Ratzinger nunca fue Papa
Lo llamaban el dóberman de Juan Pablo II, y fue víctima del superstar que había besado el asfalto de todos los aeropuertos del planeta
La fecha elegida por Benedicto XVI para ausentarse a la otra vida, siguiendo los pasos de todos sus predecesores, obliga a titular "Mr. Scrooge fallece por Navidad". En realidad, el cardenal Ratzinger nunca ejerció un papado que le horrorizaba, por el exhibicionismo hollywoodiense que heredó. Lo llamaban el dóberman de Juan Pablo II, y fue víctima del superstar que había besado el asfalto de todos los aeropuertos del planeta. Hay personas a las que no importa caer mal, de ahí que susciten nuestra simpatía. Otros se esfuerzan por caer mal, y generan rechazo. A esta última categoría se afiliaba con ahínco el pontífice dimisionario, un Papa que no quería amar ni ser amado.
Ratzinger tuteaba a Dios, porque lo sabía todo de la vida privada de la divinidad. Utilizaba su relación privilegiada para distanciarse de los humanos, a quienes despachaba elucubraciones deliberadamente ininteligibles. No solo se empeñaba en condenarlos al infierno, parecía encantado de conducirlos personalmente al fuego eterno. En medio de esta carnicería, los abusos eclesiales con la infancia eran un daño colateral asumible para Mazinger Ratzinger, sobre todo cuando se trataba de los chicos del coro dirigido por su hermano y sacerdote. El atractivo secretario íntimo de Benedicto XVI señala que su jefe inseparable fue derrotado por Satanás. Son los riesgos de creer en el demonio, aunque nadie hubiera imaginado que sus fechorías franquearan las columnatas vaticanas. Ahora entendemos el titular 'El Papa desciende de la Cruz', que Il Giornale utilizó para el abandono. Antes, Ratzinger le había pegado un cachete en la mano a un periodista americano, un gesto teológico de difícil traducción.
Al despreciar la jerarquía que obtuvo para que no ganara Jorge Mario Bergoglio, el ahora fallecido asestó un golpe de muerte al papado que había defendido con fiereza. Ningún súbdito puede tomarse en serio un Reino con dos Reyes, estiren la metáfora hacia las geografías que consideren idóneas. De ahí que el Papa único Francisco pareciera encantado de notificar en Navidad el empeoramiento de Ratzinger como si fuera un cotilleo, o tal vez se alegraba de que quedara libre la residencia de papas eméritos.
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