El ojo crítico

Qué pena Madrid

Fernando Ull Barbat

Fernando Ull Barbat

El Madrid que yo conocí a finales de los 80 y principio de los 90, ciudad en la que hice mis estudios de bachillerato y comencé los de Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, era una ciudad que se despertaba de la oscuridad del franquismo y en la que el recuerdo de la República y el entramado de cultura, arte, literatura y conocimiento científico que supusieron los años de su duración todavía podían adivinarse, si se prestaba atención, en sus calles y edificios antes de que la vorágine de la construcción y el lujo hortera enterrasen, de manera definitiva, ese Madrid de la Edad de Plata y de la Institución Libre de Enseñanza.

Ahora que se ha puesto de moda denigrar y ridiculizar la Movida madrileña, aquellos años de explosión cultural que comenzaron en el tardofranquismo, así como calificar a Enrique Tierno Galván , el que fuera alcalde de Madrid durante los años 80, de pesado cuenta batallitas, el contraste de aquel Madrid en el que todo estaba por hacer y en unos años en los que los gobiernos de izquierda en la Comunidad de Madrid y en la alcaldía de la capital recuperaron, acaso de manera breve, el recuerdo que aún refulgía de los años 20 y 30, con la ciudad que es hoy en día transmite al que ha conocido ambas épocas, como es mi caso, una gran desazón.

Durante los años 80 y 90 el tardofranquismo madrileño, me refiero a las clases medias que habían apoyado la dictadura o como mínimo habían vivido ajenos a los esfuerzos de los demócratas por recuperar las libertades, se refugiaron en el silencio para no hablar de lo que sus padres y ellos mismos habían hecho durante la dictadura y durante la Transición. Me refiero a no mover un sólo dedo para que la democracia regresase a España tras el golpe de Estado de 1936 o aprovecharse de los vencidos de manera directa o indirecta por su apoyo al franquismo. Es decir, apropiándose de sus bienes u ocupando los trabajos que dejaban los vencidos tras ser depurados. Luego estaban los nostálgicos que seguían celebrando el espíritu del 18 de Julio y la dictadura como si siguiesen existiendo. Franco había muerto hace poco más de diez años. Qué lejano parece todo para mí. Qué lejana aquella ciudad en la que caminando un viernes por la tarde en la zona de Bilbao o Malasaña podías cruzarte con diez o doce tribus urbanas o encontrarte al doblar la esquina a Toni Romano, el protagonista de las novelas de Juan Madrid. La mezcla cultural y el deseo por crear una nueva vida distinta de la beata y machista franquista era evidente.

Una generación joven venida de cualquier lugar de España transformó en apenas unos años, durante la alcaldía socialista de Tierno Galván y la presidencia de Felipe González, un Madrid gris y lleno de humo en una ciudad abierta y luminosa que buscaba su sitio junto al resto de capitales europeas con la bandera de la libertad y el respeto a los derechos humanos como motor de cambio. Madrid dejó de ser la ciudad de un millón de cadáveres, como escribió Dámaso Alonso en un célebre poema, y pasó a ser la ciudad donde todo el mundo quería vivir.

Los hijos de aquella generación de economistas, médicos e ingenieros que habían llegado desde alguna lejana provincia a trabajar a Madrid cuando ser un franquista recalcitrante dejó de ser un mérito en la Administración y en los consejos de dirección de las empresas, se desentendieron de los valores que habían sustentado a sus padres (la honradez, la discreción y la austeridad) abrazando la forma de ser que los franquistas más pudientes habían hecho gala durante la dictadura. Los pasillos con moqueta, la ropa con la marca ostensible y los bares de moda dejaron a un lado los discos de Serrat, los libros de Albert Camus y las gafas de concha. Ser de derechas, escuchar a Raphael y declararse a favor de la tauromaquia se puso de moda. Todo lo que oliese a literatura, arte y rigor científico se convirtió en algo pasado de moda. Recordar a las mujeres que durante la República destacaron en la ciencia, la pintura y la poesía era propio de resentidos. Lo que molaba era hablar de ropa, del último bar de moda y hacer notorio un claro desconocimiento sobre qué pasó en Madrid durante la dictadura o en los años de la Transición.

El siguiente paso de esa derecha nostálgica del franquismo y de la sobrevenida que se dejó obnubilar por el boato y las luces de neón, fue meterse de lleno en el pozo de un movimiento ultraconservador a imitación de la derecha republicana de EEUU. Declararse ignorante conspiranoico dejó de ser algo vergonzoso. El movimiento antivacunas, los conspiranoicos, la Ayatolá del ultra conservadurismo Isabel Díaz Ayuso y el desprecio por la cultura, el cine español y los escritores críticos con el liberalismo egoísta conforman el Madrid actual.