¿Y de qué me dabas clase?

Reloj de la Puerta del Sol.

Reloj de la Puerta del Sol. / Jesús Hellín - Europa Press - Archivo

Miguel Ángel Santos Guerra

Miguel Ángel Santos Guerra

Treinta y uno de diciembre. ¿Un año más o un año menos? Es igual y no es igual. Pensar y sentir que tenemos un año más encierra una visión optimista. Lo hemos vivido, lo hemos disfrutado o lo hemos sobrellevado pero, afortunadamente lo tenemos ya en la mochila de la vida. Pensar y sentir que tenemos un año menos desvela una actitud pesimista, negativa. Lamentablemente hemos consumido un año de los que nos quedan. Y cada vez quedan menos.

Las campanadas de fin de año son un eficaz recordatorio de que el tiempo pasa. Dejamos atrás el año 2022 y se abren las puertas del nuevo año. Hay un estallido de júbilo cuando escuchamos las doce campanadas porque seguimos vivos y entramos en la nueva etapa que, culturalmente, dividimos en doce meses.

El tiempo pasa inexorablemente y deja sus huellas en nuestro cuerpo y en nuestra mente. ¿No te ha pasado alguna vez que has mirado a una persona de tu edad y has pensado que tú no puedes parecer tan viejo?

Dos amigos se encuentran después de muchos años sin verse. Y uno le dice al otro mirándole fijamente a la cara:

Déjame que vea cómo estoy.

No dice cómo estás sino como estoy. Porque piensa que la cara del amigo va a servirle de espejo. Todo el mundo sabe que el tiempo nunca pasa en balde. Nos miramos todos los días en el espejo. No pasan años sin vernos y, de pronto, encontramos en el espejo un rostro desconocido. Los cambios son imperceptibles pero inexorables.

Hace poco que he conocido esta simpática historia que la relata la protagonita: Mi nombre es Alicia. Ya tengo acumuladas muchas Nocheviejas. No hace muchos días estaba sentada en la sala de espera de un dentista. Era mi primera cita con él. En la pared estaba colgado su diploma, con su nombre completo y sus dos apellidos. De repente, recordé a un muchacho alto, buen mozo, pelo negro, que tenía el mismo nombre y apellidos y que estaba en mi clase de Santa María del Bosque cuarenta años atrás. ¿Podría ser el mismo chico del cual yo estaba secretamente enamorada?

Después de verle en el consultorio, rápidamente deseché estos pensamientos. Era un hombre calvo, su escaso pelo estaba canoso, su cara estaba llena de arrugas y parecía muy viejo para ser mi compañero de clase.

Después de revisarme la boca, por si sonaba la flauta, le pregunté si se había graduado en Santa María del Bosque. Y me llevé la gran sorpresa.

Sí, sí, respondió con cierto orgullo.

Sorprendida, le pregunté:

- ¿En qué año te graduaste?

- En 1980. ¿Por qué me lo preguntas?

Entonces yo le dije:

Porque tú estabas en mi clase.

Me miró detenidamente. Y entonces, ese feo, calvo, arrugado, gordo, canoso, decrépito e hijo de puta, me preguntó:

¿Y de qué me dabas clase?

Creo que las mujeres están más presionadas por la imagen que ven en el espejo cuando se miran cada mañana. Es el tributo que tienen que pagar por la tiranía de la belleza. La presión social es muy poderosa. Las mujeres se sienten presionadas por la exigencia de presentar siempre una imagen atractiva.

Cuando nos dicen que estamos bien conservados, nos están recordando que tenemos la edad de estar en conserva. Nunca oiremos esta expresión destinada a un joven o a una joven de quince años. Estar bien conservado quiere decir que, para la gran cantidad de años acumulados, no estás tan decrépito como debieras.

Pasamos media vida deseando ser mayores. Y la otra media añorando la etapa en la que no habíamos llegado a la edad adulta. 

En el excelente libro de Ziv titulado “El sentido del humor” se cuenta una anécdota atribuida al escritor francés Edmond Rostand. Se cuenta de él que el día que cumplió su ochenta cumpleaños se miró en el espejo y mientras lo hacía, dijo: “Desde luego, los espejos ya no son lo que eran”.

Qué diferencia con el joven de veinte años que, cuando se mira en el espejo, desprecia su imagen y lamenta su suerte. Qué importante es saber envejecer con salud emocional. Y sentirse feliz de haber ido consumiendo y superando etapas de la vida. Por eso me parece que hay que celebrar los cumpleaños, cuántos más con más fuerza y motivo. Hay que se resiste a celebrar con alegría esa fecha, pero creo que la alternativa es mucho peor.

No es cuestión de la edad biológica, por consiguiente. Es cuestión de actitud. Es cuestión de autoestima. Acaba de aparecer hace unos meses un libro de Luis Rojas Marcos que se titula “Estar bien aquí y ahora”. Dice el conocido psiquiatra sevillano afincado en Nueva York: “Una autoestima favorable, estimulada por la esperanza de alcanzar las metas que nos proponemos constituye una base importante de nuestro estar bien y predice un buen nivel de satisfacción con la vida en general”.

Mi tía Carmen, hermana de mi padre, ha cumplido cien años en el pasado mes de julio. Es admirable su implacable y aleccionador optimismo. Lo digo porque estoy en estrecho contacto con muchos jóvenes. Y ya me gustaría ver en algunos de ellos ese espíritu positivo.

Si será cierto lo que digo que cuando les anuncié a mis primas que iba a hacer referencia a su madre en este artículo, de viva voz me mandó mi tía el audio que reproduzco a continuación literalmente: “Hola, Miguel Ángel, ya sé que vas a hablar algo de mí. Hombre, malo, malo, no creo que tengas mucho que decir. Y bueno, bueno, si quieres un poco se inventa y otro poco que es la verdad, Muchos besos y que todo siga como yo os deseo”. Cien años de sabiduría, de bondad y de sentido del humor. Un trípode de la salud emocional y, en parte, de la salud física.

Vuelvo al libro de Rojas Marcos, que tengo en las manos: “La importancia de la memoria autobiográfica crece con los años. Con el paso del tiempo, el futuro se contrae y se une al presente. Las personas mayores que repasan con benevolencia el ayer y se reconcilian con los conflictos o los errores que no pudieron prevenir y con las oportunidades perdidas, perciben y afrontan los retos del presente con especial tranquilidad y confianza”. Eso hace que mi tía Carmen nunca pierda la sonrisa. Admirable actitud ante la vida.

Hace algunos años leí un libro de título significativo “¿Por qué el tiempo vuela cuando nos hacemos mayores?”, de Douwe Draasisma, profesor de Historia de la Psicología en la Universidad de Groningen. La memoria autobiográfica crece con nosotros, es nuestra compañera intima. Llamamos memoria autobiogrtáfica a la parte de nuestra memoria donde almacenamos las vicisitudes de nuestra vida. “El recuerdo, escribe Cees Nooteboom en su libro Rituale, es como un perro que se tumba donde le place”. 

Cuando esta noche suenen las doce campanadas iniciaremos un nuevo año. El ritual de las doce uvas pretende invocar a la suerte en la salud, en el dinero, en el trabajo, en el amor para el nuevo año. Comeré las doce uvas. ¿Por superstición? ¿Por costumbre? ¿Sin saber por qué? Cuando hablo de supersticiones me acuerdo de esta simpática anécdota. Al premio Nobel de Física Niels Borg le fueron a hacer una entrevista a su domicilio. Al finalizar la entrevista alguien le preguntó si creía que las herraduras en las puertas de las casas traían suerte a sus moradores. Como buen científico dijo tajantemente que no. 

- ¿Por qué me lo pregunta?, dijo el famoso científico.

-  Porque hemos visto que, en la puerta de entrada de su casa, tiene colocada una herradura.

Ah, ya. Eso tiene una explicación. Tengo una herradura en la puerta de mi casa porque me han dicho que las herraduras en las puertas de las casas traen suerte, incluso al que no cree en ello.

Pues nada, a comer las doce uvas, por si acaso. Y a disfrutar de la entrada del nuevo año. Hoy celebramos la Nochevieja pero, si la contemplamos desde la otra parte, es también Nochenueva. Feliz 2023.