En el Día Internacional de la Tuna, salvemos la tradición

En el Día Internacional de la Tuna, salvemos la tradición

En el Día Internacional de la Tuna, salvemos la tradición / JoséMaríaAsencioGallego

José María Asencio Gallego

José María Asencio Gallego

La oscuridad avanza por las calles del barrio viejo. El Sol cae y los antiguos faroles, alimentados hoy con tímidas bombillas, comienzan a encenderse uno tras otro. Llega el silencio, la quietud de la noche. Y es entonces cuando, paradójicamente, la ciudad resucita. La única, la verdadera, la que reside tanto en la realidad como en el sueño, en lo físico y en lo metafísico.

En el balcón de un tercer piso, siete jóvenes universitarias contemplan la plaza. Está vacía. Aún no es la hora. Faltan unos minutos. Con el crepúsculo llegaremos, –les dijeron–. De modo que, con la mirada puesta en el cielo, aguardan. Y justo en ese momento, con la última luz, oyen un ruido. Sólo uno. Un toque de pandereta. Y luego otro. Y otro más. Tres en total. Y acto seguido, como en una tempestad, decenas de guitarras y bandurrias al unísono.

En esta noche clara, ha llegado la tuna. Y con ella, las Horas de ronda. ¡Tunos! ¿Queréis subir? ¡No! ¿Entonces que queréis? ¡Subir! Escaleras arriba, pues, junto a El Parrandero, porque el amor, dicen, es bello y traicionero y, si soy un parrandero, ¿por qué lo he de negar?

Alicantina me muero, por esos labios besar, canta Derecho de Alicante. Soy Cordobés, de la tierra de Julio Romero, canta Agrónomos de Córdoba. Pasa la tuna en Santiago, allá en el templo del Apóstol Santo, canta la Universitaria Compostelana. Huertanica de mi vida, La alegría de la huerta, canta Medicina de Murcia. Y después, isas canarias, zambas argentinas, jotas aragonesas, rancheras mexicanas, coplas andaluzas. Y, para terminar, especialmente para ella, un bolero, suave y sincero.

La tuna, no lo olvidemos, es tradición. La tradición más antigua de las universidades españolas. Tanto es así que incluso Alfonso X el Sabio, en sus Partidas, se refirió a ella: «Esos escolares que troban y tañen instrumentos para haber mantenencia». Y aunque haya evolucionado hasta nuestros días, siempre conservará su más íntima esencia, la de los antiguos sopistas que, según se decía, vivían a la sopa boba. La de los estudiantes de las clases más humildes que se valían de sus habilidades musicales para pagar sus estudios y su manutención, un plato de sopa en las fondas y en los mesones de antaño. Señores, dat al escolar, escribió Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, en su Libro del buen amor. Y si además podían enamorar a una doncella, mucho mejor. A nadie le amarga un dulce.

Cabe recordar que tunar, según el Diccionario de la Real Academia, es «andar vagando en vida libre». Y tunante, del cual surgió la palabra tuna, «pícaro, bribón o taimado», pues esos estudiantes, como es lógico, llevaban una vida noctívaga y, cuando lograban su plato de sopa, también alegre.

A veces hacía frio, por lo que algunos cubrían su cabeza con un bicornio que llevaba anudados una cuchara y un tenedor de madera, lo que les permitía comer prestos en cualquier lugar. Y todos, unos y otros, vestían capa, una larga capa negra de la que colgaban (y siguen colgando) cintas de colores, con mensajes bordados, que tenían a bien regalarles las damiselas a las que, con notas musicales, habían conquistado.

No fue hasta mediados del siglo XVI, momento en el que los sopistas se acogieron a las viviendas benéficas que les ofrecía la Instrucción para bachilleres de pupilos, cuando comenzaron a cantar simplemente por placer, sin que el hacerlo fuera necesario para su sustento.

Y durante todos estos años, hasta la actualidad, los tunos siguen recorriendo las calles de España y de todo el globo, en sus muchos viajes de aventuras, algunas de las cuales, por estricta discreción, es mejor no revelar. Los tunos y, por supuesto, las tunas, entendiendo por tales las femeninas, ya que ellas también rondan. Y lo mismo que es posible demandar a una mocita que te dé su clavel, los mocitos también existen y algunos de ellos, sin duda, están dispuestos a hacerlo.

Algunas ciudades ya han honrado a esta noble y vieja institución. Alicante, con su Parque de la Tuna, en las faldas del Castillo de Santa Bárbara. Murcia, con su Monumento a la Tuna, en los jardines del barrio de San Basilio. O Santiago, con su Monumento al Tuno, en el Campus Sur de la Universidad.

Pero todavía queda mucho camino por recorrer. Y en estas fechas, el 28 de enero, Día Internacional de la Tuna, es necesario tomar conciencia de la importancia de nuestras tradiciones, de nuestros orígenes. Porque sólo así, conociendo nuestro pasado, seremos capaces de edificar nuestro futuro.