El teleadicto
Los otros Alves
Como he contado en esta sección, soy un fiel seguidor de Aruser@s, con la particularidad de que en lugar de seguir el programa cuando se emite, a la hora del desayuno, lo hago justo antes de dormir. Normal, con el ritmo vertiginoso que tiene, que me cueste conciliar el sueño. Y que después de ver la sección de sucesos que con pericia presenta Javier Ricou, a veces tenga pesadillas. Me está ocurriendo con el caso de Dani Alves, que el especialista catalán desmenuza día a día al detalle, contando siempre con la complicidad de Alfonso Arús, que apostilla con sus comentarios.
En cuanto me recuesto sobre la almohada no puedo dejar de pensar en flashes de mi vida. Uno de los que más se repiten es aquel en el que no tendría más de doce años cuando, al atravesar el callejón de al lado de casa que me conducía a la calle principal de mi pueblo, me topaba con un adolescente jugando a la pelota que se metía conmigo; con insulto que rima con polvorón. Con rabia, sin detener mis pasos, le susurraba: «Chulo». A lo que él me contestaba, sacando pecho: «Porque puedo». Correría el año 1974, poco más o menos, pero yo llevo clavadas aquellas escenas como si fueran de ayer. Ignoro cómo reaccionaría el protagonista si me volviese a ver y me reconociera. Si me pediría disculpas. No creo. Eso sólo ocurre en las películas.
Aunque parezca que mi pequeña historia no tiene nada que ver con la de Alves, en el fondo es muy parecida. Cuando no existe ni la más remota sensación de estar obrando mal, no hay arrepentimiento que valga. «¿Chulo? Porque puedo». ¡Cuánto daño moral se infringe gratis…!
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