"Tár", un prototipo cultural tóxico y una oportunidad para contar

El retrato de las lesbianas en el cine se ha balanceado entre la total malignidad o el drama y la desgracia más absolutas

Cate Blanchett en ’TÁR’.

Cate Blanchett en ’TÁR’. / EPC

Carmen Tomàs

Carmen Tomàs

Hace unas semanas el podcast ‘Deforme Semanal Ideal Total’, conducido por Isa Calderón y Lucía Lijtmaer, dedicaba el programa “Extrañas (I)” a la figura de las mujeres lesbianas en el panorama cultural contemporáneo. Y es que a partir del cine noir y esas figuras de mujeres-vampiras, pasando por ‘Instinto básico’ y aterrizando de lleno en ‘Tár’, la última película de Todd Field, el retrato de las lesbianas en el cine se ha balanceado entre la total malignidad o el drama y la desgracia más absolutas, señal de clara lesbofobia. En el cine ser lesbiana es sinónimo de constituir el eje del mal o de padecerlo.

La mirada del film, que progresa durante más de dos horas y media de metraje llevando el tempo de una sinfonía, con sus movimientos y sus silencios, es también la mirada de una Blanchett que ha estudiado y cincelado un personaje magistralmente. Una directora de orquesta narcisista y encantada de conocerse, una persona paternalista y déspota, capaz de mirar a otro lado cuando sus ex amantes, su mujer o sus súbditos le suplican ayuda a gritos o mediante correos electrónicos. “Bórralos todos”, le ordena a su asistenta Francesca (Noémie Merlant), y aquí da comienzo todo.

Quien se acuerde de las clases de música sabe de la importancia de un silencio: hay un silencio para cada valor de nota musical, lo que significa que, en las matemáticas del solfeo, hay un silencio para cada ausencia de palabra; un silencio que dice cosas, que cuenta. Esto lo sabe perfectamente Lydia Tár cuando dice que “no hay gloria para un robot”. Tár maneja el lenguaje musical a la perfección. Se lo toma en serio, lee entre líneas y aborrece el juicio que, en las redes sociales, cancela a compositores o creadores de hace siglos por “cisheteros”. La crítica de la película está clara y deja espacio para debatir sobre la cultura de la cancelación: ¿borrar sin más o conocer y analizar con ojo crítico? ‘Tár’ deja abierta la posibilidad al debate, algo que en el cine es una virtud. Da la impresión, por momentos, que hasta la propia protagonista sabe que eso de separar la obra del autor es una utopía, un consuelo para aquellos que prefieren descontextualizar la obra por comodidad: si separamos la obra del autor todo es más fácil moralmente, aunque perdamos parte ineludible de su esencia. Esto es lo que Tár hace con la chica de los correos, aunque no piense lo mismo cuando se trata de Bach: y es que, ante todo, Lydia Tár es también es una hipócrita.

Muchas mujeres, incluida la directora de orquesta Marin Alsop, se han sentido ofendidas por la película. El retrato de una mujer fría, calculadora y tremendamente egoísta. Temblorosa o insegura solo cuando todo puede derrumbarse y salpicarle a ella, acostumbrada a eludir responsabilidades y pasar por encima de los demás. Esta mujer les parece irreal y la propia Blanchett ha tenido que defender su papel alegando que la película “trata sobre el poder”.

En mitad de todo el lío, algunas compañeras critican que la narración se ubique en un ámbito salpicado por el Me too, como es la música clásica, y que justamente la “culpa” la cargue una mujer. Coincido. Se puede hablar largo y tendido sobre la “mala idea” de contextualizar la película en este ámbito. Pero, por otra parte, la música clásica aporta a la protagonista el control y disciplina básicos de una pianista, siendo estos rasgos parte del discurso narrativo en el thriller. Un ejemplo de este recurso sería el cambio de profesión que experimenta el personaje de Therese en el ‘Carol’ de Patricia Highsmith a la película: de escenógrafa a fotógrafa por una mera cuestión de adaptación al ritmo del medio con el que se cuenta. El cine requiere más agilidad que una novela y el personaje de Tár requiere una profesión de la más alta exigencia.

No obstante, hablando con amigas y colegas de la película, pienso: ¿no deberíamos las mujeres lesbianas y bisexuales hablar, de una vez por todas, de que también sufrimos relaciones de abuso de poder? “Es un melón ese tema”, me comentaba una de ellas. No se habla, pero hay que hablarlo. Más aún cuando muchas de esas relaciones están sometidas al escrutinio y el juicio que ya implica no encajar en el patrón heterosexual: mujeres que sienten que su palabra se puede poner en duda, o que se sienten solas porque nadie habla de lo difícil que es repararse después de ciertas experiencias.

Dejando a un lado lo machista que es asumir que somos seres de luz, el perfecto retrato de Cate Blanchett puede ser una oportunidad para que nosotras también hablemos, comuniquemos y construyamos relaciones más sanas. Hablar para aprender a identificar patrones tóxicos y de violencia es importante y no implica negar la obvia existencia de la violencia machista, que tiene una estructura y un germen específicos. Existe mucho miedo a que los negacionistas de esta traten de sacar rédito a raíz de testimonios de mujeres homosexuales, mezclando churras con merinas y, en su línea, abandonando el sano ejercicio de escuchar. Estos forman parte del ruido de las redes sociales y no deberían filtrarse en espacios seguros y feministas.

Que las mujeres lesbianas y bisexuales cuenten y hablen con naturalidad de cómo evitar relaciones desiguales, cómo identificar el abuso de poder o las dinámicas donde un silencio sostenido daña más que una mala palabra, solo puede beneficiarnos y beneficiar a las que vengan. Esta es una oportunidad para hablar de ello y, también, para darle otro Oscar a Cate Blanchett.