Perturbaciones

Juan José Millás

Juan José Millás

-Sé que el centro de la Tierra es una bola de hierro candente, una bola de hierro al rojo vivo -le digo a mi psicoanalista-, lo sé de forma racional, porque lo dice la ciencia, pero me cuesta aceptarlo.

-¿Por qué le cuesta aceptarlo?

-Resulta una imagen demasiado fantástica.

-¿Fantástica en el sentido de irreal?

-Exacto, en el sentido de irreal.

Tras este breve intercambio, permanecemos unos minutos en silencio; yo, sobre el diván, contemplando el techo. Ella, sentada, detrás de mí, a la espera, supongo de mi siguiente intervención. Entonces cierro los ojos y vuelvo a imaginar la bola de hierro candente del centro de la Tierra con un escalofrío que resulta paradójico, pues he comenzado a sudar de un modo anómalo. Se trata del sudor disolutivo que precede a los ataques de pánico. Finalmente, interviene ella:

-¿Qué le sugiere esa bola de hierro colocada en el corazón de la Tierra?

-Evoca -digo yo- el fuego que me consume desde el centro de mi mente. Se trata de un fuego frío, de un fuego helado, que nace en el tuétano y va expandiéndose hacia el exterior de mis pensamientos. Mis pensamientos queman.

-¿Queman o le queman?

-Me queman, me abrasan, pero no puedo controlarlos porque carecen de masa, de materia. No se pueden manipular.

-Si no son materia, ¿qué son?

-No lo sé. Acabo de leer en un libro de física que la diferencia entre la partícula y la onda es que la partícula tiene masa, mientras que la onda es una perturbación que se produce en un medio como el aire o el agua.

-Dígame un ejemplo de una perturbación.

-El sonido, la música.

-Según eso -concluye ella-, el pensamiento, que no tiene materia, ¿sería una perturbación?

-¡Exacto! -exclamo-. El pensamiento es una perturbación. Mi gato, que carece de él, no tiene ataques de ansiedad.

Abandono la consulta más tranquilo, aunque siento, al caminar, el fuego del centro de la Tierra en la planta de los pies. 

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