Errores, risitas y pedradas

La ministra de Igualdad, Irene Montero, interviene durante una sesión plenaria, en el Congreso de los Diputados.

La ministra de Igualdad, Irene Montero, interviene durante una sesión plenaria, en el Congreso de los Diputados. / A. Pérez Meca - Europa Press

Miguel Ángel Santos Guerra

Miguel Ángel Santos Guerra

He visto en televisión unas imágenes que me han entristecido y avergonzado. Ángela Rodríguez Pam, Secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, en la mesa presidencial de una sesión de trabajo organizada por Podemos, bromea sobre la reducción de penas que se está produciendo en el país a raíz de la promulgación de La Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, conocida como ley del sí es sí. Una ley magnífica que pretende garantizar los derechos de las mujeres y que nació con un problema del que se había advertido al ejecutivo y al legislativo y del que, unos y otros, no quisieron hacer caso de forma cerril.

La Ministra de Igualdad, Irene Montero, afirmó con una contundencia tan excesiva como equivocada que nunca se producirían reducciones de penas como efecto secundario de la ley a los delincuentes sexuales cuando ya habían empezado a producirse. En el momento que escribo ya hay casi doscientos casos. Algunos violadores y maltratadores han visto reducidas sus penas y otros han sido excarcelados. Es un hecho incontestable. Y triste. Especialmente para las víctimas.

Me ha parecido lamentable, primero, la obstinación de los responsables del Ministerio al cerrar los oídos a las advertencias que una y otra vez se formulaban desde dentro y desde fuera del gobierno. Y me ha parecido lamentable, después, que no se haya reconocido y corregido un error tan palmario. Pero, ¿qué pasa por reconocer públicamente un error? Estoy asombrado de esa dificultad, de esa resistencia. ¿Cómo no se ve con claridad que ennoblece y no humilla el hecho de reconocer la equivocación, de pedir disculpas y de corregir lo que se hizo mal? Manuela Carmena habla de “soberbia inantil”.

La paradoja es que la derecha está acusando a la Ministra de poner en la calle a violadores y maltratadores. Como si hubiera hecho una ley con ese fin. La derecha muestra su indignación y da lecciones de feminismo a las feministas que luchan cada día, no solo con esta ley sino con muchas otras acciones, para acabar con una lacra que ellos ni reconocen siquiera. Y ahora se escandalizan, se rasgan las vestiduras porque algunos delincuentes machistas ven reducidas sus penas. Ahí está Vox negando que exista violencia de género y criticando a la Ministra por ese efecto secundario y malhadado de la ley. Nadie más que ella lamenta un hecho de ese tipo. Porque esa es su tarea, esa es su obsesión: que no haya delitos y, si se producen, que se pague por ellos. Resulta que la derecha utiliza como un arma arrojadiza la principal pretensión del Ministerio. Es el mundo del revés. El Ministerio no ve con agrado, ni siquiera con indiferencia, esa disminución de las penas o la excarcelación de los delincuentes. Estoy seguro de que les duele más que a quienes se lo echan en cara. No salen de la cárcel por su voluntad sino a pesar de ella. Salen porque no creyeron que podrían salir. Salen muy a su pesar. Se equivocaron, eso sí. Cometieron un error. Y debieran pedir perdón por ello.

Pero quiero volver al título del artículo, que nos lleva a otro hecho lamentable, relacionado con lo que acabo de decir. Ni el contenido ni las formas de las intervenciones que se produjeron en la mesa son de recibo. Sinceramente, sentí vergüenza ajena. Las risitas se contagiaban de unas a otras (no sé si hablar de compadreo o de comadreo), en un clima que producía asombro e indignación. Eran risas cómplices, de esas en que se trata de reír la gracia (que maldita gracia tiene) de quien tiene poder. Esas risas cómplices que resultan humillantes. Porque lo que correspondía es no solo mostrar disgusto sino corregir el tono y el discurso.

Se comparaba la situación, exagerando hasta el ridículo, con la excarcelación de presos a causa de delitos de corrupción y con la solicitud “en oleadas” de personas pidiendo el cambio de sexo…

No es asunto para bromas. Si esas escenas hilarantes produjeron en mí esa reacción, imagino lo que les habrá sucedido a los familiares de las víctimas. No es un hecho baladí ese resquicio que ha dejado abierto una buena ley, una ley que fortalece y protege, como decía, los derechos de las mujeres.

En su insensatez, la Secretaria de Estado dice que algunos presos reducirán sus penas después de haber matado o violado a una mujer, cuando la pretensión es evitar que esos hechos se produzcan. Lo chocante sería que les metieran en la cárcel antes de cometer el delito. Ya sé que se trata de evitar que el delito se produzca pero cuando ya esta en la cárcel el delincuente siempre es después de haber delinquido.

Pero otra vez vuelvo al tema del reconocimiento del error. Cuando saltan las merecidísimas críticas, la señora Secretaria de Estado dice que se han manipulado las declaraciones, que se han tergiversado los hechos. Pero si hemos visto las imágenes, hemos escuchado las risas, hemos conocido el texto y el contexto.

Posteriormente ha pedido disculpas en Galicia en castellano y en gallego. No en vano ella es de Pontevedra. Menos mal. Un poco tarde, pero ha pedido disculpas a las víctimas y a todos y a todas quienes se hayan sentido molestos y molestas por sus palabras y sus actitudes.

Y aquí viene, de nuevo, la reacción de la derecha. El señor Bendodo, secretario general del PP, dice que la Ministra y su número dos tendrían que estar recogiendo en sus cajas de cartón las pertenencias que tienen en el Ministerio. ¿Por un error? ¿La ministra tiene que dimitir por una equivocación de una subordinada? No me extrañaría que pidiera también el cierre del Ministerio de Igualdad. Porque se han quejado muchas veces de su inutilidad y de su ineficacia. Con la falta que nos hace.

Tiene tela el asunto. La derecha dando lecciones de feminismo a las feministas, echándose las manos a la cabeza por la reducción de las penas de los delincuentes sexuales, exigiendo dimisiones fulminantes. Ellos que critican la existencia de un Ministerio dedicado a lo que consideran naderías.

Nadie más que la Ministra y su segunda en el Ministerio desean que los violadores, pederastas, maltratadores y agresores sexuales (aquí está bien usado solo el masculino) desean que quienes han delinquido cumplan sus penas… Pero, como ha cometido un error, la oposición aprovecha la ocasión para lanzar piedras al tejado del Ministerio. El error de Irene Montero se por arte de magia en un montón de piedras que la derecha lanza contra el Ministerio de Igualdad. Las risitas de la Secretaria de Estado se convierten en un arsenal de piedras que se lanzan con intención de dañar la causa de un Ministerio que harán desaparecer cuando lleguen al Gobierno. Como si ese hubiese sido el objetivo de la ley. No, señores y señoras de la derecha. Esa disminución de las penas no ha sido fruto de la voluntad de las impulsoras de la ley, ha sido fruto de un grave error que han cometido.

Hay un machismo imperante que lleva a zaherir, a burlarse, a menospreciar el trabajo de las responsables del Ministerio de Igualdad. Ya pasó con la Ministra Bibiana Aido, que dirigió ese Ministerio en un gobierno del presidente Zapatero. Cuando fracasa la gestión de un organismo dirigido por una mujer, no se atribuye el fracaso a la torpeza o la pereza de la persona sino a su condición de mujer. Si el que fracaso es de un hombre se dice de él que es incompetente, vago o estúpido. No fracasa por el hecho de ser hombre. Nos sorprende y desconcierta el titulo del libro que acaba de aparecer cuyos autores son Cirotteau, Kerner y Pincas: “Lady Sapiens”. Lo estoy disfrutando.

Una última cuestión. Me sorprende que algunos políticos achaquen a sus adversarios, cuando formulan una crítica sobre una decisión, que están “haciendo política”, que están “politizando”, dicen, la cuestión. Lo que quieren decir es que pretenden sacar rédito político al dolor de las víctimas del terrorismo, a la discriminación de las mujeres, a la pobreza de la gente o a cualquier otro noble motivo. Como si al hacer política lo estuvieran pervirtiendo. Qué curioso. Los políticos cargan con una connotación negativa la expresión hacer política. Pues no. Política es la decisión y política es la crítica. Afortunadamente. Lo importante es que esa decisión tenga un contenido que permita mejorar la vida de los ciudadanos y que la crítica esté encaminada a mejorarla. Porque lo político no solo es conveniente en una democracia, es absolutamente necesario.

Ximena Dávila y Humberto Maturana, en su estupendo libro “La revolución reflexiva” nos invitan a pasar de “una convivencia insensible y ciega” a “una cultura de la honestidad”. Eso implica que la mujer pueda convivir en plena igualdad de oportunidades y derechos con los hombres. Eso significa que hay que erradicar el androcentrismo. “El éxito o el fracaso de una revolución puede medirse porque el estatuto de la mujer haya cambiado rápidamente y en un sentido de progreso”, dice Angela Davis, profesora, filósofa socialista estadounidense. El éxito está en nuestras manos.