El indignado burgués

De Reyes y de amigos

La ilusión de los Reyes Magos

La ilusión de los Reyes Magos / Lucio Abad

Javier Mondéjar

Javier Mondéjar

Yo he sido muy de Reyes. No precisamente de los que ciñen corona (o Corina) o engalanan los libros desencuadernados de Fournier, Don Heraclio.

En verdad no sé cómo un republicano acérrimo como yo ha podido estar tan interesado en las andanzas de tres Magos, siquiera en su más tierna infancia. Se salvan por su faceta de nigromantes y, desde luego , porque nos sobornaban a base de juguetes y a cambio de una simple copita de brandy Carlos III, que era lo que había por casa. De los camellos ni hablamos , que tienen mala fama por transportar sustancias que te hacen ver de dragones y de dragones . 

El caso es que los Reyes han sido mis héroes de la Navidad. Mi obsesión era que no se olvidaran de mí, y para ello había una serie de rituales a cumplir estrictamente: ser buenos los últimos meses del año cuando nos espiaban por la chimenea del fogón de la cocina , comernos todo el plato, estudiar mucho, acostarnos pronto esa noche y no mirar si oías ruidos cuando depositaban los regalos ( que con pajes, ropajes holgados, mantas de armiño, camellos y toda su impedimenta debía ser un espectáculo verlos apañarse en completo silencio en el minúsculo salón de mi casa).

Hay un periodo de la vida en que pierdes esa ilusión de los Reyes y otra en la que lo recuperas por tus hijos y otra más que vuelves a perderla cuando se hacen mayores. Ley de vida, no en vano todos cantamos con una lágrima, aunque sea mental, eso de que la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más.

Yo ahora en Reyes no pienso en juguetes y, si recuerdo el niño que fui, me salen al paso mis padres, mis abuelos y mis tíos y tías que ya se han ido. No quiero amargarles los Reyes, pero la Navidad es un tiempo de nostalgia y a mí me da por repasar mis contactos del móvil. No se piensen que me he vuelto loco, es que nunca borro el contacto de los amigos que se van, así mientras les recuerdo siguen estando vivos. Un pensamiento fugaz, una sonrisa cuando aparece algún nombre y rememoras anécdotas, el pesar por lo que pudiste haber dicho y callaste , la alegría por los ratos de felicidad compartida, el dolor por los que crees que equivocaron el rumbo y perdieron grandes oportunidades…

Son nombres, son amigos y amigas que te acompañarán mientras puedas recordarlos. Pero son tan reales como los Magos de mi infancia, como la familia Telerín o Locomotoro, o Asterix, el Fantasma que Camina y su novia Diana Palmer, los Cinco y, por supuesto, Jim Hawkins y Long John Silver o Sandokan y Yáñez.

La memoria es un curioso sentido que falsea la realidad, de tal modo que ya no sabes si lo que recuerdas fue así o tu cerebro lo ha adornado, o quizá ni siquiera existió. De algún modo es como ver en acción a políticos y asimilados que venden justamente lo contrario de lo que pontificaban hace no tanto. Si no existieran las hemerotecas para ponerles delante del espejo aún nos tomarían más el pelo de lo ya habitual, aunque por esas minucias tampoco es que se corten.

Afortunadamente hay un truco de escritor o de periodista, que consiste en ir tomando notas en cuadernos o en papelitos. El problema es luego buscarlos y encontrarlos, porque con los ordenadores es fácil, pero si tomas nota por escrito en tinta verde, como los espías de Su Graciosa Majestad, tiene su miguita saber dónde está eso o aquello.

He escrito de amigos -y de enemigos- más de la cuenta. Como deberes de año nuevo algunas notas las compartiré con ustedes, si es que el polvo y la polilla no han acabado con ellas, que uno guarda y guarda sin pensar que a nadie vivo y en su sano juicio puedan quizá importarle asuntillos de hace décadas.

Pero si los Reyes Magos siguen enamorando a generaciones, con los dos siglos y pico trascurridos, la competencia feroz de Coca Cola/Santa Claus y el descreimiento general del humano, locos bajitos incluídos, ¿porqué no voy a pensar que a ustedes les interesen hazañas bélicas de hace unos pocos años?

Tengo amigos desaparecidos que se niegan al olvido y mientras alguien pueda hablar por ellos y evitar que otros tomen su nombre en vano, no se habrán ido del todo.