Tribuna

El colorín

Miguel Ángel Santos Guerra

Miguel Ángel Santos Guerra

Mi querido amigo chileno Arnoldo Fuentes, me contó en mi última visita a la ciudad de Temuco que, cuando estudiaba Primaria, era un niño colorín. En Chile se utiliza el simpático nombre de colorín para lo que nosotros en España decimos pelirrojo. Ahora, a sus cuarenta y tantos, ya no quedan rastros de aquella peculiaridad. Por eso le expresé mi sorpresa.

En un primer momento no entendí lo que me quería decir.

- Cuando tenía diez años yo era colorín.

- ¿Qué quieres decir con colorín?

- Vosotros decís pelirrojo.

- Sí, yo era pelirrojo. Estudiaba en un colegio de curas solo para chicos. Un lugar donde te molestaban por todo, si eras distinto: flaco, gordo, chico y… colorín, por supuesto. La profesora me vio un poco triste por ser objeto de reiteradas burlas y me llamó para hablar conmigo. Me transmitió la seguridad de que ser distinto era algo excepcional y positivo. Me dijo: ¿has visto cuántos compañeros tuyos tienen tu mismo color de pelo? Y yo respondí: ninguno. ¿Y en los cursos paralelos? Ninguno., dije. ¿Y en toda la escuela? Ninguno, volví a responder. Y ella me dijo: tú eres especial, eres único, no hay nadie como tú, no hay más colorines en este colegio y eso te convierte en alguien diferente porque todos te ven a ti, no eres invisible como muchos de este colegio. Me dijo que yo era un niño muy especial, porque era distinto a todos los demás. Yo me lo creí a pie juntillas. Tenía algo que me hacía diferente y, por consiguiente, más visible, más valioso, más querible.

He aquí una intervención auténticamente educativa. En lugar de dar pie a que esa peculiaridad se convirtiese en un objeto de burla, convirtió el color de pelo de su alumno en un motivo de distinción. El niño se sintió orgulloso de su condición excepcional. Algo tan ostensible como el color del pelo, que no se puede ocultar, él podía exhibirlo con orgullo. Su profesora le había hecho sentirse bien consigo mismo. A partir de ese momento se sintió orgulloso y no acomplejado. 

Muchas veces ocurre lo contrario. El niño pelirrojo se siente avergonzado y es objeto de burlas de todo tipo. Como es distinto, como no es igual que todos, como es llamativo, es fácil zaherirlo y reírse de él. No es difícil imaginarse al grupo de hostigadores gritando a coro entre risas:

- Co-lo-rín, co-lo-rín, co-lo-rín.

Qué hermosa e inteligente la intervención de la profesora del pequeño Arnoldo. “Qué suerte tengo: soy colorín”, pensó al salir de la conversación con su maestra. Un motivo para ser admirado, no vituperado, para ser querido, no para ser odiado. Ella transformó las burlas en manifestaciones de admiración.

Con sus propias palabras: «Esta reflexión me ayudó muchísimo a tener seguridad y a creerme realmente especial. Ella puso en mí algo que me hizo disfrutar el ser distinto a todos».

Esto tiene que ver con la visión que tenemos sobre la diferencia. Casi siempre la consideramos una lacra, una carga, una desgracia. El que es distinto es rechazado, señalado como algo anormal. Pero en una perspectiva negativa. Un inmigrante no es un autóctono defectuoso, un niño negro no es un niño blanco defectuoso, un joven homosexual no es un heterosexual defectuoso, un niño colorín no es un niño rubio defectuoso…

Alguna vez he utilizado, en conferencias y escritos, una ingeniosa metáfora para hacer patente la idea de lo importante que es optar por una mirada positiva sobre la realidad. Se titula «Asamblea en la carpintería». Dice sí:

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.

El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar, ya que hacía demasiado ruido y además se pasaba todo el tiempo golpeando.

El martillo aceptó su culpa, pero pidió que fuera expulsado el tornillo ya que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Dijo que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

Y la lija estuvo de acuerdo a condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se la pasaba midiendo a los demás como si fuera el único perfecto.

En eso entró el carpintero, se pudo el delantal e inició su trabajo. Y utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un hermoso juego de ajedrez.

Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho y dijo: «Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos en nuestros puntos malos y concentrémonos en los puntos buenos».

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, que el tornillo unía y daba fuerza, que la lija era especial para limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.

Es fácil encontrar defectos, cualquiera puede hacerlo. Pero encontrar cualidades eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos.

Hasta aquí la metáfora. Una forma de mostrar cómo es posible centrar la atención en las dimensiones negativas o en las positivas de las cosas y de las personas. Y qué diferencia existe de tomar una opción u otra.

Claro que el martillo hace ruido, claro que al tornillo hay que darle vueltas, claro que la lija es áspera y es cierto que el metro es imprescindible para medir. Si esas características se ignoran y se pone el énfasis en las dimensiones positivas, como la fuerza, la capacidad de unión, la eliminación de asperezas y la exactitud, podemos conseguir lo que pretendíamos.

No sé si alguna vez he contado en este espacio la historia de dos empresas de calzado que enviaron un representante a realizar un estudio de mercado a la misma zona de África. Después de realizar la explicación pertinente, enviaron un informe a sus respectivas empresas. El delegado de una empresa, después de exponer el resultado de sus trabajos de diagnóstico, cerró su informe diciendo: en definitiva, el futuro de la venta de calzado en esta zona, no puede ser más desalentador. No se venderá ni un par de zapatos en muchos años. El delegado de la segunda, terminó su informe diciendo: El futuro del mercado en esta zona, no puede ser más prometedor. Se venderá todo lo imaginable y mucho más. La causa fundamental es que aquí todo el mundo anda descalzo.

Los informes de ambos representantes han explorado en la misma zona, han recogido los mismos datos, pero han llegado a conclusiones opuestas. Lo cual nos dice que la realidad se puede interpretar de diferente (y en este caso opuesta) manera. Pero hay más: los informes no solo hablan de la realidad, hablan también de sus autores. Uno se considera incapaz de persuadir a una persona a que se compre unos zapatos y el otro se considera muy capaz de convencer a alguien de que es más económico comprarse un par de zapatos que hacer una alfombra de tamaño universal o hacerse daño en los pies descalzos.

Quiere esta historia decir que dos profesores pueden conocer a un mismo colorín y uno puede entender que esa persona tiene que afrontar una desgracia y otro puede concluir que esa persona ha tenido una gran suerte. Esa actitud habla de diferente manera del colorín, pero habla sobre todo de quienes son los profesores.

Muchos casos de bullying en las escuelas se cimientan en algún defecto físico: orejas grandes, cojera, dientes saltones, peso excesivo, peso liviano, nombre poco común, nariz aguileña, labio belfo, tartamudeo, color de la piel, pequeña estatura, gran estatura… A esas características se les suele buscar un mote ingenioso, que se utiliza como un arma con la que se hiere a la persona.

Me imagino al pequeño Arnoldo mirándose orgullos en el espejo cada mañana. 

- Qué suerte he tenido, qué guapo me veo.

Su profesora había hecho un pequeño milagro. Había evitado lo que para otros niños podría haber sido un calvario y había conseguido que se sintiese feliz por ser especial.

Quiero agradecer al protagonista de esta historia  que la haya compartido conmigo. Lo que ha hecho posible que hoy la comparta yo con mis lectores y lectoras. Una buena lección para las familias y para las escuelas. Y colorín, colorado, que esta historia se ha acabado.