Entre acordes y cadenas

La compañía Botwin: los judíos en las Brigadas Internacionales

La compañía Botwin: los judíos en las Brigadas Internacionales

La compañía Botwin: los judíos en las Brigadas Internacionales / JoséMaríaAsencioGallego

Durante la Guerra Civil Española, miles de hombres y mujeres de decenas de países de todo el mundo se desplazaron a nuestro país para combatir al fascismo. Muchos eran militantes comunistas, organizados por los distintos partidos que, por aquel entonces, existían en Europa. Otros eran anarquistas, que contemplaban con admiración los logros del movimiento libertario, fundamentalmente en Cataluña y Aragón. Y otros, porque también los había, eran demócratas que, como tales, no podían tolerar el triunfo del autoritarismo en otro país de Europa.

Hemos de recordar que, en 1936, Italia y Alemania eran regímenes dictatoriales que habían penalizado, muchas veces con la muerte, la discrepancia con las medidas políticas y sociales impuestas por el líder correspondiente: Benito Mussolini, el Duce, en Italia, y Adolf Hitler, el Führer, en Alemania.

En este último país, además, no sólo se procedió contra los disidentes políticos, sino también, como es sabido, contra multitud de personas por sus preferencias sexuales, por su religión o por su origen étnico o familiar. En los campos de concentración, cada uno de ellos era identificado con un triángulo de distinto color. Rosa, para los homosexuales; morado, para los testigos de Jehová; marrón, para los gitanos; y amarillo, con un triángulo más en forma de estrella de David, para los judíos.

Nada de esto pilló de sorpresa, pues los nazis habían revelado sus intenciones desde el principio. La primera ley que limitó los derechos de los judíos fue la Ley de la Restauración de la Administración Pública, aprobada en abril de 1933, que acordó la expulsión de los judíos de la administración. Tras ella, se aprobaron otras que les excluyeron de determinadas profesiones o que limitaron el número de estudiantes judíos en las escuelas y en las universidades. Y dos años después, en septiembre de 1935, las denominadas «Leyes de Nuremberg» les prohibieron casarse o tener relaciones sexuales con «personas de sangre alemana» y les privaron de la mayoría de sus derechos políticos. Una antesala del terror que estaba por llegar.

No es un secreto que Hitler apoyó a Franco en su «cruzada» y que la Alemania nazi envió hombres y material de guerra en auxilio de los rebeldes. Es más, se dice que, si no hubiera sido por la intervención alemana, el desarrollo de la contienda no habría sido el mismo. Y es que, en julio de 1936, las tropas más experimentadas de que disponían los rebeldes se encontraban en África, pero Franco no disponía de aviones para transportarles a la península. De modo que, después de algunas conversaciones, el Führer decidió enviarle veinte aviones Junkers Ju-52 que, durante las semanas siguientes, se utilizaron para este cometido.

Todo esto provocó que cientos de judíos procedentes de varios lugares decidieran venir a España a luchar por la República o, más bien, contra los rebeldes, apoyados por quienes pretendían exterminarles. Se calcula que fueron alrededor de cinco mil, entre hombres y mujeres, repartidos entre las muchas unidades de que se componían las Brigadas Internacionales. Aunque hubo una en concreto de la que, a pesar de su importancia, muy poco se ha hablado: la Compañía Botwin, también llamada Unidad judía Botwin.

Se desconoce el número exacto de combatientes que formaron parte de ella. Algunos hablan de ochenta y otros dicen que llegaron a ser casi ciento cincuenta. Lo que sí se sabe es que intervinieron, en primer lugar, en el frente de Extremadura; luego, en el de Aragón, en la batalla de Belchite; y, por último, en la célebre batalla del Ebro, durante el curso de la cual, el presidente de la Generalitat de Cataluña, Lluís Companys, les dedicó unas palabras.

Llegaron a crear su propio periódico en yiddish, del que se editaron seis números. Y su valor era admirado en todo el frente. Cuentan que eran conocidos como los «diablos rojos».

Por desgracia, la mayoría fallecieron. Y la historia posterior consiguió que sus nombres quedasen en el olvido. Pero nunca es tarde para recordar, para recordarles. De modo que, hoy, levantemos nuestra copa por ellos y, con orgullo, pronunciemos sus nombres.

Alter Szerman, Karol Gutman, Jasza Zawidowicz, Moishe Rozenberg, Yosef Lipsman, Shamuel Shlosberg.

En palabras de Bertolt Brecht, ellos eran los imprescindibles.

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