Vivir un instante

Fernando Ull Barbat

Fernando Ull Barbat

Tres años después de que se decretara el estado de alarma y el confinamiento para tratar de evitar que la muerte se extendiese por España poco queda por decir. A pesar de que la derecha española y su apéndice trumpista tratasen de poner todos los palos posibles en las ruedas del Gobierno de Pedro Sánchez, las decisiones que se pusieron en marcha, muy similares a las del resto de países de la Unión Europea, salvaron miles de vidas. El descalabro económico estuvo atemperado por las medidas económicas que se aprobaron. Si el Gobierno de España hubiese estado en manos de la derecha la gestión de la pandemia hubiese sido muy similar a lo que hizo la Comunidad de Madrid de Díaz Ayuso: bares abiertos, miles de ancianos muriendo en absoluta soledad en sus habitaciones de residencias e inexistencia de ayudas económicas de cualquier clase. Sálvese quien pueda.

La huelga de médicos del sistema público de la Comunidad de Madrid, que ya va para cuatro meses, responde en cierta medida a los días más duros de la pandemia y al concepto de la asistencia sanitaria que tiene el PP de Madrid, es decir, su ala trumpista que tiene grandes coincidencias con la ultraderecha rabiosa española. Los médicos importan un pimiento. Con su trabajo y heroísmo en realidad lo que hicieron fue subrayar las deficiencias de la sanidad pública madrileña después de largos años intentando privatizarla. ¿Alguien recuerda qué hicieron los principales hospitales privados de España? ¿Alguien pudo escuchar a los directivos de los hospitales privados poniéndose a disposición de las autoridades sanitarias para tratar de evitar todas las muertes posibles? Sólo los hospitales concertados y de mala gana, preguntando con la mirada quién les iba a pagar todo aquello. Sin embargo cada vida contaba. No para los ultraliberales por supuesto. Pero sí para el personal sanitario de la sanidad pública española. Y aquel esfuerzo algunos se lo quieren hacer pagar con contratos temporales y turnos imposibles.

Como decía al principio lo que más recuerdo de aquellos días de hace tres años es la sorprendente rapidez con la que nos acostumbramos a estar todo el día en casa o a hacer colas en los supermercados. Y el silencio. Recuerdo sobre todo el silencio. Una vez que salí a la calle a medio día, en la parte más dura del confinamiento, llegue a ver un nido de pájaros sobre un semáforo. El ser humano se puede adaptar a cualquier situación. Gracias a ello evolucionamos como especie y nos hicimos con el dominio de la tierra. ¿Cuántas vidas se salvaron gracias al estado de alarma decretado por el Gobierno? Afortunadamente nunca lo sabremos. Aunque parezca molestar a la derecha española es fácil hacer un cálculo aproximado. Las instituciones europeas lo han hecho. Hablan de millones.

Dejando al margen los miles de muertos que la pandemia trajo consigo, lo peor fue la actitud de los antivacunas y los conspiranoicos que consiguieron hacerse oír gracias a las redes sociales y medios de comunicación minoritarios. Con su actitud de negar las evidencias científicas y médicas y, sobre todo, la realidad más palmaria, sólo consiguieron provocar miles de muertos producto de sus ideas disparatadas. En España se puso de moda ser un cazurro y hacer gala de ello. Nunca antes había pasado. Cuando hoy día muere una persona por cualquier causa dicen que es por los efectos nocivos de la vacuna. Supongo que cuando se descubrieron la vacuna contra el tifus o la viruela surgieron voces en su contra por razones religiosas y para tratar de hacerse los interesantes.

A veces mientras camino por la calle pienso en todas las vidas que la implantación del confinamiento y las medidas inherentes al estado de alarma consiguieron salvar. Muchas de las personas que veo caminar delante de mí desaparecerían a medida que me acercase a ellas. Me acuerdo de todos aquellos hombres y mujeres que murieron culpa de la pandemia a pesar de los esfuerzos del Gobierno, esfuerzos que, en el fondo no sorprende, fueron sistemáticamente negados por la derecha española sin que plantease ninguna alternativa más allá de la simpleza de decir que beber una cerveza en una terraza era signo de libertad. España fue el único país de Europa donde la oposición política no quiso arrimar el hombro con el Gobierno. Además de alentar teorías conspiranoicas la ultraderecha española recurrió al Tribunal Constitucional el estado de alarma decretado por el Gobierno. Al parecer, para VOX, el Gobierno no podía limitar el sagrado derecho de caminar por la calle cuando a los señoritos de VOX les viniese en gana. Si ello suponía la expansión sin control de la enfermedad y la muerte de miles de personas, sobre todo ancianos y personas con patologías previas, pues mala suerte. Que hubiesen vivido en un chalet con jardín como hace la gente de bien.

La historia de la pandemia en España no tuvo final feliz. No fue una película de Hollywood donde el protagonista salva la vida de un niño enfermo transportando una vacuna por la selva. Quien vive sólo un instante nunca puede morir, escribió José Hierro en uno de sus poemas.