En pocas palabras

El placer de abrir el correo

Uno de los buzones de Navidad instalados por Correos.

Uno de los buzones de Navidad instalados por Correos. / Información

Antonio Sempere

Antonio Sempere

Abrir el buzón de toda la vida y encontrar cartas escritas a mano era un festín para quienes celebrábamos el género epistolar. Las costumbres fueron cambiando, y tras un periodo de cohabitación más breve del que quisimos, nos pasamos al correo electrónico. Al principio seguían siendo tan sustanciosos como las cartas convencionales. Los remitentes se esmeraban en redactarlos con idéntico esmero. Pero no hay mal ni bien que cien años dure. Transcurrida una década, vino el tío Paco con las rebajas. Llegaron las nuevas tecnologías y los correos comenzaron a viajar por otros medios. Ya no era preciso leerlos en las pantallas grandes de los ordenadores o en los equipos de los portátiles.

Casi sin darnos cuenta llegó el día en que dentro del teléfono móvil cabía todo Internet, y en él, como una aplicación más, casi en desuso, el correo electrónico. ¿De qué sirven los emails a quien vive inmerso en la era del whatsapp, en la mensajería instantánea, en la fotografía y el chascarrillo compartido en tiempo real?

No es mi caso. Mi teléfono móvil continúa siendo solamente un teléfono móvil. Prehistórico. Cuando me pregunta por qué tengo mis motivos. Separo muy bien mi tiempo de navegación de mi tiempo en la vida real. Sobre todo, no me quiero perder por nada del mundo ese rato tan especial, acotado, dedicado a abrir el correo. Que no tiene nada que ver con mirarlo al tuntún sacando la Tablet del bolsillo sin darle la menor importancia.

Atender los emails personales y contestarlos desde una pantalla, en un teclado grande, es uno de esos pocos placeres que todavía quedan en la vida. Me molestan los receptores que los infravaloran, mirándolos de reojo en el móvil, sin abrirlos siquiera ni contestarlos, excusándose en que no los han visto.