El ocaso de los dioses

Provocadores y provocadoras

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Conforme el áspero y frío invierno -incluso, en ocasiones, el crepuscular otoño- se va acercando a nuestras vidas, más parece que nuestras vidas se acerquen a la verdad, no como ciencia exacta (¿hay alguna, además de Caronte?) que mide los granos de trigo en la forma que exigían los faraones a sus súbditos en función de la generosidad de las aguas del Nilo, no; ni tampoco como valor absoluto que pueda oponerse «erga omnes», que para eso ya está la agenda 20/30 y los discursos de Fidel Castro o de don Pedro; no, mes amis, no. Esa verdad a la que me refiero lo es como certeza íntima, como radical percepción, como absoluta seguridad de que algunas cosas en las que crees son ciertas, pese a las gruesas cadenas de silencio que intenta imponernos el inquisitorial mundo de lo políticamente correcto, el tiránico multiculturalismo unidireccional (no confundir -o quizá sí, luego le doy una vuelta- con el teorema unidimensional marcusiano) y el fundamentalista universo woke.

¿Ejemplos? Muchos. Entre ellos, pongamos que hablo de Pachi López como epítome del hombre que nunca sabía demasiado (ni tan siquiera nada, de ahí que cursara estudios de ingeniería que no acabó porque prefirió empezar la carrera de político), pero que supo, sabe y sabrá obedecer cualquier variación u orden del jefe socialista de turno con tal de que a él le sigan manteniendo el turno. Pachi fue en su día lendakari gracias a los votos del PP y UpyD de Rosa Díez, y, con el complejo del maketo errante sin superar (El holandés errante es el de Wagner), se pasó todo el mandato criticando a la derecha mientras bebía zuritos nacionalistas. Después fue presidente del Congreso de los Diputados gracias a Ciudadanos. Después se presentó a las primarias del PSOE y, de tres aspirantes, quedó tercero. Después fue después, y después fue nombrado por don Pedro, ganador de esas primarias, portavoz de don Pedro en el Congreso del que antes fue presidente. ¿Me siguen? Pues vayan dejando piedrecitas por el camino para no perderse, como el Pulgarcito de Perrault, si es que el censor woke no le ha cambiado el nombre como está haciendo con los cuentos de Roald Dahl.

¿Más ejemplos? Cuando Rosa Díez ya no era del PSOE e intentó dar una charla en la Universidad Complutense, los cachorros y las cachorras de extrema izquierda (¿podemos llamarla así; sí, si estamos unidas) le boicotearon el acto hasta la náusea de Sartre. «Es que ha venido a provocar», explicaban ellos, ellas y elles. Así hicieron también con otros conferenciantes como María San Gil o quienes no fueran de su cuerda. «Vienen a provocar». Como les pasaba -y sigue pasando- a los ciudadanos españoles que iban a Vascongadas o a la comunidad autónoma catalana y se les ocurría organizar un acto cívico, político o cultural; o cuando les daba por llevar una bandera española: «Vienen a provocar» (portar la bandera de España en España). ¿Han visto ustedes en el campo de fútbol del Barça o en San Mamés muchas banderas españolas? No, sería una provocación. Por el contrario, fíjense en la cantidad de hinchas del Atlético de Bilbao y del Barça paseando por las calles de Madrid con ikurriñas y señeras. Pero no vienen a provocar, sino a ejercer su derecho a la libertad.

¿Más ejemplos? Sí, el de Clara Ponsatí -de Junts-, huida de la justicia, exconsejera de Educación de la Generalidad de Cataluña con el huido Puigdemont, montando una provocadora performance en Barcelona al hacerse detener por un mozo mientras enseñaba su carnet de eurodiputada sabedora de que gracias a don Pedro el delito de sedición quedó en una mera despedida de solteras cantando «solas y borrachas queremos llegar a casa». Y todo grabado por las cámaras de televisión que, por casualidad y causalidad, estaban allí. Una burla a la justicia española y a los españoles -incluida ella-, que demuestra la verdadera imagen de degradación indecente y miserable en que ha quedado la estética independentista, necesitada de estas burdas provocaciones que sonrojarían a una niña de parvulario. De ética no hablo, no la conocen. Pregúntenle a Laura Borrás, de Junts, presidenta suspendida del Parlamento de Cataluña, que ha sido condenada por el TSJC a 4 años y medio de prisión y 13 de inhabilitación por adjudicar contratos a dedo a un amigo. Frente a la sentencia, Borrás se cobija en el abrigo del independentismo, pero «queda probado que ha habido un delito de corrupción», dice Marta Vilalta, portavoz de ERC. El ejemplar y democrático separatismo catalán se enzarza en bochornosas acusaciones mutuas entre sus frentes de juventudes. Así, el de ERC llama a Borrás «La Madrina», en alusión a la película El Padrino, y el otro frente, el de Junts, contesta que en catalán se dice Padrina. Ese es el nivel. Vayan a la hemeroteca y lean el artículo de El País «10 afirmaciones que sustentan el soberanismo catalán y no son verdad», de septiembre de 2017, firmado por Vidal-Foch y José Ignacio Torreblanca. ¿Eran otros tiempos?, pero están en éste. ¿Eran otros periódicos?, pero están aquí. ¿Eran otras verdades?, pero siguen siendo.

Así las cosas, y para que puedan evadirse de este irrespirable clima de indecencia y nauseabunda manipulación, les invito a viajar a Roma y enfrentarse a la penetrante, perturbadora mirada del Inocencio X velazqueño, una auténtica provocación. Si me hacen caso, escuchen antes la sinfonía «Urbs Roma», de Saint-Saëns, mientras leen los Paseos por Roma de Stendhal que les permitan combatir el mal homónimo. Dos franceses, un español y Roma. Créanme, el viaje será distinto. A más ver.

(Spoiler de la deshonestidad) Conocidos los fundamentos de la sentencia del TS sobre la destitución del coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos ordenada por Gámez (dimitida directora general de la Benemérita) y el ministro Marlasca (que fue presidente de la Sala Penal de la Audiencia Nacional y vocal del CGPJ), más te reafirmas en las verdades de que les hablaba al principio y más abjuras del mundo político de provocadores y provocadoras en que está sumida España. Fue Churchill: «Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra». Le dedicaré un artículo. ¿Grande? Depende de Marlasca.

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