Mercado Medieval de Orihuela

El cronista realiza un recorrido por la historia de las ferias y mercados de la ciudad, que se remonta al año 1269

MERCADO MEDIEVAL

MERCADO MEDIEVAL / Gaspar Poveda

Antonio Luis Galiano Pérez

Antonio Luis Galiano Pérez

A la tercera va la vencida. Dos años en nuestra historia, 2021 y 2022, en que no pudo celebrarse el Mercado Medieval por razón de un tema sanitario que ya casi se ha hecho clásico: la pandemia. Sin embargo, en ese último año, se recordó a dicho Mercado al ser protagonista a través de una foto de Rate Bas del cupón de la ONCE del jueves 27 de enero, que fue presentado en nuestra ciudad tres días antes por el alcalde Emilio Bascuñana Galiano, el director de la ONCE en Orihuela Vicente Vázquez González y la concejala de Festividades, Mariola Rocamota Gisbert.

Pero, hagamos alguna matización sobre el título de «Mercado Medieval», aunque pensamos que, después de veintidós ediciones y en este año una más, se debe de seguir manteniendo esa denominación. El hecho es el siguiente: según el «Diccionario de Autoridades» de 1734, hay que diferenciar entre mercado y feria, ya que la segunda es «más copiosa, concurriendo a ellas mercaderes forasteros con mercancías gruessas», sin embargo el primero lo define como de menos entidad, aunque más frecuente. Por ello, siempre hablamos, «el martes en Orihuela, mercao», refiriéndonos a todos los martes del año. Y decíamos la Feria de Agosto, anual. Pero, dejemos la cosa como está y sigamos valorando positivamente a nuestro Mercado Medieval, aunque tal vez en el fondo sea una feria.

Y tratando sobre esta última, hagamos memoria sobre cómo se llevaba a efecto hace algunos siglos, después de haber sido autorizada por un privilegio del Rey Sabio, en 1272. Mientras que, en 1269, para el mercado semanal se concedían franquicias a los mercaderes que acudieran al mismo.

La Feria a lo largo de su historia sufrió cambios en la fecha de celebración, desde agosto a Todos los Santos, hasta regresar al mes de agosto. De igual forma, su ubicación fue distinta en varias ocasiones, hasta que en el siglo XVII, el Consejo decidió trasladarla desde la calle de la Feria, hasta el Arrabal de San Agustín.

El 24 de octubre 1589 se ordenaba por una provisión real que no se celebrase la Feria debido a una epidemia de peste, y en 1596, el Virrey de Valencia trasladaba otra provisión por la que se establecía que no se realizara en ninguna población que no la tuviera establecida en sus fueros. Este no era el caso de Orihuela, tal como hemos visto, y la convocatoria para la misma todos los años iba precedida por una crida que era pregonada en la Plaza Mayor ante el vecindario por el trompeta y corredor público. Cargo que, en 1612, lo desempeñaba Domingo Blanch.

En 1603, el pregón por el que se anunciaba la celebración de la Feria se hacía saber por orden del caballero y Señor de Jacarilla, Luis Togores, «portanvens» general y gobernador de Orihuela, así como por Alonso Remiro de Espejo, caballero y baile de la Ciudad y su partido; Françes March, ciudadano y justicia criminal y Jaume Ortiz, caballero y justicia civil, y por los ciudadanos y jurados Pere Masquefa, Françes de la Torre, Juan Pérez, micer Françes Gil y micer Vicent Ferrer. Los cuales adoptaron el acuerdo de celebrarla desde el primer día de noviembre hasta el quince de ese mes, a tenor de los Reales Privilegios que gozaba la Ciudad, notificando a todos aquellos que acudiesen con sus ropas y mercaderías que deberían portar certificados, tanto de ellos como de éstas de que estaban sanos y sin males contagiosos, para no ser molestados.

Generalmente, entre otras con sediciones para poder efectuar las ventas hacía hincapié en dos sectores: textil y platería. Con respecto al primero de ellos se intentaba proteger la fabricación autóctona y del resto del Reino de Valencia. En el segundo, se pretendía evitar el fraude a los vecinos y a los que arribaban para hacer las compras de esta artesanía desde otros lugares.

La venta de paños, tejidos de seda, terciopelos, cretonas, tafetanes y damascos, estaban condicionados a que antes de desembalarlos lo debían de poner en conocimiento del escribano de la Sala para que el «bollador» o encargado de poner un sello de plomo en los tejidos para saber quién lo había fabricado. Así como, que los reconociese a fin de comprobar si en dicho sello se identificaba la fábrica donde se habían confeccionado, evitando así el fraude. Por otro lado, en referencia a aquellos de seda fabricados en el Reino de Valencia y en Génova, en los que se podía producir fraude, no se podrían vender si no estaban debidamente marcadas como del primero y de la ciudad de donde procedían sin engomar, y acorde con los capítulos del gremio de terciopeleros de Orihuela. En este caso, de incumplir dichos requisitos los tejidos de seda serían requisados y el mercader sancionado con 50 libras.

Por otro lado, estaba prohibido a los mercaderes comprar paños durante la Feria para volverlos a vender en ella, o en la ciudad, salvo que fueran inspeccionados por los «bolladores» y relacionados por el escribano de la Sala. En este último caso, a aquellos que lo infringieran serían multados con 60 sueldos. De igual forma que si se descubriese paños falsos y sin bollar, se incautarían al mercader, no siendo vendibles y sancionándolo con 50 libras.

En aquel caso de ventas de trabajos en oro, plata y joyas, se intentaba evitar los fraudes que se acostumbraba a hacer a los compradores, ya que solían traer las piezas trabajadas con menoscabo de su valor de oro de 22 quilates, tras haber sido sometidas a mezclas con otros metales. Ante ello, se ordenaba que los joyeros y plateros vendieran sus mercancías marcadas con los quilates que establecían los fueros del Reino de Valencia y, en caso contrario, aquellas piezas de oro y plata de menor valor les serían requisadas y sancionado el mercader con 50 libras.

Las condiciones con que el Consejo oriolano de 28 de octubre de 1612, adoptaba el acuerdo de la celebración de la Feria anual y que serían pregonados, prácticamente se reiteraban anualmente, salvo en dicho año, en que tras hacer referencia al requisito de que los mercaderes debían portar certificados de que tanto ellos como sus mercancías estaban sanos de mal, se añadía que además de permitirle el acceso a la ciudad, no serían molestados ni tres días antes ni después de la Feria.

Por otro lado, estaba prohibido el acceso a aquellos que tuvieran causas motivadas por deudas, cualquier crimen y delitos (salvo los de lesa majestad), sodomitas, ladrones, traidores y condenados por sentencia juzgada por el lugarteniente general del Reino de Valencia. Al igual que los desterrados de la ciudad o que estuvieran con proceso criminal. En el caso que accedieran a la Feria serían condenados con la quema de sus mercancías y con las penas que estableciera la Justicia. 

Así, era la Feria hace siglos. Ahora, será Mercado o Feria lo vivimos en estas fechas. ¡Qué más da! Lo importante es que el Mercado Medieval de Orihuela cumple su XXIII edición y atrae a muchos visitantes a nuestra ciudad.