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¿Algo se empieza a mover en la provincia de Alicante?

El alcalde de Alicante, Luis Barcala; el presidente de la Generalitat, Ximo Puig; Fernando Maestre; y los reyes Felipe y Letizia

El alcalde de Alicante, Luis Barcala; el presidente de la Generalitat, Ximo Puig; Fernando Maestre; y los reyes Felipe y Letizia / Alex Domínguez

Tomás Mayoral

Tomás Mayoral

La provincia de Alicante se ha convertido en los tres últimos meses en inesperada sede de una serie de eventos, citas y acontecimientos de importancia nacional e internacional que pueden ayudar decididamente a marcar un antes y un después en el empeño de conseguir proyectar una nueva dimensión de la marca “Alicante” al exterior. Ha habido de todo en estas semanas: desde una cumbre europea mediterránea, la consolidación del Benidorm Fest, el acto de entrega de los Soles de Repsol del pasado lunes (que por primera vez en su historia salía del País Vasco) y ayer la entrega de los premios nacionales de Investigación con la presencia de los Reyes. No hay problema con la diversidad: que todos esos grandes eventos no tengan relación entre ellos no conlleva ningún efecto negativo. Muy al contrario, esa diversidad ayuda y contribuye a sumar para la lluvia fina que se requiere en marketing para renovar una marca. Puede haber quien piense que nada de esto nos hace falta, que la provincia no necesita ninguna carta de presentación en el resto de España o de Europa. Pero ahora no funcionan así las cosas. La “brandización”, palabreja horrible pero de la que hay que tirar para entender el fenómeno, de los territorios permite convertir los lugares en ideas que, cuando se trabajan bien, acaban convirtiéndose en grandes activos de futuro. En Alicante estamos acostumbrados a ver este fenómeno desde una perspectiva turística porque es nuestra principal industria. Han sido largas y fecundas décadas de contrastada experiencia consolidando la Costa Blanca y eso marca, nunca mejor dicho. Pero este concepto al que me refiero va más allá de lo turístico, aunque sin abandonarlo: muy al contrario, puede abrazarlo y multiplicar su dimensión. Es cierto que hay que pensar a largo plazo. Un cambio así es difícil de advertir tanto para el observador interno como para el externo porque contiene una paradoja: surge inicialmente de dentro hacia afuera, pero termina eclosionando en sentido contrario, de afuera hacia adentro. Fui testigo directo de que cuando nació ese caso de éxito que hoy es Málaga casi nadie creía (creíamos, para ser sincero) que en 15 años llegaría a convertirse en lo que es hoy, una de las ciudades, y por inevitable efecto “simpatía” con su entorno, de las provincias, más en boga en estos momentos en España. Alicante, sin necesidad de parecerse a nadie pero con la modestia de copiar todo lo bueno de los demás, tiene las mismas posibilidades de conseguir al final de esta década una posición envidiable y singular que atraiga inversiones (externas pero también internas: ningún Gobierno se atreve a ir contracorriente de un territorio cuando se ha convertido en una tendencia consolidada) si la proyección de su marca se deja fuera de debates políticos estériles, si el apoyo institucional se coordina (no lo están haciendo nada mal ayuntamientos, Diputación y Generalitat con un callado trabajo conjunto, aunque no sé si ellos se han dado cuenta o quieren que nos demos cuenta), si se sigue gastando dinero en estas iniciativas con proyección y, sobre todo, si pensamos a lo grande por una vez. Y nos lo creemos.

Y una cosa más:

Sin embargo, su historia, volando por encima del ruido implacable de la actualidad, ha sido capaz de lograr ese pequeño milagro de no pasar inadvertida, de concitar un interés que, al sacarla del anonimato, le devuelve la dignidad.Amor solo quería un techo y poder pagar sus facturas. Todos podemos entender eso.

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