Viaje a China: la diplomacia del guerrero loco

Visita del presidente español Pedro Sánchez a China

Visita del presidente español Pedro Sánchez a China / Borja Puig de la Bellacasa

Antonio Papell

Antonio Papell

La visita de Sánchez a China sugiere algunas ideas que conviene expresar. El régimen chino, una gran dictadura monolítica e intransigente cuya característica esencial es la de estar instalada en el país más poblado del mundo, es una realidad enigmática, que parece haber cambiado de rumbo en los últimos años y cuyo papel, que hasta hace poco era objeto de debate en el terreno diplomático convencional, ha crecido estratégicamente en importancia por el hecho de que Rusia haya desencadenado la guerra de Ucrania, lo que obliga también a Pekín a tomar posiciones.

Hasta 2017, China había emprendido un “ascenso pacífico”, a lomos de un crecimiento desbordante, y en un marco de coexistencia pacífica con el resto de la comunidad internacional. La gran eficiencia y la evidente productividad del país parecía provenir de un pacto más o menos tácito entre el Partido Comunista chino (PCCh) y la ciudadanía: se produciría un relajamiento del control autoritario de la población y a cambio la sociedad civil debía empeñarse en impulsar el desarrollo económico que se traduciría en un bienestar creciente. Sin embargo, en torno a 2017 las cosas empezaron a cambiar. El primer síntoma fue antes de que Xi Jinping llegara al poder, bajo el anterior secretario general del PCCh, Hu Jintao. Hu fue quien comenzó a intensificar la agresividad imperialista con su afán de controlar el Mar Meridional de China, una de las zonas de más tránsito marítimo del mundo. Pero cuando Xi llegó al poder en 2012-13, siguió adelante y militarizó las islas artificiales que China había estado construyendo, a pesar de la promesa de Hu a Barack Obama de que no se haría tal cosa.

Poco a poco, Xi fue endureciendo su posición. El siguiente conflicto fue el de Hong Kong; Xi violentó los términos del acuerdo suscrito con Gran Bretaña en 1997 por el cual había de preservar la autonomía de la ciudad, la libertad de prensa, el sistema electoral, la protección de los derechos humanos y las libertades académicas. Consumado del golpe de mano, Xi puso sus ojos en Taiwán y proclamó que “más pronto que tarde” Ia isla pasaría a dominio de la metrópoli, bien entendido que China no evitaría el uso de la fuerza si eso fuera necesario para la reunificación.

También en 2017 Pekín tomó represalias diplomáticas contra Corea del Sur, en respuesta a la decisión albergar un sistema de defensa antimisiles (THAAD) de fabricación estadounidense para defenderse de Corea del Norte. China la emprendió después sucesivamente contra Canadá (por haber detenido a una hija del fundador de Huawei por violar las sanciones contra Irán) y contra Australia (por reclamar una investigación seria sobre los orígenes del Covid-19). Víctimas de la agresividad china por diversas razones fueron India, Suecia, Chequia y Lituania, etc.

En definitiva, según el experto Orville Schell, director del Centro de Relaciones entre Estados Unidos y China de la Sociedad de Asia y cronista de China desde hace mucho tiempo, China habría trocado el “ascenso pacífico” por la llamada “diplomacia del guerrero loco”, un personaje de ficción que ha protagonizado con gran éxito dos películas en China, y cuya característica es la violencia con que repele las agresiones exteriores. Este nuevo modelo practicado por el presidente Xi consistiría en la regresión de China hacia el absolutismo maoísta en casa y la violencia nacionalista en el extranjero.

En la etapa de relaciones constructivas, -explica Schell en una entrevista reciente- EE. UU. estableció una dependencia comercial masiva de China, especialmente en manufacturas, tierras raras, polisilicio, litio, cobalto y ciertos productos farmacéuticos, e incluso en algunos sectores tecnológicos, como los microchips.

El cambio ha sido radical: en 2022, EEUU dictó la ley de Ciencia y CHIPS, que ilegaliza la venta de ciertos tipos de propiedad intelectual, como los microchips y sus equipos de fabricación a China. Es un síntoma de que las cosas han cambiado y de que China ha decidido ponerse al frente del conjunto de estados parias que compiten con los partidarios de la globalización: Irán, Siria, Corea del Norte y Rusia, naturalmente. Occidente deberá conllevar la relación con China, pero la actitud que procede en estos momentos es la de reforzar las estructuras que vinculan a las democracias entre sí frente a los estados iliberales.

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