Año I después del Apocalipsis

La insistencia de ponerse en lo peor ha doblado el Cabo de Mala Esperanza, el planeta ha colapsado mientras estaba entretenido con otras cuestiones

Administración y empresas juntos para impulsar los gases renovables y frenar el cambio climático

Administración y empresas juntos para impulsar los gases renovables y frenar el cambio climático / Aleksandr178

Matías Vallés

Matías Vallés

Malas noticias para los agoreros, un gremio que se queda sin trabajo en cuanto acierta. La insistencia de ponerse en lo peor ha doblado el cabo de Mala Esperanza, el planeta ha colapsado mientras estaba entretenido con otras cuestiones más acuciantes. El fin del mundo ha quedado atrás por exceso de publicidad, 2023 se adentra en el Año I después del Apocalipsis.

Los sabios de Cambridge exigían que la hipótesis de la desaparición de la humanidad se afianzara al grado de teoría científica, pero esta demanda finisecular corresponde al año pasado. El aburguesamiento del fin del mundo lo ha privado de su poder explosivo, es probable que los seres humanos hayan sobrevivido al Apocalipsis porque nunca se lo tomaron en serio. Huir de la porción final del Evangelio de San Juan es la opción más racional del año nuevo, amén de extender el veto a términos como el colapso que ya se ha producido según un sabio auténtico, Eudald Carbonell. Es sano comprometerse a no tomar el nombre en vano a lo largo de 2023 del Apocolapsis o la extinción.

Lo consumado también se ha consumido. Que nadie cuente conmigo para el fin del mundo, este año sobrecargado por sus predecesores solo deja margen para abordar catástrofes manejables. Pese a su puerilidad, hay que refugiarse en la oración que reclama «serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, coraje para afrontar las que puedo cambiar y sabiduría para distinguirlas». El mensaje de frenar o combatir el Apocalipsis ya registrado es inhumano, excede las capacidades de un mamífero que puede imaginar con su cerebro excesivo prodigios que su cuerpo menguado es incapaz de materializar.

El menú de plagas es inagotable, con una subsección para vegetarianos. Sin embargo, el guionista lo tendrá difícil para mantener en 2023 la tensión progresiva alcanzada en anteriores ejercicios. En cuanto los últimos resistentes se descarguen de los propósitos de principios de año, advertirán la dificultad de cabalgar el sexto o el séptimo jinete del Apocalipsis. Para prevenir la aparición de futuros profetas, no hay nada como una somera criba de sus predecesores. Inigualable en su condición de inquisidor, Ratzinger condenaba con furor «la dictadura del relativismo», una maldición que no le ha privado de incurrir en el absolutismo de la muerte.

Si el Titanic puede hundirse contra los designios de la ingeniería, nadie se encuentra enteramente a salvo. Con todo, aquella catástrofe sobre el hielo espoleó la navegación con rostro humano, introduciendo un aliciente adicional en la peripecia de cada pasajero que se embarca ahora en un crucero. Por tanto, el planeta tendrá que pechar con los supervivientes de sus latigazos en su actual configuración. La tesis aquí mantenida, sobre el Apocalipsis que ya ha tenido lugar, obliga a fijarlo en el tiempo. Sin duda encaja con el confinamiento bajo la excusa de la pandemia, y con la despedida por móvil a los familiares a punto de morir. ¿A alguien se le ocurre una mayor degradación de la condición humana?

Tiene mérito ser negacionista del cambio climático a cuarenta grados, pero el exceso de presión solemne ya neutralizó la lucha contra la pandemia mortal. Con peores datos de contagios que en años anteriores, la opinión pública postapocalíptica ha cambiado de canal, a pesar de los esfuerzos ímprobos de los epidemiólogos por mantener la atención y la vacunación. El virus de la inflación también garantiza desórdenes sociales desde el siglo XVI, pero difícilmente se alcanzará la movilización previa al fin del mundo tal como lo conocíamos.

El momento más intenso de 2022 coincidió con el bofetón de Will Smith a Chris Rock, ¿cuántas veces ha revisado el incidente? Y aunque ni el Mundial de fútbol ha desbordado en audiencia a la guerra de Ucrania, el descubrimiento más importante del año se produjo al comprender que el planeta no iba a ser salvado por genios como Elon Musk, sino que sobreviría a pesar de los charlatanes de las redes sociales que se hallaban en trámites de prometer la inmortalidad a un precio asequible.

Es difícil comportarse con elegancia, al despertarse con la revelación de que el Apocalipsis quedó atrás, cuando menos en los usos y costumbres. Se precisa un lema descabalgado de la vanidad para el año todavía nuevo, la situación encaja a la perfección con el modesto propósito de Salvador Pániker, «No intentes ser más bueno de lo que eres». Hay que detenerse en esta contención, sin desparramarse hacia la exuberancia capitalista de revistas como The Economist, que desean encajar el fin del mundo como otro éxito del mercado omnisciente.

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