Ninis en política y política de ninis

La ministra de Igualdad, Irene Montero, junto a la directora del Instituto Mujer

La ministra de Igualdad, Irene Montero, junto a la directora del Instituto Mujer / JUAN BARBOSA

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Cuando alguna de ustedes dos (también cabe alguno) lea este artículo, más de 200 agresores sexuales, violadores y pederastas se habrán visto beneficiados en sus condenas gracias a la presión ideológica, la ignorante tozudez y los delirios dogmáticos de unas cuantas y cuantos que, instalados cómodamente en el poder, en lo más alto de los ministerios, han hecho de éste su juguete de referencia. Eso sí, un capricho muy caro, no solo en lo económico, que también, como dicen los cursis, sino, y, sobre todo, en la vida de las personas. Mientras, Ángela Rodríguez Pam –pim, pam, pum del ministerio del tiempo de la desigualdad–, gana un sueldo de 120.000 euros, un pimpampum cualquiera. Que sepamos, Pam jamás ha trabajado en otra cosa que no sea la política, a la que se alistó de muy joven para no quedarse fuera de cupo. Ángela nunca ha conocido el trabajo por cuenta ajena, ni los rígidos horarios laborales, ni las madrugadas para ir al curro con los proletarios y proletarias aterida de frío, viento, lluvia, responsabilidades y el temor, fundado, de que con un magro sueldo de 10.000 euros quizá, quizá, no llegues a fin de mes. Pimpampum.

Su jefa superior de policía ideológica y de género, la ministra de Desigualdad Irene Montero, también comenzó muy joven sus labores profesionales en la política, quizá animada por el breve y tedioso período de tiempo en el que trabajó como cajera en una cadena de electrodomésticos (no confundir con la cadena de producción de Charles Chaplin en Tiempos modernos, la de Irene era más dura). Y cuando todo eso se recuerda de cara a las responsabilidades que conlleva dirigir un ministerio y las irresponsabilidades de imponer desde allí leyes sectarias, no lo suficientemente reflexionadas, sin escuchar a nadie porque no hay nadie por encima de ti ni de tu intransigencia, entonces surge el mantra victimista, el de que ser cajera no es ningún desdoro, la reivindicación de que el tambor también es tropa. Y efectivamente así es. Pero al tambor difícilmente se le ocurrirá dirigir la orquesta, darle clases al concertino de cómo tocar el violín o corregir a toda la sección de cuerda de la filarmónica. Y aquí, con su ley del solo sí es sí y sus inmensos errores –previamente advertidos por quienes sí conocen las consecuencias de una mala ley–, han descalificado a jueces y magistrados, a Tribunales de Justicia, tachándolos de machistas, de ignorantes, de extrema derecha. Han cargado contra periodistas críticos, contra partidos, instituciones y colectivos que, alarmadas por las consecuencias del sectarismo ideológico, les piden que rectifiquen. Pues no solo no es no, sino que además se carcajean de las nefastas consecuencias de la ley y no dimiten. Hasta Manuela Carmena, la abuelita de todes, tacha de «soberbia infantil» la sectaria tozudez en no rectificar. Políticas de ninis.

La mentira es mala de por sí, hasta incluso las llamadas «piadosas» pueden hacer más daño que beneficiar; pero las mentiras proferidas por los adultos a sabiendas de que están faltando gravemente a la verdad, no solo reflejan la maldad intrínseca de quienes las profieren, sino el desprecio más absoluto por las personas a las que van dirigidas. Y aquí, en política, no caben las mentiras piadosas. No puedes afirmar solemnemente que hay un «comité de expertos» encargado del tema del Covid y resulta que jamás existió tal comité; no puedes decir que no acostarás a un país entero en la misma cama en la que la extrema izquierda duerme sus delirios totalitarios y levantar luego al pueblo, a mitad de noche, vestido con el pijama de la ultraizquierda; no debes afirmar con las venas a punto de explotarte que jamás pactarás con la herencia de ETA, y nombrar a Otegi ponente para la Ley de Memoria Democrática, un siniestro personaje que odia la democracia y la libertad; no puedes presumir de defender la libertad de información y expresión, y, cuando el Parlamento Europeo condena a Marruecos por no respetar esas libertades y encarcelar periodistas, tu PSOE vota en contra; no conviene jurar sobre el altar de la independencia judicial como su sumo sacerdote y nombrar magistrados del Constitucional a tu exministro de Justicia y a tu ex alto cargo en la Moncloa. Por aquello de las afinidades electivas que ya intuía Goethe, la ex alto cargo Laura Díez ha sido designada ponente del recurso de inconstitucionalidad contra las normas de la Generalidad de Cataluña que marginan el castellano en el sistema educativo de esa región española, normas que la ex alto cargo avaló como miembra del Consejo de Garantías Estatutarias de la Generalidad, de la que era vicepresidenta. Ahora dicen que se abstendrá. Son las curiosas afinidades electivas de los matrimonios morganáticos. Y Sánchez sigue dando lecciones de democracia, orgánica, desde el órgano de gobierno absoluto de su PSOE.

El otro día, en la cumbre de Davos, nuestro presidente largó un ardiente discurso de lucha contra la extrema derecha en Europa. Tal fue su fulgor democrático que comparó esa lucha con la de los ucranianos contra Rusia. «Les combatiremos con la misma determinación y convicción que los ucranianos están combatiendo a las fuerzas rusas…». Horas después, para ayudar a Ucrania a defenderse de la agresión rusa y de la extrema derecha de la que Rusia acusa a Ucrania –paradojas semánticas de quienes solo saben mentir–, Sánchez decide no participar en una reunión de países europeos de ayuda a Ucrania contra Rusia. La coherencia de Sánchez es inversamente proporcional a la presión que recibe de sus socios de gobierno, la extrema izquierda podemita, de la que nunca habla en Europa. Piensen que en el Gobierno de España están abrigados los comunistas que sueñan con el resurgir de la gloriosa Unión Soviética.

No sé si la RAE ha incorporado la palabra «ninis» o «ninini», a su diccionario de obtusas realidades carpetovetónicas, pero si alguna de ustedes dos no acaba de comprender qué significa tan simbólico sustantivo, es eso: que ni estudia, ni trabaja, ni lo intenta, menos para entrar en política, desde donde hacen políticas ninis para quienes sí estudian, se esfuerzan, sufren, buscan trabajo, y, finalmente, pagan con sus impuestos el sueldo (120.000 euros) a «ninis» políticos y el despilfarro de las políticas “ninis”. A más ver.