La plaza y el palacio

Faltan cuatro meses para las elecciones

El Botànic explora rebajar el listón electoral

El Botànic explora rebajar el listón electoral / Maribel Amoriza

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

Hace dos meses dediqué mi artículo a reflexionar –a avisar, si se me permite decirlo- sobre el hecho de que sólo quedaba medio año para las Elecciones, por ver si algo decía de provecho para el Botànic. Ahora recuerdo que sólo faltan cuatro meses, de los que dos se los lleva la campaña electoral en la que, paradójicamente, poco puede hacerse en sentido político para alterar tendencias –otra cosa son los presuntos milagros que hace el marketing electoral, que casi nunca se producen-. Reconozco que me atrevo a escribir esto, en parte, llevado de la nostalgia de tiempos en que gentes como yo eran requeridas por los partidos –incluso por aquellos en los que militaban- para que reflexionaran y esbozaran algunas ideas que sirvieran para estrategias. “Gentes como yo”, por supuesto, significa ser mayor, años dedicados a estos tejemanejes de las ideas y las acciones políticas. Pero como los tiempos cambian, la experiencia parece ser demérito, pues muchos dirigentes opinan que todo lo que sea salirse de sus intuiciones y buenas intenciones es estorbo prescindible; de la misma manera que establecer una planificación atendiendo a objetivos parece suprema pérdida de tiempo: la improvisación y el meme son, creen, más eficaces. En la economía del desconocimiento la concentración para leer o pensar o argumentar son piezas levemente arqueológicas.

Lo mismo tienen razón. Al fin y al cabo, este pensamiento revuelto, entre el woke ideológico y la sopa boba programática, con mucha azúcar y pocas vitaminas, satisface como nada a los líderes aficionados a mirarse en ríos y espejos y pantallas y, sobre todo, elude cualquier compromiso grave, innecesario ante las urgencias de las poses. Es cierto que eso contribuye a descoyuntar la democracia a base de finas ocurrencias, pero, a cambio, permite a los jefes que tal piensan y sienten externalizar la culpa y empezar la campaña convencidos de que nada malo que acontezca será responsabilidad propia. Con esto dicho ya he hecho diagnóstico y, curándome en salud –aunque sea salud entristecida-, dejo claro que no se trata de nada personal –mi ambición en estas cosas anda asintomática- pero sí de sentirme preocupado por un fenómeno colectivo, por una de las derivas de la política actual. Quizá exagero. O no. Lo peor, para mí, es que del mal de considerar la democracia como algo a medio camino entre el concurso de fuegos de artificio y el festival de danzas populares, padecen más los partidos de izquierda que los de derecha aquí y ahora. En fin, llevado del viento de la inercia, y más por costumbre que por convencimiento, me atrevo a anotar lo siguiente.

1.- La situación global hace que estas Elecciones se vayan a jugar más en “España” –o Madrid, si se asume que España es sólo una parte de Madrid- que aquí. No queda ningún tema de capital interés que dilucidar en estos meses en la CV, mientras que la desazón en las instituciones españolas continúa, los atrevimientos de los imprudentes perseverarán y, en suma, la volatilidad de la situación anidará en los relatos esenciales. Cómo meter en campaña Ucrania, covid en China, inflación, empleo, rifirrafes judiciales o el puzzle catalán es cuestión de harta dificultad. Los ataques despiadados a Sánchez quizá le desgasten pero, a la vez, subrayan sus logros y los de su Gobierno, manteniéndolo en primera línea de todo debate. Y aunque la población está harta de la polarización, escapar de ella será cada vez más difícil según se aproximen los comicios. Y polarización de materia estatal, muy poco autonómica o municipal. La tensión puede desembocar en abstención o en mayor participación, según sucesos de última hora. Jugar sabiendo eso es capital. Las fuerzas del Botànic son, a la vez, fuerzas de la mayoría que sustenta a Sánchez. Intentar alterar mucho esa percepción sólo generará desconcierto entre los electores. Reforzar al Gobierno –aunque a veces haga cosas de muy difícil justificación-, refuerza al Botànic… siempre y cuando esas fuerzas convenzan a Sánchez de no emprender más acciones que se perciban como dañinas para la CV. En todo caso, la sensación que aquí se tenga por el electorado de izquierdas o dubitativo podrá variar el voto. Seguramente en márgenes muy pequeños: un 2, un 4%, quizás. Suficiente para decantar la mayoría final en un sentido o en otro.

2.- Sería bueno que las fuerzas del Botànic se apaciguaran completamente: aquí está todo el trabajo institucional hecho. Antes que inventar nuevas cosas más valdría que hicieran el ejercicio democrático de dar cuenta de su gestión. Y cuando digo gestión no lo digo como pedía el President hace poco –hablar de gestión para no hablar de política- sino, precisamente, para hablar de política. Por supuesto que hay que hacer cuentas de realizaciones –y, también, de frustraciones, explicando las causas-, pero sobre todo lo esencial es mostrar cómo estos 8 años han cambiado la CV. Han sido 8 años de estabilidad –presupuestos hablan-, de integración de las diferencias, de capacidad de diálogo social, de práctica desaparición del clientelismo. Baste imaginar lo que hubiera sido esta Comunidad, durante la pandemia, y en la gestión de las dificultades posteriores, bajo gobiernos marcados por la sospecha generalizada –a menudo bien fundada-, bajo focos de prensa y policía, con una crisis radical del modelo económico especulativo. ¿No ha habido errores? Muchos, por supuesto. Y no ha habido fuerza para acabar con la infrafinanciación. Pero se ha acertado con la línea esencial: la eficacia mostrada no es el mero resultado de algunas opciones técnicas, sino el fruto complejo de decisiones políticas de calado, de una cultura compartida por las fuerzas de izquierda cuyo eje central es buscar la cohesión social y defender las virtudes del entendimiento. Eso es lo que hay que explicar convenciendo de que no se va a perder en el futuro, aunque cambien los instrumentos o los rostros.

3.- El que buena parte de los resultados se jueguen en las instituciones del Estado no significa que el papel de las fuerzas del Botànic haya finalizado. Al contrario: muy fino han de hilar porque el margen de su capacidad de influencia es más escaso que otras veces. Escucho las últimas semanas a dirigentes de varios partidos del Botànic decir que “no se va a votar al Botànic” sino a uno u otro partido, por lo que lo esencial es marcar las diferencias. Sin duda es lo más cómodo. Pero esa misma comodidad conducirá a simplificar la cuestión, con ataques puntuales pero cada vez más continuados y envenenados a los compañeros de gobierno. Ni un voto se conseguirá así. Por un lado, una gran mayoría de electores de izquierda lo que se quiere es votar al Botànic, precisamente, o dicho de otra manera: votar a una de las fuerzas del Botànic justamente porque esperan que repitan la experiencia. Si lo que aprecian es que la parte de conflicto interno, inevitable en una coalición, pero que molesta a los electores, se magnifica a las puertas de las urnas, se incrementará la desmovilización de ese electorado, creciendo la abstención de izquierdas: el mejor escenario para el PP y Vox. Es legítimo defender ideas, prioridades y acciones concretas emprendidas por cada partido, pero empeñarse en defender “lo que hemos hecho” en cuanto que sean iniciativas que salieron de una u otra Conselleria –o de Presidencia- es ridículo: el número de ciudadanos que sabe qué partido preside cada Consellería debe ser extraordinariamente exiguo. Y, además, ¿no fue siempre un mensaje y un orgullo del Botànic esa cierta dilución en el proyecto común, ese mestizaje tan duro de soportar en ocasiones? Salvo que una fuerza de izquierdas avise de que no quiere un Botànic III –y quiera pagar el precio por ello- esa política de buen entendimiento en lo esencial hasta el final, es lo que más beneficia a todos. No soy ingenuo: eso quizá dé un plus al PSOE –partido mayoritario, partido de Puig, que, por cierto, equilibra aquí alguna mala imagen de Sánchez-; un PSOE que, a poco que te descuides, saca parte de su cultura de la prepotencia. Pero lo contrario hace que el PSOE saque toda su cultura de la prepotencia y, en definitiva, no ayuda a los demás para nada, ni les dará un voto. Las diferencias deben marcarse, pues, en la mirada al futuro: no recordando las cuitas acumuladas sino compitiendo por la originalidad y seriedad de las propuestas programáticas para integrar en el futuro Botànic III.

4.- También hay Municipales y no veo a ningún partido esbozar unas líneas mínimas de Programa Marco. Error manifiesto que impide crear sinergias entre lo que se defienda para las Autonómicas y las locales. Sobre todo es muy importante la coherencia en las grandes ciudades. En un cierto revival rural que vivimos, hay quien piensa que lo importante es ganar muchos pequeños pueblos. Sociológicamente no se sostiene ni por asomo esta tesis. Las grandes batallas se darán en municipios de más de 50.000 habitantes que, por lo demás, serán los que tengan un efecto arrastre para el voto autonómico.

5.- Todo parece indicar que el mayor peligro para el Botànic se da en “el Sur”, y no digo provincia de Alicante porque hablo de Altea para abajo, de Castalla para abajo. Y ahí, ahora, a 4 meses vista, los partidos de izquierda siguen con sus entretenimientos habituales y sus históricas lamentaciones. Mal.

6.- Los partidos no son fines para su mayor gloria: son medios para alcanzar fines esenciales en la democracia. Entre ellos organizar candidaturas con criterios de racionalidad y capacidad para conformar equipos de gobierno u oposición al servicio de la ciudadanía. No pueden ser grupos constituidos en torno a las buenas intenciones y a las meras promesas de voluntad o federaciones de agraviados por problemas particulares. Las candidaturas deberían, por ello, obedecer a principios esenciales: personas que atraigan votos, con capacidad para integrar demandas y construir ofertas generales, y que posean experiencia y conocimientos para conformar con comodidad esos futuros equipos. No excluyo otros, como visibilizar sectores sociales, territorios, etc. Pero no sirve a la democracia empeñarse en atender prioritariamente a las necesidades partidarias, practicando el clientelismo interno, antes que afirmar su función de servicio democrático a los representados: los candidatos representan al partido o coalición, los electos representan a todo el pueblo. En este momento en que se están decidiendo algunas candidaturas en los partidos del Botànic, a veces mediante extravagantes procedimientos, bueno es dejar constancia de ello, por si es que, simplemente, hubiera sido olvidado.

Amenazo con retomar estas cuestiones dentro de dos meses.