Y, sobre todo, convivencia, pedagogía del respeto y prudencia.

Sin darnos cuenta hemos sucumbido al ideal soñado por quienes viven de eso, a la tormenta perfecta provocada por quienes necesitan de la lealtad y fidelidad, basada en la fe plena en unos y el rechazo a los otros y nos hemos sometido a la simpleza de sus pretensiones. Hemos hecho dueños de nuestras vidas a quienes no tienen capacidad, ni formación, ni valores contrastados para servir de eje y directriz de nuestras vidas, pensamientos y deseos. Nuestro lenguaje, nuestros reales sentimientos, quedan supeditados a lo establecido por la fracción en la que militamos y solo en voz baja, entre amigos, osamos mostrarnos como somos, diciendo lo que en público callamos por miedo a perder nuestra identidad y pertenencia a la manada de la que somos parte necesaria para sobrevivir en un mundo esclavizado por la política que todo lo arrasa y domina.

Hay que ser de los “hunos o los hotros”, como decía Unamuno. O quedar excluido entre calificativos soeces y nada representativos de la personalidad, siempre compleja, de cada cual.

Lo de Palma era un simple acto juvenil, sin más trascendencia que la que tenía. Darle otra relevancia es impropio de una profesora, a su vez claramente obsesionada por su catalanismo, que es respetable, pero que, vista su reacción, se ha convertido en una obsesión. Que todas las instituciones entren en este asunto sin mayor relevancia, demuestra que la estupidez inunda la política y que los ciudadanos debemos darle el trato que se merece: la espalda, el desprecio incluso ante la escasa seriedad con la que tratan nuestros asuntos y su pretensión de hacerse nuestros dueños.

De esta estupidez sacada de su lugar se han sucedido conclusiones que revelan el despropósito que constituye el modo de actuar de los líderes políticos y de algunos que lo son de opinión. Los ataques viscerales al independentismo, no a la profesora en concreto, a la Iglesia pidiendo que sea más española –como si la Iglesia, que es universal, tuviera que ser patria-, a la derecha ultra, a la izquierda desnortada.

Bien está que las críticas que se hagan a lo importante se carguen de intensidad, pero que un acto juvenil haya desencadenado todo un drama, es el ejemplo de que algo no va bien, de que se nos está yendo de las manos. Y, sin duda, de que lo que necesitamos no es la simple alternancia de poder, sino un cambio profundo en los partidos y en su forma de hacer política. Cambiar el titular no significa nada si seguimos en esta deriva irracional, en el descontrol de la voluntad y en el absurdo elevado a la categoría de normal.

Dejen a los jóvenes que sean jóvenes y que los mayores se comporten como tales. Es su obligación.