Inventario de perplejidades

Condiciones para el golpe de estado

Destrozos en el palacio presidencial de Brasil tras el asalto de bolsonaristas radicales

Destrozos en el palacio presidencial de Brasil tras el asalto de bolsonaristas radicales

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

Según nos enseña la Historia moderna, para que triunfe un golpe de Estado en un país de cierta entidad (Chile, España, Argentina, Egipto, Rusia, Brasil, Irán, Perú, etc) deben coincidir en el tiempo, el apoyo de la embajada de la potencia imperial; la complicidad del estamento militar; la existencia de una trama civil que la financie; y la anuencia de la confesión religiosa con mayor arraigo popular. Si se dan todas esas circunstancias, el éxito está garantizado. Pero si falla (o resulta insuficiente) alguno de ellos, entonces los golpistas tendrán que evaluar los riesgos de seguir adelante en su proyecto subversivo, lo que supone aumentar notablemente la violencia de la represión.

En la asonada brasileña se dieron los primeros pasos, según el manual del perfecto golpista. Para empezar, los transportistas bloquearon el tráfico en algunas carreteras principales mientras grupos de ciudadanos acamparon ante los cuarteles para pedir al Ejército que detuviese al presidente electo, Lula da Silva, y acto seguido confirmase en el cargo al candidato ultraderechista Jair Bolsonaro, que venía repitiendo en público y ante la prensa adicta que las elecciones habían sido falseadas.

Por lo que se refiere a España, desde el siglo XIX hasta finales del XX, se sucedieron golpes de estado en diversas modalidades. El de Primo de Rivera, una “dictablanda” tramada entre el general andaluz y el rey Alfonso XIII que acabó con el advenimiento pacífico de la II República y la salida del penúltimo Borbón a Italia aunque sin renunciar a ninguno de sus pretendidos derechos históricos.

En cuanto al golpe de estado liderado por el general gallego Francisco Franco hay que precisar que la intentona fracasó en un primer momento (1936), lo que obligó a los militares rebeldes a insistir en su proyecto totalitario de inspiración fascista al término de su victoria en la Guerra Civil contra la República (1939). Luego se prolongó hasta la muerte del dictador (1975) y el comienzo de la llamada Transición. Una operación liderada por Estados Unidos, financiada por Alemania y perfumada por Francia y otros países europeos, para darle un toque democrático al pastel.

Durante ese periodo de tiempo, el proceso estuvo vigilado de cerca por el Ejército y se dieron varias alarmas de golpe de Estado (“ruido de sables”, lo calificaban en los medios). El más sonado de todos fue el del teniente coronel de la Guardia Civil Tejero Molina, que secuestró a todos los diputados durante la votación para el nombramiento de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. Mientras eso ocurría en Madrid, en Valencia el teniente general Milans del Bosch proclamaba un bando de guerra y sacaba a pasear los tanques por el centro de la ciudad. A esa hora, todo el país contuvo la respiración a la espera de que la acorazada Brunete saliese de su acuartelamiento para dar por consolidado el golpe.

Fue entonces cuando un periodista le pidió opinión al secretario de Estado Alexander Haig sobre lo que estaba pasando en España. La respuesta del militar norteamericano no pudo ser más clarificadora: “Se trata de un asunto interno de España”. La razón por la que aquello se paró aún es secreto de Estado, pese a la versión oficial sobre la milagrosa intervención del Rey.

En Brasil, desenredar la madeja golpista llevará un tiempo. Afortunadamente, el Ejército parece que no hizo caso a quienes le pedían su intervención.

Suscríbete para seguir leyendo