Año nuevo, ¿vida nueva?

Felipe VI pronuncia su discurso de Nochebuena.

Felipe VI pronuncia su discurso de Nochebuena. / Ballesteros

Antonio Colomina Riquelme

Antonio Colomina Riquelme

En mis años jóvenes al llegar estas fechas se pronunciaba mucho la frase, Año nuevo, vida nueva. Ahora se dice menos, la gente sabe mucho más y es consciente de que los buenos propósitos no dejan de ser eso, buenos propósitos. Los cambios tampoco son fáciles de llevar a cabo.

Recuerdo en mi niñez a fumadores empedernidos que consumían una o dos cajetillas diarias de Ideales —llamado también “caldo de gallina”— que se liaban en papel de fumar Bambú; en la primera semana del mes de enero se les veía por la calle con un ‘cigarrillo’ de mentol en la boca. Otros con poder adquisitivo más modesto recurrían a la alternativa de aquellos puritos hechos de regaliz. Cuando alguien veía a un conocido o amigo con ese ‘pitillo’ entre los labios que imitaba a un cigarrillo siempre le soltaba en tono irónico: “¿Qué, año nuevo, vida nueva, no?”. Y es que todo el mundo sabía que el sabor a menta o a regaliz acabaría hartándole y volvería a la perniciosa nicotina del “caldo de gallina” o del puro Farías.

Algo similar les ocurría a los aficionados al juego o las bebidas alcohólicas, o ambas cosas a la vez, se hacía el propósito de dejarlo al llegar el 1 de enero, pero como siempre, la inmensa mayoría regresaba a sus adicciones. Es natural. El ser humano crece y se habitúa en torno a un círculo muy difícil de salir. Cuando desea romper ese círculo, para bien o para mal, no suele encontrar la ayuda necesaria porque los que se la pueden prestar padecen el mismo problema que él. De todas maneras, no está mal que al menos se intente; si al final alguno lo consigue, mejor eso que nada.

En este año que entra de 2023 seguimos arrastrando una crisis que pesa como una losa atada al cuello. Un gobierno que ha ido navegando con rumbo ominoso y un presidente con delirios de grandeza, rodeado de una corte de aduladores, cuando no de ineptos que, con tal de permanecer en la mesa del Consejo de Ministros, alaban y secundan las erróneas decisiones del embaucador. Es cierto que el conflicto bélico que se ha instalado en Ucrania ha empeorado la situación económica en Europa; pero nadie les ha dicho a los políticos que gobernar sea fácil, lo que hay que tener son buenas ideas y saberlas llevar a la práctica. Con mil doscientos asesores que existen en la Moncloa nadie ha tenido el valor de manifestar al presidente que debe dar ejemplo de austeridad, reduciendo el número de ministros, no usando los aviones o helicópteros oficiales para actos partidistas o de ocio, malgastando el dinero público.

S.M. El Rey, en el saludo a los españoles de Nochebuena, apela -como siempre- a la unidad entre la clase política. Eso, de producirse, habría que calificarlo como un hecho milagroso. El sistema que rige en España, donde se pueden legalizar partidos políticos que atentan contra la Constitución, donde sus miembros juran o prometen “cumplir y hacer cumplir la Constitución” ante el Rey, y luego despotrican públicamente contra esos pilares del Estado democrático, es imposible esa unión que pide el Jefe del Estado.

Las injusticias están a flor de piel, se escucha constantemente a la opinión pública que un inmigrante que no ha cotizado nunca percibe del Estado una paga superior a un español con 35 o más años cotizados. Tampoco nos olvidemos del trabajador que, con miles de esfuerzos ha pagado su casa y ahora viene un okupa y se apodera de ella sin que su dueño pueda recuperarla en años.... y así sucesivamente.

Ante esta disyuntiva y con la ilusión puesta en el año que vamos a estrenar, trataremos de ponernos el 1 de enero de 2023 el ‘purito’ de regaliz en la boca y pronunciar aquella frase de antaño: Año nuevo, vida nueva. Pero esta vez no para dejar nuestras adicciones, sino para poner las esperanzas en unas leyes justas, la recuperación del empleo, el restablecimiento del prestigio como nación y recobrar el respeto que España tuvo en el concierto internacional.

Feliz Año Nuevo.