El indignado burgués

A por ellos, sin complejo

José María Aznar, a su llegada a la capilla ardiente del exministro del PP Josep Piqué.

José María Aznar, a su llegada a la capilla ardiente del exministro del PP Josep Piqué. / EFE

Javier Mondéjar

Javier Mondéjar

Dijo Trump, o dicen que dijo, que podría asesinar a un paisano en el centro de Manhattan, que la pistola estuviera humeando cuando llegara la policía, que lo emitieran en directo por la tele y que así y todo sus seguidores no lo creyeran -o les diera igual- e incrementara un cinco por ciento sus votantes. Estamos llegando a un modelo de sociedad tan polarizada que no tiene importancia lo que se haga sino quién lo haga o, con otras palabras, que el mismo acto de los tuyos es perfectamente justificable mientras que de los otros es una barbaridad que clama al cielo.

Esta manera de ver la realidad con cristales deformantes produce una ciudadanía acrítica donde poco importa el hecho sino el relato. No lo inventó el rasputín que mueve los hilos de Ayuso criado a los pechos de Aznar, pero ha sido maestro en utilizar esta táctica, igual que los independentistas catalanes y algunos aprendices de brujo que tenemos por aquí cerca.

El problema de esto es que no todos tienen, o tenemos, el mismo cuajo o la misma falta de escrúpulos. A mí me encantaría mentir, como al personaje de la portera de Almodóvar: «Ya me gustaría a mí mentir, pero eso es lo malo de las testigas, que no podemos. Si no iba a estar yo aquí…» Los «maricomplejines» son incapaces de enjaretar un buen discurso, porque la realidad es árida, mientras la fabulación apela a las fantasías del ser humano, siempre anhelante de la píldora mágica que le permita conseguir cualquier meta sin ningún esfuerzo.

Por contra hay quienes hacen de la mentira su modus operandi. Conozco un tipo, y ni siquiera es político, que consiguió su sinecura sin pronunciar verdad alguna, ni por equivocación, y ahí sigue engañando acólitos para regocijo de desahogados.

Si bajamos tanto el listón de las exigencias resulta más importante lo que se cuenta que la realidad y el exabrupto que la frase meditada. Así vamos, como sociedad, al despeñadero, pero ¿qué les importa a los que viven en mundos paralelos? El todo vale, que ya se aplica a cualquier cosa, sería un epitafio perfecto para nuestra civilización y el último que apague la luz.

Es imposible vencer con argumentos la mentira o hacer abjurar de sus teorías a los «terraplanistas», por eso a veces resulta más cómodo dejar hacer, dejar pasar. Es cansadísimo rebatir falsedades y argumentos «cuñadistas», es mucho más sencillo dejarse arrastrar hacia los conceptos fáciles. Total, ¿qué más da? Con su pan se lo coman.

Pero el caso es que si dejamos el terreno libre a los que practican el engaño o la verdad sesgada, si triunfan los falsarios y se achantan los partidarios del juego limpio, habrán conseguido sus objetivos y la guerra habrá acabado sin apenas declararse.

Es muy duro nadar contracorriente y tirarse a pelear al barro, porque, esa es otra, los filibusteros son maestros en enfangar el terreno de juego. No hay modo de ganar en el barro si no te pones hasta las trancas de lodo y las buenas gentes de bien suelen ser de natural limpitas y aseadas y en estas lides conviene ser el más malote.

Francamente no creía que las redes sociales y la globalización iban a hacer tanto daño sobre una multitud de crédulos sin criterio, sobre un rebaño necesitado de pastor. Estoy empezando a oír barbaridades sin cuento de gentes que creía medianamente formada, a las que en un momento dado les ha estallado la cabeza y han comprado sin reservas los argumentos que creen más cercanos a su forma de ser. Le pasó a Don Quijote con los libros de caballería y se lió a lanzadas contra todo el que se movía en La Mancha manchega.

Ningún remordimiento tenían los que asaltaron el Capitolio a la orden de Trump ni los que justifican que para vencer a la izquierda y desalojarles del poder habría que llamar al Ejército. Y, ojo, que no es invención, lo he oído y no hace mucho. El concepto de que el fin justifica los medios pone «gallina de piel» como decía el gran Michael Robinson, y siempre, siempre, son los malos los que lo utilizan porque las personas sensatas creen en cosas tan absurdas como el diálogo y el consenso.

Yo he aprendido en las guerras zombis que con los muertos vivientes es imposible ponerse de acuerdo y sólo vale la certera decapitación con una katana bien afilada. Si queremos que no nos avasallen, más nos vale empezar a amontonar munición y dejarnos de complejos, porque ni la verdad prevalecerá ni la pluma es más poderosa que la espada. Antes es posible que sí, pero antes era antes, cuando no había redes, los villanos eran castigados por sus crímenes y los teóricos de la conspiración eran una minoría muy localizada y bastante pintoresca.