Tribuna

Armonía entre seguridad y economía, la nueva agenda de Pekín

El presidente de China, Xi Jinping, en la celebración de la 14ª Asamblea Popular Nacional en Pekín, China.

El presidente de China, Xi Jinping, en la celebración de la 14ª Asamblea Popular Nacional en Pekín, China.

Isidre Ambrós

Isidre Ambrós

La reunión anual de la Asamblea Nacional Popular china, el parlamento del gigante asiático responde a una coreografía en la que nada se deja al azar. Una escenificación que este año debía rimar con perfección, ya que el secretario general del partido comunista, Xi Jinping, iba a ser reelegido para un tercer mandato de cinco años consecutivo para presidir la segunda potencia mundial, lo que le ha convertido en el líder más poderoso del país asiático desde los tiempos de Mao. Un trámite parlamentario que ha dado paso a la adopción de la nueva agenda de prioridades que marcará la evolución política y económica de China en los próximos cinco años y cuyas repercusiones afectarán a todo el planeta.

El rumbo que seguirá el país asiático en el próximo lustro se adivina, sin embargo, lleno de luces y sombras, según se desprende de los mensajes que lanzaron Xi Jinping, y su nuevo primer ministro y hombre de su entera confianza, Li Qiang, en la última jornada del legislativo chino. Unas declaraciones contradictorias, pero complementarias a la vez.

En su intervención en el último día de la sesión parlamentaria, Xi definió una China “orwelliana” bajo el control del partido comunista, difícil para los negocios y hostil a Occidente para los próximos cinco años. Un país en el que subrayó que el partido tendrá más presencia en la economía y en la vida diaria, donde se priorizará la seguridad nacional sobre el crecimiento económico y se acelerará la modernización de las fuerzas armadas para que se conviertan en una “gran muralla de acero” que defienda los intereses y el desarrollo del país de la creciente hostilidad de Estados Unidos. Unas afirmaciones que sugieren un mayor distanciamiento entre China y Occidente y un ambiente poco propicio para la inversión privada, aunque Xi les dijera que “siempre hemos tratado a las empresas privadas y a los empresarios como a uno de nosotros”, o sea como si fueran miembros del partido.

Un horizonte que, poco después, su nuevo primer ministro, Li Qiang, se encargó de despejar, al adoptar un tono más conciliador durante su presentación ante la prensa nacional y extranjera. Li, un político proclive a generar un clima propicio para la actividad empresarial y a impulsar la innovación tecnológica, intentó tranquilizar a los empresarios. Les prometió crear un entorno comercial favorable a los negocios y les garantizó tratarlos en pie de igualdad, protegiendo sus derechos e intereses de acuerdo con la ley y fomentando una competencia leal entre las sociedades comerciales de todo tipo.

Unas declaraciones que se explican por la necesidad de Li de recabar la máxima cooperación posible para llevar a cabo su misión como primer ministro, que consistirá en relanzar una maltrecha economía que carece del dinamismo del pasado. La China de hoy no tiene nada fácil alcanzar un objetivo de crecimiento del 5% del PIB para este año, cuando su economía aún se halla bajo los efectos de la covid que ha paralizado el país durante tres años, el sector inmobiliario en crisis, las exportaciones en franca desaceleración y el sector tecnológico paralizado por la amenaza de las sanciones económicas de EE.UU. Un panorama agravado por un paro juvenil que ronda el 17%, frente a una media nacional del 5,5%, además de unos gobiernos locales fuertemente endeudados.

Un horizonte que explica que las autoridades de Pekín apuesten por el dinámico sector privado, cuya actividad supone el 60% del PIB y genera el 80% de los empleos, para relanzar la economía de la segunda potencia mundial. Una decisión, sin embargo, que no garantiza el éxito de la reactivación de la fábrica del mundo, ya que al final todo dependerá si el partido pone palos a las ruedas o no al capital privado..

La realidad es que, a la vista de las declaraciones de Xi y de Li, todo indica que los líderes chinos intentan la cuadratura del círculo. El primer ministro ha prometido a los empresarios crearles un clima propicio para los negocios, pero su jefe y líder máximo del país, Xi Jinping, insiste en poner énfasis en la seguridad nacional para justificar una mayor participación del partido en los asuntos de las empresas privadas y que ello es totalmente consistente con el progreso económico. Unas declaraciones que crean inquietud en el empresariado, que temen verse presionados para cooperar para alcanzar los fines del partido y anteponerlos a la obtención de beneficios.

Las sospechas de los empresarios no son banales si se tiene en cuenta que Xi ha nombrado como nuevo “zar económico” a un colaborador suyo, He Lifeng. Un político cuya escasa experiencia internacional y su estrecha vinculación con el presidente sugieren que tendrá un papel crucial en la aplicación de sus ideas acerca de la necesidad de lograr un equilibrio entre ideología, seguridad nacional y crecimiento económico, para situar a China de nuevo al frente de las grandes potencias mundiales.

La armonía entre incrementar la seguridad nacional y garantizar el crecimiento económico no parece, sin embargo, una meta fácil de alcanzar. Xi considera que la seguridad es la base del talento y del desarrollo, que en el caso de China impulsará la innovación y contribuirá a mejorar la capacidad de autosuficiencia tecnológica para evitar el bloqueo de Estados Unidos y propulsará la economía del gigante asiático. Los empresarios, sin embargo, desconfían de tanta palabrería y reclaman más iniciativas concretas.

Mucho más claros que el horizonte económico chino aparecen, en cambio, los planes de Xi para Taiwan. En su reciente intervención ante la Asamblea Nacional, el líder chino suavizó el tono y enfatizó que Pekín buscará activamente una solución pacífica al problema de Taiwan y promoverá activamente el desarrollo pacífico de las relaciones a través del estrecho. Una postura cautelosa destinada, sin duda, a minimizar las especulaciones acerca de que la isla podría convertirse en la próxima Ucrania, a medida que aumentan las tensiones a través del estrecho.

Una prudencia que no evitó el recordatorio a la Casa Blanca de que Pekín nunca renunciará al uso de la fuerza para oponerse a los internos externos de separar Taiwan de la China continental. Declaraciones que se interpretan como una clara advertencia a la venta de armas de Washington a Taipei y su compromiso de defender la isla de una posible invasión por parte del ejército popular.

La realidad es que las autoridades chinas siempre sorprenden con los resultados que obtienen de sus estrategias y que han conducido al país a convertirse en la segunda potencia mundial. Ahora, Xi Jinping pretende el más difícil todavía, como es conjugar el control del país, a través de un aumento de los esquemas de seguridad y control, con el desarrollo económico y la innovación tecnológica para alcanzar el liderazgo mundial. Una incógnita que solo el paso del tiempo nos desvelará.