TRIBUNA
Las abarcas desiertas
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rio con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.
El 2 de enero de 1937, cumpleaños de Josefina Manresa, Miguel Hernández, que estaba en Barcelona, publicó el poema «Las abarcas desiertas» en el número 36 del Semanario de la Solidaridad, Ayuda de Socorro Rojo, con el fin de recoger juguetes y aportaciones económicas para la infancia pobre.
Iba acompañado de la siguiente prosa: «Los niños de la España libre y en armas tendrán este año, merced a la generosidad de millones de personas, lo que la casta que nos dominaba había hecho privilegio exclusivo de sus hijos: juguetes y libros con que estimular su espíritu y crear sus castillos imaginativos de una sociedad mejor».
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