Somos seres racionales

Archivo - Una persona compra un décimo para el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad, archivo

Archivo - Una persona compra un décimo para el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad, archivo / Ricardo Rubio - Europa Press - Archivo

Miguel Ángel Santos Guerra

Miguel Ángel Santos Guerra

Sí, somos seres racionales. Muy racionales. De los que disfrutan comiendo raciones en los bares.

- Una de pulpo, por favor.

- Dos de tortilla para nosotros.

- Una de morcilla y otra de ensaladilla rusa y dos cañas…

Ya se ve. Muy racionales. Y eso con mucha frecuencia. Con mucho disfrute.

Sabemos dónde ponen las mejores raciones y nos gusta compartirlas con los amigos.

Eso nos plantea el psicólogo Ramón Nogueras, licenciado por la Universidad de Granada, en su libro “¿Por qué creemos en mierdas. Cómo nos engañamos a nosotros mismos?”. Sobre todo en el primer capítulo titulado “Somos seres racionales”.

Otra cosa muy distinta es nuestra capacidad de razonar, de argumentar con rigor. Sobre todo, de establecer sólidos nexos causales entre las causas y sus efectos. Utilizamos la falta de rigor para engañar a los demás y, a veces, para engañarnos a nosotros mismos.

Caminan dos amigos por las calles de una populosa ciudad. De pronto, uno de ellos comienza a chasquear el dedo corazón con el dedo pulgar de su mano derecha, haciendo un ruido seco intermitente. Siguen paseando y, pasados unos minutos, repite el gesto de nuevo con más insistencia. Una y otra vez. Una y otra vez. El amigo, sorprendido, le pregunta por qué realiza esa acción periódicamente.

- Lo hago para ahuyentar elefantes.

- Pero, si en estas calles no hay elefantes, replica el amigo.

- Claro, porque lo que hago funciona, dice con firmeza el interpelado.

No hay elefantes en las calles de esa ciudad. Es evidente. Pero, ¿por qué no hay elefantes? Pues porque es el efecto del ritual del chasquido que realiza el viandante. ¿Por qué no? Él establece un nexo causal entre su gesto y la ausencia de elefantes. Este mecanismo intelectual, evidentemente falso, se utiliza con frecuencia en todos los ámbitos de la vida. Uno de esos ámbitos es el de la política. Se utilizan nexos causales sin rigor alguno, siempre de forma interesada. Unas veces se los cree el interesado y otras no. Pero siempre pretende que lo crean los votantes con manifiesto interés de alcanzar un rédito electoral.

El nexo falaz se utiliza muchas veces de forma apriorística. Es decir, antes de tomar una decisión, se da por hecho que esa decisión va a ser la causa segura del efecto deseado. Y otras veces se utiliza a posteriori. Se argumenta, por ejemplo, que una decisión política como la subida del salario mínimo interprofesional o una reforma laboral va a favorecer (o ha

favorecido) la contratación y la oposición atribuye a la misma decisión que se va a tomar (o que ya se ha tomado) el hecho de que la contratación no haya sido más elevada.

También sucede en el ámbito académico. Los malos resultados en la evaluación se pueden atribuir de forma interesada y poco rigurosa a otras personas. El profesor puede atribuir el fracaso a la falta de esfuerzo de los alumnos, y los alumnos atribuirla a los criterios excesivamente exigentes del profesorado, a su carácter insufrible o a sus pésimas cualidades didácticas.

En esta anécdota se ve claramente cómo se atribuye el mismo efecto a una causa diferente. Un alumno llega a casa y le dice a su madre:

- Mamá, aquí tengo mi boletín de evaluación.

La madre lee detenidamente la información procedente de la escuela.

- ¿Qué?, dice indignada. Estas calificaciones merecen un buen castigo.

- ¿Verdad que sí, mamá? Vamos, que yo sé dónde vive la maestra.

El niño atribuye la causa de su fracaso a quien en ese momento le interesa. No es su pereza o su torpeza la causa de las malas calificaciones sino la actitud dura e injusta de la maestra. Es probable, incluso, que diga que le tiene una manía inexplicable.. Ella es la que merece el castigo.

Pondré otro ejemplo de la vida familiar. Si uno de los hijos es desobediente y poco estudioso, bien puede suceder que uno de los cónyuges le atribuya al otro la responsabilidad de su mal comportamiento. La falta de exigencia, la excesiva permisividad y la ausencia de castigos eficaces son el motivo incontestable de la pereza y la desvergüenza del hijo. El otro cónyuge atribuirá los hechos al carácter duro y a las reacciones histéricas de su pareja.

Qué decir del ámbito religioso. Los nexos causales son tan frecuentes y tan poco rigurosos que llevan al asombro si se les analiza con un mínimo de rigor. Recuerdo la curiosa imagen de un quirófano en el que el equipo médico se encuentra volcado sobre el paciente al que están operando con una enorme pericia y un gran esfuerzo. Uno de los cirujanos dice:

- No sé para qué nos esforzamos tanto. Al fin darán las gracias a Dios por la curación.

Es constante el establecimiento del nexo causal de la voluntad divina y el acontecer humano. Rezamos para que llueva o para que no llueva, para que nos toque la lotería, para que recuperamos la salud… O para tener éxito en el examen.

Al salir de una prueba de historia, la alumna rezaba fervorosamente:

- Señor, Señor, haz que Felipe II sea hijo de Carlos V porque yo lo he puesto en le examen.

Recuerdo que, cuando hicimos un evaluación de un programa de educación diabetológica en el Hospital Regional Carlos Haya de Málaga, le preguntábamos a los padres por la enfermedad de sus hijos y algunos la atribuían a un castigo divino por algún comportamiento negativo suyo.

El pasado 22 de diciembre, una de las agraciadas con el primer premio de la lotería , que estaba sin trabajo en una situación de extrema necesidad, en unas declaraciones a televisión española, decía que Dios se acordaba siempre de los pobres. Este era su caso. Sostiene que le ha tocado por la voluntad divina, sin caer en la cuenta de que millones de personas pobres no habían sido ayudadas de la misma manera por su inequívoco benefactor.

Y, por supuesto, sin pensar que les ha tocado mucho más dinero a los ricos, ya que juegan mucho más. Es decir, que toca más, al que más juega y no al que más reza.

Y ahora que hablo de la lotería, pienso en situaciones en las que se estableces causalidades absurdas. ¿Cómo puede ser que haya personas que hagan cola durante cinco y seis horas para comprar lotería en la Administración de Doña Manolita en Madrid? ¿Cómo es posible que alguien viaje a la capital para comprar en esta Administración de la Puerta del Sol porque allí toca más que en otros sitios? ¿Cómo no se cae en la cuenta de que allí toca más porque se juega más? Existe exactamente la misma probabilidad de que toque comprando allí o en un lugar de venta del pueblo más pequeño de España.

Hay muchas costumbres alimenticias que se basan en simples suposiciones, intuiciones, sugestiones, ilusiones, creencias…, pero que no tienen rigor alguno.

Este mecanismo intelectual que, en alguna de sus modalidades responde al esquema post hoc, ergo procter hoc nos lleva a conclusiones no solo irracionales sino nefastas. Sucede después de esto, luego es el efecto de esto.

No sé dónde conocí un experimento que se hizo con grupos de niños. Se les contaba la historia de un grupo de niños y niñas que, en lugar de ir a misa un domingo, se habían ido a jugar. En el camino habían pasado por un puente que, fatalmente, se hundió y cayeron todos al río. La pregunta que se les formulaba era la siguiente: ¿Por qué se cayeron al agua? Y la respuesta generalizada fue: porque no habían ido a misa.

Qué decir de las supersticiones. Ver un gato negro, pasar por debajo de una escalera, tirar la sal, que un día sea martes y trece son para muchas personas la causa de que sucedan desgracias. Si bien se mira, se trata de una irracionalidad extrema. Porque si eso fuera así, a todos les sucederían en esas ocasiones hechos desgraciados. Pero no es así. Por otra parte, además de estar presentes esos objetos o esas circunstancias también se daban muchas otras. ¿Por qué no eran esas otras circunstancias u objetos la causa de la desgracia acontecida?

Seamos racionales, pero más allá de ser aficionados a las sabrosas raciones de los bares. Nos vendrá bien como personas y también como ciudadanos que construyen relaciones basadas en la verdad y no en las trampas de la razón. Hay que sacudir la pereza, hay que avivar la duda y hay que afinar el rigor. Y el lugar más idóneo para aprender a pensar es la escuela. Ese es el objetivo prioritario de la institución escolar.