Democracia y sistemas identitarios

Bajmut el epicentro de la guerra de Ucrania

PI STUDIO

Antonio Balibrea

Antonio Balibrea

Resulta sorprendente y curioso que en año electoral la derecha española no traiga a primer plano su valor, su experiencia, su eficacia y otros laureles, que se ponen ellos, sobre su capacidad de gestión de la economía.

El capitalismo occidental triunfó frente a la colectivización comunista del bloque del Este, desde que, en 1989- con la caída del muro de Berlín-, se quedó solo como sistema global, el capitalismo se demostró más eficaz frente al deterioro económico y político de la URSS. Fue el desmoronamiento del bloque del Este. La Unión Soviética o mejor dicho sus antiguos dirigentes, en medio de serias dificultades económicas, buscaron legitimarse en el poder con un discurso nacionalista, con un sistema pseudodemocrático, que se ha ido deteriorando hasta desembocar en un populismo identitario heredero del imperialismo ruso. La unidad rusa se asienta en un discurso étnico y nacionalista envuelto en la beatífica ortodoxia religiosa de Putin bendecida por el patriarca Kirill. Otras repúblicas de la antigua URSS evolucionaron hacia sistemas democráticos ingresando en la Unión Europea. Una federación multiétnica, la antigua Yugoslavia, se desgajó en múltiples estados en un parto violento que tuvo que pacificarse con los fórceps del ingreso en la UE, pero que aún no acaba de cerrarse. Estonia Letonia y Lituania entraron en la UE dejándose un girón de la zona ruso hablante en Rusia. Checoslovaquia ingresó partida en dos repúblicas étnicas. Polonia y Hungría más homogéneas históricamente se adhirieron plenamente a la alternativa occidental, pero reforzando su carácter de repúblicas nacionalistas, más que democráticas, iliberales que dicen ahora. Las ex repúblicas soviéticas más próximas a la metrópoli rusa vivieron guerras y enfrentamientos. escisiones y adhesiones con la intervención militar de Rusia.

La crisis de 2008 demostró la debilidad del sistema económico y la incapacidad del capitalismo occidental, ya entonces global, para dar respuesta a la descomposición de los grandes bancos y financieras en Wall Street, con sus recetas clásicas monetaristas. La primera gran crisis económica reavivó los nacionalismos incluso en la Unión Europea en los estados más ricos de Alemania; el jacobinismo chovinista en Francia; o Italia o España. En nuestro caso el intento en Euskadi del lehendakari Juan José Ibarretxe, o el procés identitario y victimista en Cataluña. El nacionalismo de Vox no es algo distinto, y de ahí la sintonía de estos grupos no solo con Donald Trump, sino también con Putin. Puigdemont sondeó en Rusia el apoyo de Putin, y el de éste a Trump. Incluso la identificación de la UE con los valores identitarios cristianos como se intentó en la época de Juan Pablo II.

La segunda gran crisis sobrevenida con la pandemia y la invasión rusa de Ucrania ha traído nuevas recetas del Estado del Bienestar para hacer frente a las nuevas desigualdades y a la pobreza que dejó 2008; esta vez no ha habido experimentos monetaristas, sino protección del Estado a los mas desfavorecidos y también apoyos a las empresas en crisis. La globalización capitalista se ha cuarteado y la relocalización industrial en los países ricos ha quitado argumentos xenófobos y étnico fascistas a la extrema derecha europea. La derecha ya no basa sus programas o sus propuestas en su eficacia económica; porque la política de centro izquierda o socialdemócrata ha demostrado mucha mayor eficacia en Estados Unidos y en Europa. En Estados Unidos los trumpistas han basado sus campañas en la “guerra cultural” que va desde “recuperar la grandeza americana” hasta recuperar leyes antiaborto, negar la igualdad de la mujer, limitar o trabar los derechos de las minorías al voto, hasta censurar libros en las bibliotecas públicas. Siempre defendiendo las energías fósiles y el capitalismo liberal interno. Las democracias iliberales, como Hungría o Polonia, asientan su régimen en la autodefinida identidad étnica o cultural, en la patrimonialización de los símbolos del Estado y en los sentimientos de pertenencia negando los derechos a los inmigrantes, especialmente a los mas pobres.

Las democracias en el ámbito estatal o supra estatal tienen su legitimación en el desafío por mantener el crecimiento económico sostenible, reduciendo las graves desigualdades que el capitalismo creó, y crea, mediante la intervención del Estado democrático o de las uniones de estados. La democracia se basa en la igualdad de derechos de todos los seres humanos, “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición” como reza la Declaración Universal de los Derechos Humanos.