Repeticiones más o menos saludables

Niños jugando

Niños jugando / Albarracin

Mari Carmen Díez Navarro

Mari Carmen Díez Navarro

 Cuando alguna situación se nos resiste, nos cuesta de afrontar o nos provoca inseguridad, tendemos a repetirla consciente o inconscientemente para adquirir un mejor manejo, para poder dominarla sin sentirnos incómodos, o para cicatrizar el posible dolor. Pero también ocurre que cuando alguna situación nos satisface y nos llena de placer, la repetimos por el gusto de volver a disfrutarla, o para añadir matices nuevos que supongan un enriquecimiento.

Algo parecido pasa con los juegos de los niños, que repiten por afán de control, por puro ejercicio, por elaborar algún conflicto, o por hacer uso de su creatividad, que pretende, con sus búsquedas y probaturas, ampliar el campo y provocar novedades. Pero, además, hay otro tipo de repeticiones, que se asemejan más a un ritual en el que no se percibe intencionalidad, sino que más bien ofrece una secuencia de acciones que dan cierta calma por su regularidad, y por el conocimiento que el niño tiene del principio, el desarrollo y el final de lo emprendido. En este caso, cuando empieza a desplegarse el juego, se sabe cómo va a seguir y a acabar, y, si hay interrupciones, el niño se altera y pide continuar con su ceremonia.

Porque, efectivamente, sea por placer, por dolor o por otras varias causas, los niños repiten juegos, historias o trabajos plásticos. Y es interesante mirar esas repeticiones de cerca y con una cierta continuidad, ya que generalmente son como una señal de por dónde van sus intereses, sus preferencias, o sus dificultades.

El juego es uno de los lenguajes secretos del niño, otro es el dibujo, otro la imaginación. Por medio de ellos podemos conocerlo y saber cómo se está desarrollando. Si observamos detenidamente a qué juega, cómo organiza su juego, con qué frecuencia lo realiza, si juega solo o con otros, con qué juguetes…sabremos de su mundo interior. O bien, si nos fijamos en sus producciones: dibujos, construcciones o cuentos.

A veces, un niño repite determinado juego de un modo mecánico: siempre coge el mismo material, que coloca de la misma manera, y eleva sus torres o monta su granja, que resulta prácticamente idéntica a la que hizo el día anterior, o a la que hará al día siguiente. Otras veces, vemos que utiliza el mismo material, pero le va añadiendo variantes, detalles, ideas. Hace hipótesis y las comprueba una y otra vez hasta quedar conforme, o bien reemprende la secuencia de la actividad, buscando soluciones más satisfactorias. También repite, pero lo hace con idea de cambio. Es como si lo hiciera para ejercitarse, para “limpiar de paja” su juego, para delimitar mejor lo que quiere conseguir.

Y es lógico que el maestro se detenga a observar estas repeticiones, ya que pueden estar señalando una falta, una confusión, e incluso un trastorno. O bien puede ser que lo que hacen es formar una trama de la que puede emerger algo nuevo, creativo, saludable. Habrá que ver en cada caso qué hay detrás, qué es lo que se está repitiendo, para ver si contiene visos de elaboración y salud, o de actuaciones estereotipadas que anclan el conflicto sin sanarlo.

En el comportamiento de los niños, en sus preferencias, aversiones, en el tipo de producciones que realizan y en la elección de sus juegos, influyen muchos elementos: la edad, el sexo, el ser hijo único o tener hermanos, la situación socio familiar, la profesión de los padres, el modo de ser, el desarrollo corporal, la crianza, la familia extensa, el barrio, la escuela, los amigos, los medios de comunicación, etc. Y además de todos estos elementos que van conformando su identidad y su pertenencia a un grupo y a un momento histórico, está lo más específico suyo, lo que le hace vibrar, lo que le mueve a la acción, lo que le da placer o le hace sentir miedo.

He visto niños que jugaban al juego de otros sin poder enhebrar un hilo propio, una argumentación personal, como si para imaginar dependieran de las escenas de juego que otros imaginaran, tomando prestados sus deseos. He visto niños que jugaban unos momentos con cada cosa que veían, pero sin meterse de lleno en el juego, más bien como si manipularan. He visto niños que rompen el juego de otros, o que miran jugar sin ponerse a jugar ellos mismos. Y hay algunos que se implican del todo, como María que, ante mi banal pregunta: “¿Estás jugando a perros?”, me contestó indignada: “¡No, yo soy una perra!”.

Por eso hay que proponer espacios de juego libre en la escuela, si no, no podremos observar el modo de jugar de cada niño, que tanto dice de él. Y es que, si no permitimos que las repeticiones tengan lugar, no podremos diferenciar si son repeticiones para aprender y asegurarse, para practicar de cara a buscar novedades y resultados de avance, o repeticiones vacías, atrapadoras, sintomáticas.

Si observamos el juego de los niños superficialmente, sin registrar el contenido, las elecciones, la secuencia de realización, el tiempo, la implicación, etc., quizás no lleguemos a captar si el juego de los médicos y ambulancias en el que está enzarzado un niño, está indicando preocupación o deseo, disfrute, ilusión o miedo. Será preciso, pues, ver sus juegos en perspectiva, en serie, día tras día, para que nos puedan ofrecer información fiable. Y ponerlas en relación con su historia, su manera de socializarse, su aprendizaje, su cuerpo.

Repeticiones va a haber en los juegos y en los comportamientos y todas ellas apuntan a algo vivido. El asunto sería que no bloqueen, se encastren en nuestro actuar, sin permitirnos liberarnos de ellas para seguir adelante. Si lográramos que nos llevaran a nuestros recuerdos para sacarlos a la luz, para deshacer los entuertos, para no tener que repetir los atascos en lugar de recordarlos e intentar elaborarlos poniéndolos en palabras.

El caso es que conviene mirar bien el juego de los niños. Aunque no siempre acertemos, aunque a veces proyectemos nuestros propios conflictos internos. No hacerlo es dejar a un lado una fuente privilegiada de conocimiento del niño, de detección de posibles problemas que pueden ser prevenidos, de vinculación, de salud.