El oficio de los padres

Un padre sostiene a su hijo.

Un padre sostiene a su hijo.

Mari Carmen Díez Navarro

Mari Carmen Díez Navarro

Ayer en la panadería vi a un padre con su bebé de cuatro o cinco meses, metido en una telita de colores de esas de portar niños. Llevaba al nene de espaldas a la calle y se le había dormido con la cara apoyada en su pecho. La verdad es que daba gusto ver ese tándem acoplado y calmo. Cuando se fueron, una de las señoras comentó que cada vez había más padres que iban con sus hijos a todas partes. Los presentes sonreímos, compartiendo esta buena impresión de novedad y alegría.

Y hoy, de buena mañana, me he cruzado con una bicicleta que llevaba enganchado un carrito con dos niños dentro. Eran pequeños, de unos dos o tres años, y se reían ruidosamente. Estaban haciendo una especie de juego con el padre, que los iba nombrando primero a uno y luego al otro. Ellos respondían diciendo: “¡yo, yo, yoooo!”, cuando escuchaban su nombre. Era bonito verlos embebidos en ese intercambio tan improvisado y divertido.

Esta imagen me ha traído al recuerdo la bicicleta en la que me paseaba mi padre, que tenía un pequeño asiento rojo que se atornillaba en la barra. Desde allí yo iba mirándolo todo, rodeada por sus brazos y escuchándolo cantar sus habaneras y zarzuelas preferidas. De vez en cuando me daba un beso, me soplaba en la oreja, o me hacía alguna broma. (Placeres que he tenido muy en cuenta desde entonces: cantar, bromear, acariciar y besar).

Años después, mi padre se compró una Vespa con sidecar. ¡Aquello fue todo un acontecimiento! Él conducía, mi madre se sentaba detrás y yo iba aposentada en el sidecar como si fuera una princesa. Volábamos por las calles mientras el aire nos daba en la cara y los pelos se nos ponían de punta. Un verdadero placer.

También tengo grabada la maravillosa sensación de cuando mi padre me llevaba de la mano por la calle. Él siempre tenía las manos calientes, secas, firmes, gruesas, “acolchadas” y yo me sentía segura, cuidada, sujeta, guiada, querida.

Precisamente fue el cariño de mi padre el que me convenció de que yo era alguien que valía la pena. Y es que estar cerca del padre de uno y que tu padre esté cerca de ti, es tan bueno, tan confortable y tan seguro, que alimenta la autoestima y da unas fuerzas internas que perduran y pasan a formar parte de nuestra personalidad. El padre te lleva y te trae, te empuja y te frena, te anima y te contiene, te piropea y te señala los errores, te marca la ley y te deja probar nuevas libertades, te enseña, te acompaña, te orienta, te riñe, te acaricia, te cuida, te quiere, te hace un lugar a su lado.

El hecho de que los padres estén implicados en la crianza y la educación de sus hijos desde el principio es imprescindible para la buena salud emocional de los niños. Les da cimiento afectivo, seguridad y un trasfondo de amor necesario para crecer equilibradamente. De esta manera, se crea un vínculo que será especial y diferente con cada hijo y que no es sustituible por nada.

Como maestra he podido escuchar a los niños y a las niñas hablar de sus padres muchísimas veces. Lo hacen prácticamente a diario, ellos son su norte, su fuente, su punto de referencia. Y de los tantos comentarios que he escuchado (y anotado), he elegido algunos para que nos hagan pensar, desear y valorar una crianza en la que el padre esté muy presente.

-Mi padre sabe de todo, sabe hasta kárate.

-Mi padre sabe aún más, porque él vivía cuando estaban las pesetas.

-Pues mi padre lo que sabe es cogerme en brazos cuando me duermo en el sofá.

-Yo de mi padre lo sé todo. Tiene el pelo oscuro y habla muy fuerte. Cuando nos duchamos, él pone un disco de música clásica o de rock. Hoy ha cerrado la puerta tan fuerte que se ha encajado.

-Mi papá juega a peleas conmigo.

-Mi padre dice que yo soy muy bueno, que él lo sabe seguro.

-A mí me gusta que mi padre me ponga con los pies para arriba y la cabeza para abajo y diga: "A ver donde tiro esto".

-Me gusta que "por de noche" mi padre me cuente cosas de osos.

-Mi padre tiene ya ochenta años, porque se casó mayor.

-Cuando me da besos mi padre, noto las cosquillas de los pelos de la barba. Un día se la quitó y sin la barba no parecía mi padre.

-Mi padre cuando mira el móvil se queda "embobao".

-Mi papá hace cenas muy ricas.

-Mi padre se enfada si me porto mal.

-Mi padre se come los chicles que me compra para mí, y como siempre huele a chicle, yo tengo celos de él.

-Mi padre ahora vive en otra casa. Yo a veces lloro si quiero verlo y no puedo.

-Mi padre nos arma muchos líos. A mi hermana le dice que la quiere a ella "la que más", y a mí que soy su novia. Pero cuando está mi madre, la abraza a ella y a nosotras no nos deja ni acercarnos.

-Yo cuando veo que se van a besar mis padres, me da envidia y voy corriendo, pero nunca llego a tiempo.

-Un día mi hermano le dijo a mi padre: "que se venga Rubén al fútbol". Y fui, me compraron pipas y lo pasé muy bien, lo malo fue que me perdí el penalti porque me quedé dormido y cuando me desperté, sólo oí: GOOOOOOL. Entonces mi padre me compró un helado para quitarme la pena.

El oficio de los padres es querer,

hacerle sitio al hijo,

y regalarle las leyes

y los cariños.

Es un oficio en el que todos somos aprendices,

en el que con cada hijo hay un estreno,

en el que el equilibrio suele ser inestable.

Es un oficio humano, hermoso, dulce.