Hacia el nuevo descontento

Un cliente en un supermercado de Alcoy.

Un cliente en un supermercado de Alcoy. / JUAN RUIZ

Javier Cuervo

Javier Cuervo

Cuando los descontentos de izquierdas se hartaron de que no les hicieran caso se volvieron de derechas. Lo que hay detrás de los nuevos descontentos del mundo empezó hace 40 años, cuando Thatcher y Reagan rompieron pactos sociales tácitos y empezaron a legislar en favor de los bancos y a hacer políticas fiscales en pro de los ricos. Desde entonces se han mantenido las crisis bancarias y el mantra de que los ricos generan riqueza. Es verdad: generan la suya.

Empujando un poco cada día, se fueron desplazando algunos significados. Por ejemplo: hacer economía para las empresas es hacer política; hacer política para corregir las desigualdades es hacer ideología, esa cosa de izquierdas. La política pasó a ser eso que hacen unos ladrones mentirosos y la economía, las acciones de las personas normales para la felicidad y el progreso ahora que incluso China, que es comunista, se ha hecho imbatible con su producción sin tonterías gracias a la dictadura. No es lo mismo que los comunistas te revuelvan la fábrica en Estados Unidos a que te la tengan firmemente controlada en China: se ahorra mucho en gánsteres y matones y el Estado paga la represión. Al mercado la democracia no le hace falta -se sabe ahora- y del Estado se arregla con la policía.

Con la inquietud se mantiene el descontento porque los mayores no se acostumbran a que les hayan quitado del criterio la estabilidad en el trabajo, la atención sanitaria cuando están enfermos, no un mes después de pedir cita a un robot, o la certeza de una pensión cuando ya no les dejen o no puedan trabajar.

Los jóvenes son más flexibles y menos sensibles a estas antiguallas, pero conservan el hábito grosero de comer y el deseo, al que llamaremos sueño, de una vida independiente bajo techo, aunque sea renunciando a la descendencia.

El descontento mantenido lo entretiene la extrema derecha con la guerra cultural, las esencias de la patria y el asco a la emigración, el feminismo y la sexualidad minoritaria que no deja de crecer, sin tocar la economía que, habíamos quedado, es el dinero de los ricos.

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