Palabras gruesas

La paradoja de los carritos y nuestro compromiso ciudadano

La paradoja de los carritos y nuestro compromiso ciudadano

La paradoja de los carritos y nuestro compromiso ciudadano / INFORMACIÓN

Carlos Gómez Gil

Carlos Gómez Gil

Son numerosas las personas que exigen más y más a las instituciones públicas, pidiendo incluso que cumplan con obligaciones que nos corresponden a todos nosotros, como si fuéramos seres infantiles, sin responsabilidades sociales ni obligaciones ciudadanas. Y es cierto que las instituciones públicas tienen competencias muy amplias que tienen que ejercer para mejorar nuestras vidas, pero sorprende que muchos de quienes no paran de pedir y reclamar olvidan sus deberes y compromisos más básicos, actuando con niveles de egoísmo enfermizos.

Lo hemos visto con claridad en los momentos más duros de la pandemia, por muchos de quienes no paraban de exigir de manera airada ayudas y subvenciones sin parar, de reclamar atención sanitaria y cuidados médicos, de pedir todo tipo de medidas y dispositivos, pero que luego se negaban hasta a ponerse una simple mascarilla en lugares públicos en los que había personas de riesgo. La ausencia de la más mínima empatía, incluso hacia personas a las que podían poner en peligro para su salud, retrataba el egoísmo y el incivismo de muchos de esos negacionistas de la empatía.

Son numerosos los ejemplos que podemos encontrar a nuestro alrededor de estos comportamientos socialmente irresponsables a los que nos hemos acostumbrado, hablando con claridad de quienes los protagonizan, aunque en algunos casos parezcan irrelevantes. Uno de ellos lo podemos encontrar en los carritos de la compra abandonados en los aparcamientos públicos.

Es habitual acudir al aparcamiento de un supermercado y verlo salpicado de carritos de la compra, en los pasillos, ocupando plazas de vehículos, en las zonas de circulación o bloqueando el paso de otros coches. Cuando cogemos un carrito para hacer la compra sabemos de manera implícita que debemos dejarlo en el lugar donde estos se apilan, sin que exista una norma escrita de devolución, pero asumiéndolo al cogerlo y utilizarlo. Así lo hace la mayoría, aunque son otras muchas personas las que no lo hacen, abandonando sus carritos en cualquier lugar y de cualquier manera. Algo tan sencillo como dejar o no los carritos de la compra en su sitio nos habla mucho de nosotros y de nuestro compromiso con los demás.

Al devolver los carritos de la compra, no obtenemos una compensación ni estamos respetando normativas legalmente formuladas, tampoco es una obligación explícita ni se nos va a castigar o sancionar por no hacerlo. Por el contrario, cuando los volvemos a colocar en su sitio, estamos llevando a cabo un comportamiento personal voluntario porque entendemos que es lo mejor para el establecimiento y para otras personas que después necesiten utilizarlo, de manera que estamos ayudando a que todo funcione mejor. Un gesto tan aparentemente minúsculo, nos retrata como ciudadanos y habla de nuestro compromiso con los demás.

Devolver los carritos de la compra y colocarlos donde los hemos cogido es una muestra de entender que vives en comunidad, con otras personas a las que tenemos que respetar y tener en cuenta para que la convivencia funcione. Es una muestra de asumir reglas morales voluntarias con la única satisfacción de hacer lo correcto con los demás, teniendo un comportamiento socialmente responsable. Un gesto tan aparentemente pequeño pone de manifiesto nuestro compromiso de vivir en sociedad, aceptando reglas comunes y trabajando por la colectividad. Cuando acudimos a colocar los carritos en su sitio, evitando dejarlos en cualquier sitio, demostramos una empatía cívica imprescindible para la convivencia.

Por el contrario, cuando se abandona el carrito de cualquier manera, se evidencia egoísmo, falta de civismo y despreocupación por los demás, al no importar si molestará el paso de otras personas o dificultará la circulación de los vehículos. Es una forma de desentendernos de los otros, actuando de una forma egoísta al desentendernos de que nuestras actitudes puedan molestar, dificultar o entorpecer a otras personas. El egoísmo personal se antepone al bienestar colectivo, demostrando falta de empatía y ausencia de comportamiento cívico.

Muy posiblemente, aunque existiera una normativa escrita, muchos de quienes abandonan sus carritos fuera de los lugares habilitados para ello lo seguirían haciendo, de la misma forma que a pesar de existir normativas escritas hay quienes dejan las cacas de sus perros en las aceras, evaden impuestos, tiran la basura fuera de los contenedores, aparcan sus coches en doble fila, rompen los bienes públicos, no respetan las colas, ensucian las calles, molestan con ruidos a sus vecinos, no devuelven el saludo, circulan de manera agresiva o no se colocaban la mascarilla cuando era obligatorio y no era posible mantener la distancia de seguridad con otras personas.

Estas personas son el retrato de una sociedad maleducada, incívica, egoísta, que no quieren asumir sus compromisos al vivir en comunidad. En línea con el imperativo categórico de Kant, son personas que siempre encuentran una excusa para actuar de espaldas al bien común, ajenas a una conducta moral que, como personas, debemos respetar al vivir en comunidad.

¿Comprendemos ahora la importancia de una educación para la ciudadanía, a la que con tanta furia se opone la derecha en este país?