Unos premios punkis

Ceremonia de entrega de la décima edición de los Premios Feroz

Ceremonia de entrega de la décima edición de los Premios Feroz / Javier Cebollada

Antonio Sempere

Antonio Sempere

Mucho se ha hablado de los premios Feroz por motivos extracinematográficos. Desgraciadamente. Por eso desearía reconducir estas líneas hacia la gala propiamente dicha, la mejor de la diez ofrecidas hasta la fecha por la Asociación de Informadores Cinematográficos que preside la combativa María Guerra. çSi he de quedarme con un momento culminante (tuvo tantos que sus casi tres horas pasaron volando) sería el protagonizado por Silvia Abril. Esta mujer tiene ángel, ya lo sabemos. Su querido esposo, Andreu Buenafuente, mejor que nadie. Al resto de espectadores también nos enamoró hace muchos años. Es de ese tipo de comunicadoras totales que aparecen muy de cuándo en cuándo. Su intervención secuestrando literalmente a Pedro Almodóvar cuando el director manchego se encontraba camino de los aseos ya es historia de la televisión. Algo difícilmente superable en el palmarés de las galas. Porque ni todos los guionistas del mundo podrían superar la fuerza generada por esos minutos de directo.

Terminaré mucho antes diciendo que los instantes más flojos fueron los protagonizados por Ingrid García-Johnson, aunque a su favor hay que decir que el nivel de los presentadores era altísimo. Mención aparte merece Bob Pop y su monólogo antológico acerca de la precariedad que sufren quienes cubren los festivales de cine. Empleo la tercera persona, como él, por elegancia. Mi aplauso y solidaridad a compañeros de fatigas como Pepa Blanes, Javier Zurro y David Carrón, por tantos pases de prensa de las 9 de la mañana compartidos desde que yo tenía pelo y ellos eran casi adolescentes. De lo que nadie ha hablado, y sí merecería reflexión, es sobre el porqué Mi vacío y yo apenas fue vista por un millar de espectadores cuando se estrenó en septiembre. El resto es anécdota desafortunada.