ANÁLISIS

El festín de Ciudadanos

Mientras en València viven las Fallas, en Alicante Ciudadanos protagoniza su última mascletá sin consecuencias en la Diputación

Inés Arrimadas, ante los medios, tras reunirse con Carlos Mazón en noviembre de 2021 en Alicante.

Inés Arrimadas, ante los medios, tras reunirse con Carlos Mazón en noviembre de 2021 en Alicante. / Joaquín Reina

Juan R. Gil

Juan R. Gil

Que UCD ganara las primeras elecciones tras la Dictadura conformando una amalgama en la que tenía cabida desde la socialdemocracia hasta la democracia cristiana fue seguramente algo bueno para que España pudiera empezar a superar muchos de sus dolorosos traumas. Pero provocó también que «el centro» se convirtiera en una categoría política, carente de sustrato ideológico alguno. Esa maldición ha impedido que hasta aquí haya existido un partido liberal equiparable a los que existen en la mayoría de los países europeos y ha condenado a cada formación que ha surgido definiéndose como «centrista» a no sobrevivir más allá de dos legislaturas, tres legislaturas como mucho.

Es lo que ocurrió en su día con el CDS y ahora está pasando con Ciudadanos, cuya penúltima mascletá se disparó, esta semana en que València vive sus Fallas, en la Diputación de Alicante. Los dos diputados provinciales que la formación obtuvo en 2019 y que dieron el gobierno al PP, aunque el PSOE había sido el partido que más votos había obtenido en la provincia, han abandonado la formación, uno de ellos, Javier Gutiérrez, minutos antes de que lo expulsaran, y la vicepresidenta Julia Parra porque era cuando según su propio timing tocaba.

¿Son tránsfugas? Legalmente, sí. Pero a fuer de ser sinceros no son ellos, en ningún caso, los que han cambiado de posición: desde el primer minuto de la legislatura, y porque así lo decidió la cúpula de Ciudadanos en Madrid, Gutiérrez y Parra han sido, en su ejecutoria, indistinguibles del PP. Uña y carne con Mazón, que nunca a lo largo de estos cuatro años ha visto su presidencia amenazada.

Es lógico que el PSOE y Compromís exijan que Mazón aplique el pacto antitransfuguismo, con sus derivadas de pérdidas de dedicaciones exclusivas y asesores. Y que griten y hagan aspavientos. Pero a quince días de que se convoquen las elecciones autonómicas y a poco más de dos meses para que se celebren tanto esos comicios como los municipales, todos sabemos también que es un brindis al sol. Si en la legislatura anterior el popular César Sánchez, que dependía para mantenerse al frente de la Diputación del voto de un tránsfuga de Ciudadanos, pudo sostener el trampantojo cuatro años en los que Fernando Sepulcre gozó de despacho en el Palacio Provincial y unos emolumentos que, como ha contado aquí mi compañera Ana Jover, superaban los 50.000 euros anuales, no parece que ahora Mazón vaya a tener mayores dificultades en acabar plácidamente mandato. Además, el problema en estos casos sigue siendo el de la falta absoluta de credibilidad de todos los protagonistas: ningún partido, ni el PSOE, ni el PP, ni Compromís, han hecho ascos a gobernar con tránsfugas allá donde han podido. Las excepciones son escasísimas y no sirven más que para confirmar esa regla. En todo caso, como digo, para lo que queda de estar en el convento, es lógico esperar que Mazón aplique el reglamento según marquen los letrados de la casa y aquí paz y allá gloria.

Como todas las crónicas recuerdan estos días, Ciudadanos ha tenido en ocho años seis portavoces en las Cortes Valencianas, un récord que difícilmente nadie podrá volver a igualar. Unos, como Carolina Punset, acabaron de asesores del PSOE, otros, como Ruth Merino, de asesores del PP, y otros, como el inefable Toni Cantó andan dando el espectáculo de rincón en rincón, con próxima parada en Vox. Así que Ciudadanos es hace ya mucho tiempo una presa muerta a la que todos los depredadores compiten por descarnar. El botín es suculento. Como advertí aquí hace ya más de dos años («18 huérfanos», publicado el 20 de febrero de 2021), la batalla para determinar quién gobernará los próximos cuatro años la Generalitat no sólo pasa por si Podemos supera el listón del 5% que le permitiría seguir teniendo representación en las Corts o si Compromís aguanta el mazazo de la pérdida de Mónica Oltra, sino en si el PP logra quedarse con la mayoría de los votos que convirtieron a Ciudadanos en la tercera fuerza política de la Comunidad hace cuatro años, sumando esos 18 escaños (19 obtuvieron los populares que entonces lideraba Isabel Bonig) y 466.391 votos, apenas cuarenta mil menos que el PP.

¿Son tránsfugas? Legalmente, sí. Pero a fuer de ser sinceros no son ellos, en ningún caso, los que han cambiado de posición: desde el primer minuto han sido indistinguibles del PP

Pero es que en Alicante, Ciudadanos prácticamente empató con el PP (menos de nueve mil votos hubo de diferencia), superó al PP en seis de los municipios más poblados de la provincia (Alicante, Alcoy, San Vicente, Elda, Villena y Dénia) y en Elche quedó a sólo un centenar de papeletas del sorpasso. Sin Ciudadanos, el PP no habría podido mantener los gobiernos de la capital y la Diputación Provincial, bases desde las que los populares lanzaron la operación para reconquistar el Palau en la que están metidos. Los dos votos que han permitido a Mazón erigirse en el líder para esa batalla, los de Javier Gutiérrez y Julia Parra, son precisamente del mismo partido judicial, el de l’Alacantí. Así que no sólo estamos hablando en el caso de los dos diputados que han abandonado Ciudadanos esta semana de lo que vaya a pasar con la Corporación Provincial en el escasísimo lapso de tiempo que queda hasta las próximas elecciones, sino de lo que vaya a ocurrir en el mandato siguiente. ¿Quién va a sumar esos dos escaños que Ciudadanos va a dejar vacantes? Sólo un avance muy importante en la comarca del PSOE impediría que ambos se los echara al zurrón el PP, garantizándose disponer otros cuatro años de esa plataforma política provincial de lujo que tiene su sede en la Avenida de la Estación.

Mazón ha tenido claro eso desde el principio. Por eso, asegurado su pacto a prueba de bombas con Ciudadanos en la Diputación, a cuyos dos diputados ha mimado en todo momento sabiendo que de la cúpula de ese partido en Madrid, así estuviera al frente de ella Rivera como Arrimadas, no se podía fiar, ha estado trabajando siempre con las miras puestas en arramblar con todo lo que pudiera de sus votos y sus cargos para las siguientes elecciones, pueblo a pueblo y persona a persona, con un ojo puesto en las autonómicas y otro en las municipales y la derivada que a continuación sale de ellas, que es la Corporación Provincial.

Todos, pues, están aplicados en devorar la gacela, esto es, en quedarse con la enorme bolsa de votos que logró sumar Ciudadanos

Por su parte, Ximo Puig dio por imposible desde el primer minuto cualquier entendimiento rentable en Alicante con los cuadros de Ciudadanos. Pero, al igual que Mazón por otro camino, también ha intentado hasta el último día sacar tajada de la naranja, ora utilizando a sus sucesivos líderes para presionar a Compromís con un cambio de alianzas en València, como pasó en la primera legislatura del Botànic, ora tratando ahora en tiempo de descuento de utilizar sus menguados votos para la renovación de órganos estatutarios tan importantes como la Sindicatura de Comptes o para cambiar la ley electoral. Una jugada mal planteada: no se pueden hacer cambios así dejando fuera al principal partido de la oposición, porque ese es un bumerán que te golpeará de vuelta. Y peor pergeñada: no se puede especular con eso cuando las Corts están a punto de disolverse y a expensas de un acuerdo con quien ya no es seguro que tenga capacidad para llevarlo a cabo. No se sabe que es peor, si que la maniobra prospere, lo que parece difícil, o que fracase. Pero sea como sea, el perjuicio para la institucionalidad del sistema es evidente y, desde luego, más grave que el sainete de la Diputación.

Todos, pues, están aplicados en devorar la gacela, esto es, en quedarse con la enorme representación que logró sumar Ciudadanos. Los cuadros de este partido, cuyo filibusterismo y sonrojante falta de preparación, salvo honrosas excepciones, merecería capítulo aparte, andan en un sinvivir persiguiendo ofertas que les prorroguen de alguna manera el contrato más allá del 28 de mayo. La mayoría de ellos se irá con el PP, no para figurar en sus listas, que no caben salvo unos pocos elegidos, sino a cambio de la promesa de ser atendidos en sus necesidades si Mazón preside la Generalitat. Otros -los menos- buscan el mismo amparo en Puig. Pero lo que cuenta es lo que harán los electores. Ahí, y no en los despojos, es donde está el verdadero festín.