Palabras gruesas

Miedo a la paz

Rusia minimiza el posible impacto de los tanques Leopard en Ucrania.

Rusia minimiza el posible impacto de los tanques Leopard en Ucrania.

Carlos Gómez Gil

Carlos Gómez Gil

La atención internacional parece pendiente del anuncio de suministro de tanques Leopard a Ucrania, en apoyo a la guerra contra la invasión de Rusia. Sin ninguna duda, supone un paso importante, no solo en la escalada militar del conflicto, sino especialmente en el plano político, al trasladar al Kremlin el decidido compromiso de la OTAN en apoyar a Ucrania con todas las consecuencias, al tiempo que da un mensaje de unión sin fisuras por parte de todos los actores que respaldan al ejército ucraniano, algunos de cuyos países y mandatarios han dado muestras de contrariedad frente a las estrategias belicistas ilimitadas de Estados Unidos.

Sin embargo, a medida que avanza una guerra que pronto cumplirá el año y se suceden los anuncios de envío de más y más material militar cada vez más sofisticado, nos damos cuenta de que estamos ante un conflicto derivado del cierre en falso de la Guerra Fría. Tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, se decía que acabaría la tensión entre los dos bloques militares en Europa sobre la base de la retirada soviética del espacio centroeuropeo, la disolución del Pacto de Varsovia, la garantía de no avance de la OTAN hacia los países del Este y la reunificación alemana. Todo ello tomó cuerpo en la llamada Carta de París, donde se reflejó el nuevo concepto de “seguridad continental integrada” de Europa. Pero las diferentes convulsiones políticas que ha vivido Rusia y el avance de la OTAN hasta sus fronteras han generado tensiones en el continente que, en el caso de Ucrania, han desembocado en una guerra, tras la invasión de Rusia en febrero de 2022.

Pero en las relaciones internacionales, todo es mucho más complejo que en esa película de buenos y malos que con frecuencia vemos. Si tuviéramos que hacer un apresurado balance, junto a un régimen autocrático y decadente en Rusia que lleva años demostrando a sangre y fuego sus ansias imperialistas, como sucedió con la guerra de Chechenia de 1999 a 2009 (que contó con el silencio obsceno de los países occidentales, por cierto), tenemos también a una potencia en declive, como es Estados Unidos, que no quiere perder su dominio político y militar sobre Europa (y otros lugares del mundo) aunque sea mediante el uso de la fuerza militar, junto a una Unión Europea germanocéntrica que se ha convertido en vasallo de los estadounidenses. Por no hablar de una Ucrania convertida en caballo de Troya contra Rusia, expuesta a grandes convulsiones al servicio de los intereses de los oligarcas. Y en medio de todo ello, los ciudadanos europeos convertidos en rehenes silenciosos de los intereses políticos de la OTAN y de sus dirigentes, en términos de crisis económica y energética, escalada inflacionista, junto al encarecimiento del precio de los alimentos y bienes esenciales.

Ahora bien, llama la atención que los dirigentes occidentales, a lo largo de este año de muerte y destrucción sobre Ucrania, no hayan hablado públicamente de la necesidad de poner fin a la guerra por medios diplomáticos, avanzando hacia un proceso de paz al que en un momento u otro habrá que llegar. Porque quienes crean que el fin de la guerra pasa por la victoria militar de uno de los dos países sobre el otro, no solo está equivocado, sino que ignora que ese escenario pasaría por el uso del arma nuclear cuyas consecuencias son bien conocidas.

Parece que Europa, sometida a la escalada belicista empujada por la OTAN (es decir, por EE. UU.), no está trabajando sobre las bases de una necesaria paz que, además de detener la hemorragia económica que sufrimos, permita sentar las bases para pacificar y estabilizar el continente en el futuro. Porque son muchas las exigencias de un proceso de paz creíble que recibiera el apoyo de todos los actores en conflicto, pero que en este momento no parecen claras.

Empecemos señalando que no se vislumbran líderes que pudieran impulsar un proceso de paz con autoridad. No parece haber un liderazgo en Europa capaz de unificar intereses tan contrapuestos como los que hay entre una Alemania acuciada por la necesidad de garantizarse energía barata como sea, frente a Francia, deseosa de un acuerdo con Putin que pueda pacificar Europa y detener la crisis económica que empieza a azotar con fuerza su país, sin olvidar una Hungría claramente a favor de Rusia, junto a unos países bálticos belicistas y partidarios de machacar a Rusia al máximo. Mientras, en Estados Unidos, su estrategia militar desde la OTAN contra Rusia, el deseo de aprovechar la ocasión para tratar de destruir y debilitar al máximo al ejército ruso, junto a la debilidad política (e incluso de salud) del presidente norteamericano, no le coloca con la autoridad necesaria para un proceso de paz como el que habrá que impulsar.

Pero, además, ¿quién y cómo se van a financiar los gastos de la reconstrucción de Ucrania, a los que habrá que añadir los ingentes gastos militares derivados de la guerra? Las enormes dificultades que hubo para aprobar ayudas europeas durante la crisis financiera y la pandemia no apuntan a que la UE vaya a impulsar unos recursos que necesitan los diferentes países para evitar que el malestar social crezca. De manera que más vale que empecemos a hablar y pensar en un proceso de paz, porque no va a ser nada sencillo.