LA RIÁ

Domingo de Ramos

Procesión de las palmas, años 50

Procesión de las palmas, años 50 / Antonio Luis Galiano Pérez

Antonio Luis Galiano Pérez

Antonio Luis Galiano Pérez

«Habiendo oído que Jesús llegaba a Jerusalén, tomaron ramos de palmeras y salieron a su encuentro gritando: ¡Hosanna!».

Aún se mantiene en las calles y plazas de Oleza el eco de los toques de bocinas, gemelas y clarines, y flotando entre la aroma del azahar las voces de aquellos «ángeles roncos» que todas las noches de la semana anterior han ido pregonado a los pies de ventanas y balcones que la Semana Santa se acerca.

Amanece. Y en cada casa, algún niño espera que se cumpla ese dicho popular oriolano, «Domingo de Ramos, el que no estrena no tiene manos», y con su traje nuevo, portar una palma o un ramo de olivo en la procesión.

Si tuviéramos que buscar antecedentes a la forma de conmemorar la Semana Santa en Orihuela, deberíamos mirar en tres direcciones que confluyen en dicha celebración. En primer lugar, en el aspecto litúrgico. En el segundo, en lo que hoy entendemos como procesiones, y en tercer lugar, en las imágenes que son llevadas en los desfiles pasionarios, cuya denominación ha sufrido varios cambios a lo largo de los siglos, tales como insignias, efigies y pasos, actualmente. Así como, en las representaciones o escenificaciones que mostraban momentos de la Pasión de Cristo.

En el primer aspecto dentro de la liturgia de la Semana Santa debemos poner nuestros ojos en el siglo XIII, en el momento en que el rey Alfonso X el Sabio, en carta fechada en Córdoba a 27 de mayo de 1281, reiteraba la preeminencia de la parroquia del Salvador y Santa María de Orihuela sobre la de las Santas Justa y Rufina, haciendo hincapié, en que en la primera se debía de conmemorar y bendecir los ramos, tal como se venía haciendo.

En relación con la bendición y la procesión de los ramos, en el Domingo en que se conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén, tras este primer apunte, debemos ubicarnos en Orihuela en el siglo XV. Era el momento en que su principal Iglesia de San Salvador y Santa María ostentaba el rango de Colegiata. Dentro los actos litúrgicos de la Semana Santa en dicho siglo, conocemos a través de un artículo que publicó el canónigo maestrescuela Julio Blasco, en el «Tháder» el 26 de marzo de 1896, sobre el ceremonial que se desarrollaba el Domingo de Ramos, antes, durante y después de la bendición de los ramos, e incluso del itinerario del cortejo procesional, previo y posterior a la misma. Asunto sobre lo que ya nos dio noticia nuestro recordado amigo Aníbal Bueno, en «Oleza», en 2015.

Para ello, después de cantadas las horas canónicas de Prima y Tercia, el Cabildo y demás clero salían de la Colegiata en procesión, precedidos por la cruz grande de plata y ciriales portados por infantillos, mientras que las campanas tañían como en las grandes solemnidades. La procesión se dirigía hacia el lugar donde se celebraba en esa época el mercado. Allí se había construido un tablado adornado en el que se colocaban las palmas y los ramos que se iban a bendecir, un atril y los bancos para los capitulares y el resto de clero. Una vez aposentados se bendecía el agua y se aspergía al clero y al pueblo, procediéndose después a la bendición de las palmas y los ramos, y a la predicación de un sermón. Tras lo cual, se organizaba la procesión en dirección a las puertas de la ciudad, las cuales quedaban expeditas dando paso al cortejo, que se dirigía hacia la Colegiata en la que se celebraba la misa.

Al llegar al templo, el Cabildo ocupaba sus asientos en el coro y los ministros cambiaban sus ornamentos que hasta esos momentos eran de color verde por otros de color negro, al igual que lo hacían los que debían de cantar el «Pasio».

Por otro lado, la continuidad de la celebración litúrgica de los ramos queda manifiesta en la documentación municipal. Concretamente en las cuentas de la misma, en la que se refiere la adquisición de las palmas durante el siglo XVI en la villa de Elche. Así, en 1538, se contrajo un gasto de 4 libras por la compra de «les rams de palma pera lo diumenge de rams», llegando a diez libras veinte años después. En esas fechas, el sermón del Domingo de Ramos se continuaba predicando desde un tablado fuera de la iglesia, instalado entonces en el rabal del puente.

La bendición de los ramos y la procesión en el Domingo de dicha festividad, pervivirá en la liturgia, una vez erigida la Colegiata en Catedral, tal como se comprueba en las constituciones que establecía el ceremonial en la misma. En los albores del siglo XVII, según redactó en 1604, el maestro de Ceremonias Luis Domenech en el «Manual e Instrucción de las cosas que el sacristán mayor y los otros sacristanes y campaneros deven observar y guardar», la bendición se efectuaba en el interior de la Catedral. Para ello, en el altar mayor se situaba una mesa con los ramos y las palmas que se iban a bendecir y a repartir a los capitulares y parroquias, iniciándose la procesión saliendo por la Puerta de Loreto, dirigiéndose por levante en dirección a la Puerta de la Cadenas o de la «longeta». En el exterior de ese lugar permanecía el Cabildo, entrando al templo el clero y las parroquias, cerrando el sacristán la puerta tras ello. A continuación, accedía dentro del templo el Cabildo en procesión, para ocupar sus asientos en el coro, predicándose el sermón y celebrándose la misa.

Actualmente la bendición de las palmas se efectúa en la Iglesia de las Santas Justa y Rufina, dirigiéndose en procesión hasta la Catedral para la celebración de la misa.

Después, algunos monumentos del Jueves Santo aparecen adornados como relata Gabriel Miró en «El obispo leproso» con «macizos de palmas blancas del domingo, floreros de rosas y espigas y los mayos de trigos pálidos con sus cintas de cabelleras de niñas alborotadas». Mientras que muchas palmas quedan prendidas durante todo el año en las ventanas y balcones de las casas de aquellos niños que estrenaron su traje el Domingo de Ramos.